miércoles, 31 de enero de 2018

CLEÓBULO DE LINDOS DICE SOBRE LA INJUSTICIA


Aceptar la injusticia no es una virtud, sino todo lo contrario.


CAYO SALUSTIO CRISPO DICE SOBRE LA FORTUNA


La fortuna sigue a los mejores.







PITÁGORAS DICE SOBRE LA AMISTAD


Antes que al médico llama a tu amigo.






EPÍCURO DE SAMOS DICE SOBRE LA RIQUEZA



El que no considera lo que tiene como la riqueza más grande, es desdichado aunque sea dueño del mundo.




ARENGA DE CAYO MARIO A SUS LEGIONARIOS DESPUÉS DE TOMAR LA CIUDAD DE CIRTA ( NUMIDIA )


 


¡Bravo, proletarios! ¡Habéis demostrado ser más valientes, más decididos, más trabajadores, más inteligentes que nadie! ¡Las astas de muchos estandartes quedarán ahora adornadas con condecoraciones! ¡Así tendrán algo que mirar en Roma cuando desfilemos en triunfo! ¡Y a partir de este momento ningún romano podrá decir que los proletarios no ganan batallas para Roma!



sábado, 27 de enero de 2018

DEMETRIO I POLIORCETES DE MACEDONIA DICE SOBRE LA AMISTAD



Amigos son los que en las prosperidades acuden al ser llamados y en las adversidades sin serlo.








SAN AGUSTIN DICE SOBRE LA MUERTE


Tema el alma su propia muerte y no la del cuerpo.










DEMÓSTENES DICE SOBRE LAS PALABRAS Y LOS HECHOS


La palabras que no van seguidas de los hechos no valen para nada.




EURÍPIDES DICE SOBRE LA PRUDENCIA



La temeridad es peligrosa en un jefe: el verdadero coraje es la prudencia.






TITO LIVIO DICE SOBRE LOS AMIGOS


Por los hechos, no por las palabras, se han de apreciar los amigos.





LAS LEGIONES DE CAYO MARIO EN NUMIDIA, ÁFRICA (PRIMER ESTRENO DE LAS "MULAS DE MARIO", PROLETARIADO ROMANO EN LAS LEGIONES)



Una de las principales características de una larga campaña en tierra extranjera es el modo en que el ejército y su jerarquía de mando se amoldan a un estilo de vida en el que el país extranjero llega a adquirir categoría de hogar semipermanente. A pesar de todos los movimientos de incursiones y expediciones, el campamento cobra aspecto de ciudad y la mayoría de los soldados encuentran mujer y casi todas ellas dan a luz; tiendas, tabernas y comerciantes se multiplican fuera de las fortificaciones y las casuchas de adobe para las mujeres y los niños crecen como setas en un improvisado sistema de callejas.


Tal era la situación en el campamento romano en las afueras de Utica, y, en menor grado, la del campamento de Cirta. Como Mario elegía a sus centuriones y tribunos militares con gran cuidado, el período de las lluvias invernales, durante el cual no se combatía, se dedicaba, además de a la instrucción y a maniobras, a dividir a la tropa en octetos de afinidad por tiendas y a solventar los mil y un problemas disciplinarios que por fuerza se dan entre tantos hombres obligados a vivir juntos durante plazos tan largos.


Con la llegada de la primavera africana, cálida, lujuriante, fértil y seca, el campamento entró en ebullición, con un movimiento parecido al que le acomete al caballo por un extremo y recorre su piel hasta el otro. Sacaban los equipos para la campaña que se avecinaba, encargaban la redacción de testamentos a los escribas de las legiones, se limpiaban y engrasaban las cotas de malla, se afilaban espadas y dagas, se rellenaban los cascos con fieltro en previsión del calor y de las abolladuras, se examinaban minuciosamente las sandalias para reponerles los clavos, se remendaban túnicas, y cualquier pertrecho gastado o estropeado se mostraba al centurión y se devolvía a intendencia para que lo reemplazara.


En invierno había llegado de Roma un cuestor del Tesoro con la paga de las legiones y ello provocó un aumento de la actividad entre los funcionarios, dedicados a la contabilidad y al pago de la tropa. Como sus soldados eran insolventes, Mario había creado dos fondos obligatorios para ingresar en ellos parte de la soldada de cada hombre: un fondo para el entierro digno de los legionarios que muriesen fuera de Italia y no en combate (si morían luchando, el entierro lo pagaba el Estado) y un fondo de ahorro en el que se guardaba el dinero de la tropa hasta que se licenciase.


