domingo, 14 de enero de 2018

DISCURSO DEL CÓNSUL CAYO MARIO ANTE EL SENADO ROMANO PROPONIENDO EL RECLUTAMIENTO DEL PROLETARIADO ROMANO POR PRIMERA VEZ PARA PROVEER A LAS LEGIONES


En estos momentos Roma se ve obligada a guerrear en tres frentes, sin contar Hispania. Necesitamos tropas para luchar en Numidia, Macedonia y contra los germanos en la Galia. No obstante, en estos quince años desde la muerte de Cayo Graco hemos perdido sesenta mil soldados romanos en los distintos campos de batalla. Otros miles han quedado inútiles para el servicio. Repito la duración de ese período, padres conscriptos: quince años. Ni siquiéra la mitad de una generación.

 

No podemos completar las levas por una razón de peso: no hay hombres. La carencia de ciudadanos romanos y de individuos con derechos latinos es abrumadora, pero la penuria de itálicos es aún peor. Aunque alistásemos tropas en todos los distritos al sur del Arno, no podríamos alcanzar el número que necesitamos para las campañas de este año. Supongo que el ejército africano, las seis potentes legiones, entrenadas y equipadas, regresarán a Italia con Quinto Cecilio Metelo para que mi estimado colega Lucio Casio Longino las emplee en la Galia Transalpina. Las legiones de Macedonia están también equipadas y formadas por veteranos y estoy seguro de que seguirán luchando bien a las órdenes de Marco Minucio y su joven hermano . Pero subsiste el problema de la necesidad de un nuevo ejército para Africa. Quinto Cecilio Metelo ha dispuesto de seis potentes legiones. Personalmente creo que podría reducirse a cuatro el número de esas legiones si necesario fuera. ¡Pero Roma no dispone de cuatro legiones de reserva! Para refrescaros la memoria, os daré las cifras exactas de los elementos de un ejército de cuatro legiones.

 

Con plenos efectivos, cada legión consta de cinco mil ciento veinte soldados de infantería, más mil doscientos ochenta hombres libres no combatientes y otros mil esclavos no combatientes. Luego tenemos la caballería, una fuerza de dos mil jinetes, más dos mil hombres libres y esclavos no combatientes como tropa de apoyo. Por consiguiente, me enfrento a la tarea de reclutar veinte mil cuatrocientos ochenta soldados de infantería, cinco mil ciento veinte hombres libres no combatientes, cuatro mil esclavos no combatientes, ocho mil jinetes y ocho mil fuerzas auxiliares de caballería. Bien, nunca ha sido difícil alistar las tropas auxiliares y no lo será, dado que los requisitos para ello los cumple un simple aparcero. Tampoco habrá dificultades con la caballería, ya que, por tradición, Roma siempre ha tenido tropas a caballo de origen romano o itálico; encontraremos los hombres que necesitemos en Macedonia, Tracia, Liguria y Galia Transalpina, y ellos mismos aportarán los caballos y las fuerzas auxiliares.

 

