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miércoles, 31 de mayo de 2023

CLEMENTE DE ALEJANDRÍA: TEÓLOGO, FILÓSOFO CRISTIANO Y DEFENSOR DE LA JUSTICIA SOCIAL

San Clemente de Alejandría, un griego también conocido como Clemente de Alejandría, fue un destacado teólogo y filósofo cristiano que vivió en los siglos II y III d.C. Nació alrededor del año 150 en Atenas, Grecia, y se convirtió en uno de los principales exponentes del pensamiento cristiano en la prestigiosa ciudad de Alejandría.

 

Clemente recibió una educación exhaustiva en filosofía y literatura griega, y se familiarizó con las enseñanzas de los filósofos platónicos y estoicos. Aunque originalmente se sintió atraído por la filosofía y las enseñanzas paganas, su búsqueda de la verdad lo llevó finalmente a convertirse al cristianismo. En sus escritos, Clemente hizo hincapié en la idea de que la filosofía y la sabiduría paganas podían ser útiles para complementar la fe cristiana y enriquecer la comprensión de la verdad divina.

 

Se sabe que estudió filosofía en Atenas, y que posteriormente se convirtió al cristianismo. Viajó por varios lugares, incluyendo Siria, Palestina, Italia y Egipto. Cuando viajó a Egipto, se convirtió en discípulo del famoso teólogo Panteno de Alejandría, quien lo ordenó como presbítero. Aproximadamente en el año 180, Clemente se trasladó a Alejandría, una de las ciudades más importantes del mundo antiguo y un centro intelectual y cultural de renombre. Allí, se convirtió en el director de la famosa escuela catequética de Alejandría, conocida como la Escuela de Alejandría. Bajo su liderazgo, la escuela se convirtió en un centro de aprendizaje prominente y atrajo a estudiantes de toda la región, tanto cristianos como no cristianos.

 

Clemente fue un defensor del conocimiento y creía firmemente en la importancia de la educación y la formación intelectual para los cristianos. Su enfoque pedagógico se basaba en una combinación de la filosofía y la teología cristiana, con el objetivo de fortalecer la fe de sus alumnos y proporcionarles una base sólida para defender y propagar el cristianismo en un contexto intelectualmente desafiante.

 

Como teólogo, Clemente abordó una amplia gama de temas teológicos y éticos. En sus escritos, como la "Stromata" (Misceláneas) y el "Pedagogo", exploró temas como la relación entre la fe y la razón, la moralidad cristiana, el papel de la ley en la vida del creyente, la naturaleza de la salvación y la importancia de la caridad y la virtud en la vida cristiana. 

Para aclararlo, "Stromata" es un tratado teológico que se enfoca en la relación entre la filosofía y la fe cristiana. El libro está dividido en ocho partes y contiene reflexiones sobre temas como la creación, la providencia divina, la resurrección y la vida eterna⁴.  Por otro lado, "Pedagogo" es un tratado que se enfoca en la ética cristiana y cómo los cristianos deben vivir sus vidas. El libro está dividido en tres partes y contiene reflexiones sobre temas como el matrimonio, la educación de los niños y el papel de las mujeres en la sociedad.

 

Entre sus enseñanzas más importantes se encuentra la idea de que la filosofía y la fe cristiana no son incompatibles, sino que pueden complementarse mutuamente. También defendió la importancia de la caridad y la misericordia hacia los demás, y la necesidad de buscar la verdad y la sabiduría en todas las áreas de la vida.

 Clemente también fue conocido por su defensa de la verdad cristiana frente a las enseñanzas gnósticas y filosóficas erróneas de su tiempo. Combatió las ideas gnósticas que afirmaban que la salvación se alcanzaba a través del conocimiento secreto y defendió la idea de que la verdad se encuentra en Cristo y en la enseñanza de la Iglesia.

