El ejercito romano no emprende guerras por cualquier
cosa, pero cuando lo hace tiende a tomar la iniciativa. Por tanto, los
legionarios suelen saber con antelación que se aproxima una campana.
Si eras un militar de las legiones romanas, tenías que
hacer lo siguiente:
Primero, tomate tu tiempo y escríbele a tus
seres queridos, y despídete tiernamente de la mujer que ames o de tu prostituta
favorita. No es que vayáis a partir inmediatamente, pero en los próximos
tiempos vas a tener pocos ratos libres para esas cosas.
Segundo, y sobre todo, come como un oso antes de
ponerse a hibernar. Esta es una buena idea por dos razones: en la campana que
se avecina vas a quemar calorías a un ritmo endiablado y la forma mas segura de
hacer acopio de provisiones es en forma de grasa alrededor de la cintura.
Aunque no te lo creas, es posible estar gordo y en forma al mismo tiempo, y
todo legionario debe intentar alcanzar este estado antes de partir.
Tercero, el legado y el resto de oficiales incrementaran
la ferocidad de las rutinas diarias de entrenamiento. Cuando quiera que las
legiones se dispongan a hacer algo para ganarse el sustento, lo habitual es que
el comandante las saque de la base para meterlas en tiendas. Cualquier general
competente sabe que, antes de empezar a marchar en serio, resulta recomendable
sacar a una legión al campo durante una o dos semanas para quitarle las legañas,
especialmente si dicha legión lleva cierto tiempo sin moverse del campamento.
Todo el mundo recuerda las maniobras del 57-58 d. C.,
en las que Corbulón cogió al perezoso ejercito romano de Oriente y le pego una
buena sacudida para convertirlo en la afinada y despiadada maquina de matar
partos. Las marchas de entrenamiento en
las invernales cordilleras de Armenia fueron tan brutales que algunos
centinelas murieron de congelación en sus puestos. La tierra con la que se construían
los terraplenes estaba completamente helada, y un soldado al que se había
mandado a buscar combustible se le desprendieron las manos de las muñecas al
soltar el haz de lena que llevaba.
Cuarto, practica tus habilidades con el pico y la
pala. Los zafarranchos de combate son poco frecuentes, y sirven para relajarse
entre intensas fases de excavación. Los generales romanos están firmemente
convencidos de que las guerras se ganan con el dolabra, el azadon del
legionario. Por ello, cuando el legionario no este cavando trincheras alrededor
del campamento -de tres metros de profundidad, por favor, el centurión vendrá luego
para comprobarlo- los legionarios se dedicaran a otras actividades, como por
ejemplo:
• Construir terraplenes defensivos.
• Excavar zanjas para evitar que la caballería enemiga
coja al ejercito por los flancos.
• Construir parapetos para las armas de asedio.
• Realizar trabajos de ingeniería en las carreteras y
en los puentes por los que el ejercito va a pasar para llegar a su destino. (Por
ejemplo, el ingeniero imperial Apolodoro estaba trabajando en un puente -de casi un kilómetro de
longitud- que permitió al ejercito atravesar el Danubio en dirección a Dacia.
Esta obra de ingeniería se mantuvo en pie durante varios milenios, hasta que
los últimos restos sean volados en la primera década del s. xx por suponer un
riesgo para la navegación.)
Finalmente, la charla previa. Una vez que el periodo
de entrenamiento intensivo haya llegado a su fin y la campana este a punto de
comenzar de veras, cualquier general con buenos modales debe salir a la
palestra. Esto supone reunir a la legión en pleno para asistir a una arenga del
comandante. En dicha elocución, el general explicara los motivos de la campana,
los beneficios que Roma extraerá de ella y el enorme botín que les espera si esta
tiene éxito, del que podrán beneficiarse todos los implicados. Este ultimo
punto resulta especialmente importante si el general en cuestión esta empleando
las tropas para iniciar una guerra civil y ponerse al frente del Imperio,
porque en este caso los incentivos ofrecidos a las tropas habrán de ser
especialmente tentadores.
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