El ejército de Africa sabía que le esperaban grandes acciones en la primavera del consulado de Cepio, aunque esto sólo se sabía en las altas esferas del mando. Recibieron órdenes de marcha ligera, lo cual significaba que no habría que formar un convoy de pertrechos de varias millas en carros tirados por bueyes, sino de carros con mulas capaces de seguir el paso de la marcha y acampar cada noche. Ahora todos los soldados estaban obligados a llevar su equipo a la espalda, lo que hacían muy ingeniosamente, colgado de un fuerte palo desbastado que portaban sobre el hombro izquierdo, con los adminículos de afeitarse, las túnicas de muda, calcetines, calzones de invierno y pañuelos para el cuello para evitar el roce de la cota de malla, todo ello dentro de la manta enrollada y metido en una funda de cuero y con el sagum, la capa circular para la lluvia; y en una bolsa de piel, cubiertos y cazuela, cantimplora, un mínimo de raciones para tres días, una estaca ya cortada para la empalizada del campamento, las herramientas de atrincheramiento que les entregasen, un cubo de cuero, una cesta de mimbre, una sierra y una hoz, y productos para cuidar las armas y la armadura. El escudo, guardado en una funda de piel fina, lo llevaban colgado a la  espalda debajo de su equipo, mientras que el casco, desprovisto del penacho de crin de caballo, cuidadosamente guardado, lo metían con lo demás, se lo colgaban del pecho o lo llevaban puesto si marchaban para atacar. El soldado siempre se quitaba la cota de malla para la marcha y se ceñía a la cintura las veinte libras de peso con el cinturón para distribuir la carga en las caderas. Al lado derecho del cinturón fijaba la espada en la vaina y a la izquierda la daga, igualmente envainada, para portarlas en las marchas. No llevaba las dos lanzas.


Cada ocho hombres disponían de una mula en la que cargar la tienda de cuero, los piquetes y las lanzas, además de las raciones suplementarias si no se las repartían cada tres dias. Ochenta legionarios y veinte auxiliares formaban una centuria al mando de un centurión, y cada centuria disponía de un carro tirado por una mula en el que iba el resto de los pertrechos: ropa, herramientas, armas de reserva, parapetos de mimbre para la fortificación del campamento, raciones cuando no se repartían durante  períodos largos y otras cosas. Si se desplazaba todo el ejército sabiendo que no iba a volver sobre sus pasos al final de la campaña, todas las pertenencias, desde los botines a la artillería, se transportaba en carros tirados por bueyes que le seguían varias millas a retaguardia fuertemente vigilados.


Cuando, en primavera, Mario se puso en marcha hacia Numidia occidental, dejó los pertrechos pesados en Utica. No obstante, era un impresionante desfile de tropas que se alargaba hasta el infinito, pues cada legión con sus carros de mulas y artillería ocuparía una milla, y Mario avanzaba en dirección oeste con seis legiones y la caballería. De todos modos, ésta la dispuso sobre los flancos de la infantería, con lo cual la columna se extendía unas seis millas.


En campo abierto no había posibilidad de emboscadas y el enemigo no podía lanzar un ataque simultáneo por sorpresa sobre todo el largo de la columna, y en un ataque parcial, el resto de la tropa se habría lanzado contra los agresores, rodeándolos.


No obstante, cada noche se cursaba la misma orden: acampar. Lo que significaba medir y marcar un área lo bastante grande para albergar a todos los hombres y animales del ejército, excavar hondas trincheras, fijar en el fondo las estacas afiladas llamadas stimuli, levantar taludes de tierra y empalizadas. Pero, al final, todos  excepto los centinelas-, podían dormir como un tronco, a sabiendas de que el enemigo no podía infiltrarse con suficiente rapidez para tomar el campamento por sorpresa.


Fueron los hombres de este ejército, el primero totalmente formado por "el censo por cabezas", los que se autobautizaron "mulas de Mario", porque el cónsul los había cargado como mulas. En los ejércitos al estilo tradicional, formados por propietarios, hasta la clase de tropa marchaba con los efectos cargados en mulas, burros o esclavos, y los que no podían procurárselos, alquilaban espacio de carga a los que disponían de él. En consecuencia, se tenía un mal control del número de carros y furgones, porque muchos eran privados. Y, por lo tanto, un ejército al estilo antiguo marchaba más despacio y con menor eficacia que el de Mario y otros similares que le sucederían en los seis siglos siguientes.


Mario había dado a los proletarios del "censo por cabezas" un trabajo útil y un salario por hacerlo. Pero, aparte de eso, pocos favores les hizo, salvo rebanar por arriba y por abajo el borde curvado del viejo escudo de infantería de metro y medio de altura, porque si no los soldados no habrían podido llevarlo a la espalda bajo el palo con los efectos; el nuevo escudo era noventa centimetros más bajo y no chocaba con la carga ni les pegaba en los talones durante la marcha.