San Clemente de Alejandría refutó varias ideas gnósticas en sus escritos, incluyendo la creencia de que la salvación se alcanza a través del conocimiento secreto y la idea de que el mundo material es malo y debe ser rechazado. En su lugar, Clemente defendió la idea de que la verdad se encuentra en Cristo y en la enseñanza de la Iglesia. Uno de los argumentos sólidos que Clemente presentó en favor de la fe cristiana ortodoxa fue la importancia de la caridad y la misericordia hacia los demás. 

Enseñó que los cristianos deberían ayudar a los pobres y necesitados, y criticó duramente a aquellos que acumulaban riquezas mientras otros sufrían. Clemente también defendió la idea de que la filosofía y la fe cristiana no son incompatibles, sino que pueden complementarse condicionalmente. Además, Clemente argumentó que la verdad se encuentra en la enseñanza de la Iglesia y en la revelación divina, y no en el conocimiento secreto o en la sabiduría humana. También defendió la importancia de la caridad y la virtud en la vida cristiana, y la necesidad de buscar la verdad y la sabiduría en todas las áreas de la vida.

Las enseñanzas y escritos de Clemente de Alejandría ejercieron una gran influencia en el pensamiento cristiano posterior. Sus ideas sobre la relación entre la fe y la razón, la importancia de la educación y la virtud, y su defensa de la ortodoxia cristiana resonaron en muchos teólogos y filósofos cristianos posteriores.

 

Clemente se convirtió en el director de la Escuela Catequética de Alejandría, que se convirtió en uno de los centros más importantes de enseñanza teológica durante la época. Allí enseñó a muchos estudiantes destacados, incluyendo a Orígenes, quien más tarde se convertiría en uno de los teólogos más influyentes del cristianismo. Además de su trabajo como teólogo y maestro, Clemente también fue un defensor activo de la caridad y la justicia social. Enseñó que los cristianos debían ayudar a los pobres y necesitados, y criticó duramente a aquellos que acumulaban riquezas mientras otros sufrían.

A pesar de su importancia y contribuciones significativas al pensamiento cristiano, la figura de Clemente de Alejandría fue eclipsada en cierta medida por otros teólogos posteriores, como Agustín de Hipona y Tomás de Aquino. Sin embargo, en los últimos siglos, ha habido un renovado interés en su obra y se ha reconocido su valioso aporte al desarrollo del pensamiento cristiano primitivo.

San Clemente de Alejandría tuvo que enfrentarse a diversas persecuciones y dificultades debido a su fe cristiana durante la persecución de Septimio Severo en el año 202-203. En ese momento, el emperador romano clausuró las escuelas catequéticas y se desató una fuerte persecución en todo el imperio.

 Clemente se trasladó a Capadocia, al norte de la actual Turquía, donde falleció probablemente en el 215 durante el reinado del emperador Caracalla, mientras que otras mencionan que vivió hasta el año 220. Es venerado como un santo por la Iglesia Católica, Ortodoxa y Anglicana. Su legado como teólogo y defensor de la justicia social sigue siendo relevante para los cristianos de todo el mundo hoy en día.



miércoles, 25 de julio de 2018

MÁRTIRES CRISTIANOS EN EL IMPERIO ROMANO



El sabio Orígenes, quien, a través de sus propias experiencias y sus amplias lecturas, era un profundo conocedor de la historia de los Cristianos, declara, en los términos más explícitos, que el número de mártires era ridículo. Su propia autoridad, ella sola, debería ser suficiente para acabar con ese imponente ejército de mártires, cuyas reliquias, sacadas en su mayor parte de las catacumbas de Roma, han llenado tantas iglesias, y cuyos maravillosos logros han sido el tema de tantos volúmenes de sagradas historias... Debemos concluir este capítulo con una melancólica verdad que se impone incluso a la mente más reluctante: que, incluso admitiendo, incondicionalmente y sin pregunta alguna, todo lo que la historia ha recogido o todo lo que la devoción ha inventado en lo referido al martirio, aún en ese caso, se ha de admitir que los Cristianos, en el transcurso de sus disensiones intestinas, se han infringido, con mucho, muchas más muertes los unos a los otros que las que experimentaron debido al celo de los infieles.