Nuestro Estado es frugal, padres conscriptos. Cuando expulsamos a los reyes derogamos el concepto de organizar un ejército pagado fundamentalmente por el Estado, y por tal motivo limitamos el servicio de las armas a los que contaban con medios suficientes para adquirir el armamento, las armaduras y el equipo auxiliar, requisito aplicable a todos los soldados, romanos, latinos eitálicos, sin ninguna excepción. Un hombre que tiene propiedades está dispuesto a defenderlas y se interesa por la conservación del Estado y de sus propiedades. Está dispuesto a luchar de corazón. Por ese motivo nos hemos mostrado reacios a tener un imperio de ultramar y constantemente hemos evitado poseer provincias. Pero, tras la derrota de Perseo falló nuestro loable intento de implantar un autogobierno en Macedonia, porque los macedonios no entendían otro sistema que la autocracia. Y por eso tuvimos que incorporar Macedonia a título de provincia romana porque no podíamos permitirnos el riesgo de unas tribus bárbaras que invadieran su costa occidental, tan próxima a la costa oriental de Italia. La derrota de Cartago nos obligó a hacernos cargo del imperio cartaginés en Hispania, para no correr el riesgo de que otras naciones se posesionasen del mismo. Entregamos la mayor parte del Africa cartaginesa a los reyes de Numidia y sólo nos reservamos una pequeña provincia en torno a la propia Cartago para impedir el resurgir púnico. Sin embargo, ved lo que ha sucedido por ceder tanto territorio a los reyes númidas. Ahora nos vemos obligados a conquistar Africa para defender nuestra pequeña provincia y contener las flagrantes ansias expansionistas de un solo hombre: Yugurta. ¡Pues se trata, padres conscriptos, de un solo hombre que nos trae en jaque! El rey Atala nos legó Asia al morir ¡y aún seguimos tratando de eludir allí nuestras responsabilidades provinciales! Cneo Domicio Ahenobarbo abrió toda la costa de Galia entre Liguria y la Hispania Citerior para que dispusiésemos para nuestros ejércitos de un corredor seguro, estrictamente romano, entre Italia e Hispania, pero con ello nos hemos visto obligados a crear otra provincia.

 

Nuestros soldados luchan ahora en campañas fuera de Italia. Están lejos de su patria largos períodos, tienen sus casas y tierras abandonadas, sus mujeres los engañan, no engendran hijos. Con el resultado de que cada vez tenemos menos voluntarios y nos vemos obligados a decretar levas. ¡Ningún hombre que se dedique a la agricultura o tenga un negocio desea estar apartado de su quehacer cinco, seis o siete años! Y cuando se le licencia corre el riesgo de ser de nuevo llamado a filas cuando no hay voluntarios que se presenten.

 

Pero, sobre todo ¡han muerto tantos hombres de éstos en los últimos quince años! Y no han sido reemplazados. Toda Italia carece de hombres con los requisitos necesarios para formar un ejército romano tradicional. Bien, desde tiempos de la segunda guerra contra Cartago los funcionarios de reclutamiento han tenido que hacer la vista gorda en lo relativo a los requisitos de propiedad. Y después de la pérdida del ejército de Carbo el Joven hace seis años, hemos incluso permitido la incorporación a filas de hombres que ni siquiera podían pagarse la armadura, y menos el resto del equipo. Si bien esto siempre se ha hecho de tapadillo, oficiosamente y siempre como último recurso.

 

Esa época se ha acabado, padres conscriptos. Yo, Cayo Mario, cónsul del Senado y el pueblo de Roma, hago saber a los miembros de esta cámara que voy a reclutar mis tropas, no por el sistema de leva obligatoria. ¡Yo quiero soldados conscientes y no hombres que prefieren estar en su casa! ¿Y dónde voy a encontrar unos veinte mil voluntarios, os preguntaréis? Bien, la respuesta es sencilla. ¡Voy a hallarlos entre los del censo del estrato social más bajo, aquellos tan pobres que no se les permite ingresar en ninguna de las cinco clases! ¡Voy a buscar esos voluntarios entre los que no tienen ni dinero, ni propiedades, y muchas veces ni siquiera trabajo fijo! ¡Voy a buscar mis voluntarios entre aquellos a quienes nunca se les ha dado la oportunidad de luchar por su país, de luchar por Roma!

 

Podéis gritar, chillar y aullar hasta que las ranas críen pelo! . ¡Pero os notifico desde este mismo momento qué es lo que voy a hacer! ¡Y, además, no necesito vuestro consentimiento! ¡No hay ninguna tablilla con una ley que me lo impida, pero en cuestión de días habrá una que especifique que puedo hacerlo! ¡Una ley que estipule que cualquier magistrado mayor legalmente elegido que necesite un ejército, puede buscarlo entre los capite censi, los proletarii! ¡Porque voy a presentar mi causa al pueblo!

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