 ( Edward Gibbon )









jueves, 13 de julio de 2017

PRIMEROS AÑOS DE LA IGLESIA CRISTIANA EN EL IMPERIO ROMANO


 

En los comienzos de su organización los cristianos primero fueron unos pocos centenares, después miles de personas, casi todos hebreos, reunidos en sus pequeñas ecclesiae, con pocas conexiones entre sí, con una doctrina todavía en estado fluido y en medio de la indiferencia, más que de la hostilidad, de los gentiles. Aquellas desperdigadas y escasas células estaban unidas por la creencia de que Jesús era el Hijo de Dios, que era inminente su retorno para establecer en la Tierra el Reino del Cielo y que la fe en Él sería recompensada en el Paraíso. Pero ya habían comenzado a surgir disensiones sobre la fecha del Retorno. Algunos la vieron anunciada por las calamidades que se abatieron sobre el Imperio: Tertuliano dijo que había que esperarlo después de la caída de Roma, la cual parecía tan inminente que un obispo de Siria partió sin más con sus fieles al desierto, seguro de encontrar en él al Señor; Bernabé proclamó que faltaban aún mil años. Sólo mucho más tarde triunfó la tesis de Pablo que transfería definitivamente al mundo ultraterreno el Reino del Señor. Mas, por entonces, la espera de su inminente instauración contribuyó poderosamente, con las inmediatas promesas que implicaba, a la difusión de la fe.

 

Pero había otros puntos de la doctrina que amenazaban con provocar verdaderas herejías. Celso, el más violento de los polemistas anticristianos, escribió que la nueva religión estaba dividida en facciones y que cada cristiano constituía en ellas un partido adaptándola a su gusto. Ireneo contó una veintena de esas facciones. Hacía falta, pues, una autoridad central que determinase lo que era justo de lo que era falso.



La primera decisión a tomar, que fue debatida durante dos siglos recayó sobre la sede. La nueva religión había nacido en Jerusalén, pero Roma tenía a su favor las palabras de Jesús: «Tu eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia.» Y Pedro había venido a Roma. Más que los argumentos, lo que decidió fue la circunstancia de que el Mundo se dominaba desde Roma, no desde Jerusalén. Tertuliano aseguró que Pedro, al morir, confió los destinos de la Iglesia a Lino. Pero el primer sucesor seguro es el tercero, Clemente, del que nos queda una acta redactada con tono autorizado, dirigida a los demás obispos.

 

Los obispos comenzaron a reunirse en los Sínodos, y fueron esos Sínodos los árbitros de aquella religión cristiana que se llamó católica por cuanto universal. El término de Papa volvióse exclusivo del Sumo Pontífice solamente al cabo de cuatro siglos, durante los cuales se dio a todos los obispos para refrendar su paridad.

 

Con aquella primera y rudimentaria organización, la Iglesia llevó a cabo su guerra en dos frentes: el exterior, del Estado y el interior, de las herejías. Y no sabemos cuál de los dos era más peligroso. Sabemos tan sólo que a fines del siglo II la Iglesia había comenzado a inquietar hasta tal punto a los romanos, que uno de éstos, de los más cultos, Celso, dedicó su vida a estudiar el funcionamiento de aquélla, acerca de la cual escribió un libro esmerado e informadísimo, aunque parcial y rencoroso en sus conclusiones. Éstas eran que un cristiano no podía ser buen ciudadano.


 Y en cierto sentido tenía razón, mientras el Estado fuese pagano. Pero el hecho es que él paganismo ya no tenía defensores y hasta los que se negaban a abrazar la nueva fe no encontraban argumentos para defender la vieja. Sobre la estela de Marco Aurelio y de Epicteto, Plotino fue clasificado como filósofo pagano solamente porque no se bautizó. Pero toda su moral ya es cristiana como por lo demás lo es en Epicteto y en Marco Aurelio.


Hasta cuando la negaban, todas las mentes elevadas de la época comenzaron a esforzarse en torno a la doctrina de Jesús y de los Apóstoles, Tertuliano que, aun cuando de Cartago, poseía el riguroso sentido jurídico de los romanos y era ante todo un gran abogado, cuando se hubo convertido, extrajo del Evangelio un código de vida práctica y le dio la orgánica de un decreto—ley propiamente dicho. Aquel vigoroso orador, que hablaba como Cicerón y escribía como Tácito, de carácter riposo y sarcástico, fue de gran ayuda a la Iglesia, que, después de tanta teología y metafísica griegas, necesitaba organizadores y codificadores. Tertuliano en su extremado celo, acabó casi herético porque en su vejez, agriado su temperamento, criticó a los cristianos ortodoxos por demasiado tibios, indulgentes y blandengues y abrazó la regla, más rigurosa, de Montano, una especie de Lutero avant la lettre que predicaba el retorno a una fe más austera.

 

Otro formidable propagandista fue Orígenes, autor. de más de seis mil libros y opúsculos. Tenía diecisiete años cuando su padre fue condenado a muerte por cristiano. El muchacho quiso seguirle en el martirio y su madre para impedírselo, le escondió las ropas. Te lo ruego: no reniegues de tu fe por amor a nosotros, escribió el muchacho al que iba a morir. Se impuso a sí mismo un noviciado de asceta. Ayunaba, dormía desnudo sobre el pavimento y por fin se castró. En realidad, Orígenes era un perfecto tipo estoico, y del cristianismo dio en efecto una versión suya, que de momento fue aceptada, aunque no por todos. El obispo de Alejandría, Demetrio, la consideró incompatible con el hábito talar que entretanto Orígenes había vestido, y revocó su ordenación. Éste colgó los hábitos, continuó predicando con admirable celo y refutó las tesis de Celso en una obra que ha permanecido famosa; fue encarcelado y torturado, mas no renegó de su fe y murió pobre y sin tacha como había vivido. Doscientos años después, sus teorías fueron, empero, condenadas por una Iglesia que ya tenía bastante autoridad para hacerlo.

 

El Papa que más contribuyó a consolidar la organización en aquellos primeros y difíciles años fue Calixto, a quien muchos consideraban un aventurero. Decían que, antes de convertirse, había sido esclavo, amasado una pequeña fortuna con procedimientos más bien reprobables, hízose después banquero, robó a sus clientes, le condenaron a trabajos forzados y se fugó mediante engaño. El hecho de que, en cuanto fue Papa, proclamase válido el arrepentimiento para borrar todo pecado, incluso mortal, nos hace sospechar que en esas voces había algo de verdad. De todas maneras, fue un gran Papa, que truncó el peligroso cisma de Hipólito y reforzó definitivamente la autoridad del poder central. Decio, que fue un irreductible enemigo de los cristianos, decía que hubiese preferido tener en Roma un emperador rival antes que a un Papa como Calixto. Con éste, el Papado tornóse de veras romano en muchos sentidos. De los sacerdotes paganos de la Urbe tomó prestado la estola, el uso del incienso y de los cirios encendidos delante del altar y la arquitectura de las basílicas. Pero las derivaciones no se limitaron a éstas de carácter formal. 


Los constructores de la Iglesia se apropiaron especialmente de la armazón administrativa del Imperio y la copiaron, instituyendo al lado y contra, cada gobernador de provincia a un arzobispo, y un obispo al lado y contra cada prefecto. A medida que el poder político se debilitaba y que el Estado iba a la deriva, los representantes de la Iglesia heredaban sus tareas. Cuando Constantino subió al poder, muchas funciones de los prefectos, considerablemente en declive, eran asumidas por los obispos. La Iglesia era notoriamente la heredera designada y natural del Imperio en colapso. Los hebreos le habían dado una ética, Grecia una filosofía y Roma le estaba dando su lengua, su espíritu práctico y organizador, su liturgia y su jerarquía.



jueves, 29 de septiembre de 2016

RUFINO TIRANIO


Mejor conocido como Rufino de Aquilea; nació cerca del año 345, probablemente en Concordia, Italia (Jerónimo, Ep. II,2); murió en Sicilia cerca del 410. Aunque sus padres profesaban la fe cristiana, él no fue bautizado hasta que tuvo veinticinco años de edad en Aquilea, donde vivió por corto tiempo como un monje. Durante este período, probablemente compuso su "Exposición del Credo".
 
Poco después de su bautismo se fue a Egipto, probablemente en compañía de Melania; allí pasó seis años entre los ermitaños, y de ellos asimiló su amor por Orígenes. Después de eso se estableció en Palestina, y vivió en un monasterio del Monte de los Olivos con compañeros que vivían en celdas que él mandó a construir, pues era un hombre muy rico. Luego hizo una segunda visita a Egipto la cual duró cerca de dos años. Su amistad con San Jerónimo, comenzada en Aquilea si no antes, se había roto debido a la controversia origenista en Palestina avivada por San Epifanio ,pero posteriormente se reconciliaron.
 
En el año 397 regresó a Italia en compañía de Melania. A su llegada allí compuso un comentario sobre las “ Bendiciones de los Patriarcas”, y comenzó su trabajo como traductor de Orígenes con una versión en latín de la “Apología por Orígenes” de San Pánfilo, a la que añadió a modo de epílogo un tratado breve pero de gran valor histórico "La adulteración de las obras de Orígenes por herejes". Este fue seguido por una traducción del "De principiis" de Orígenes. Como el original ya no existe, el concepto de Rufino de su oficio como traductor, aunque prudente en el momento, es agravante para la posteridad. Suponiendo la extensa falsificación por los herejes, él omitió y rectificó, procurando sin embargo hacer sus rectificaciones a partir de lo que Orígenes había dicho en otra parte. Asimismo, indiscretamente, si no con mala intención, elogió el celo anterior de San Jerónimo hacia Orígenes. Esto condujo a un nuevo brote de la controversia origenista y un alejamiento definitivo de San Jerónimo. San Jerónimo atacó a Rufino, quien respondió con una "Apología" en dos libros. Fue en el marco de esta controversia que escribió su corta "Apología al Papa Anastasio".
 
Rufino tradujo otros escritos de Orígenes, además de los ya nombrados, algunos tratados de San Basilio y de San Gregorio Nacianceno, el " Reconocimientos de Clemente", el "Dichos" o "Anillo de Sixto", algunos tractos cortos de Evagrio del Ponto, y la “Historia Eclesiástica” de Eusebio; a este último añadió dos libros, con lo que actualizó la narrativa hasta su propia época. Para la cuestión de si la "Historia monachorum" es una obra original o una traducción vea monacato, monacato oriental
 

La mejor edición de las obras de Rufino es la de Vallarsi (Verona, 1745). Contiene la “Vita Rufini” de Fontanini, que sigue siendo una gran autoridad. Esta edición ha sido reimpresa por Migne en P.L., XXI. Por desgracia, no contiene las traducciones, y lo que es más importante, los prefacios de las traducciones, las cuales hay que buscar en las obras de Orígenes, San Basilio, etc. La traducción de la “Historia Eclesiástica” de Eusebio junto con la continuación, ha sido publicada recientemente en la edición de Berlín de los escritores cristianos griegos de los primeros tres siglos. El más importante de los escritos de Rufino, incluyendo los antedichos prefacios, se ha traducido en el tercer volumen de Wace y Schaff de " Padres de Nicea y posteriores a Nicea".