martes, 29 de septiembre de 2020

CÉSAR DICE SOBRE LA FILOSOFÍA Y LA RELIGIÓN


Siempre me interesé profundamente por ambas cosas: la filosofía y los variados cultos religiosos que conocí en Oriente y Occidente. Tuve agradables discusiones con caldeos, indios, profesores alejandrinos y galos, educados en las doctrinas de los druidas británicos. Pero mantuve un gusto especial respecto a las ceremonias religiosas de mi propio país, y aun en los días de mi sacerdocio pasaba varias horas discutiéndolas, particularmente con algunas de las Vestales. Las amistosas relaciones que cultivaba con estas damas, me resultaron posteriormente de gran utilidad.

 ( Rex Warner )






JANTIPO DICE A SU HIJO PERICLES ADOLESCENTE SOBRE SU INMADUREZ

Cuando tengas que administrar una propiedad, hijo mío, pensarás de modo distinto.




POMPEYO A SILA


Permíteme recordarte que la mayoría adora al sol naciente y no al poniente.






PLUTARCO DICE SOBRE LA AMISTAD


La amistad es animal de compañía, no de rebaño. No necesito amigos que cambian cuando yo cambio, y asienten cuando yo asiento. Mi sombra lo hace mucho mejor. Si hacéis amistad con un cojo, aprended a cojear.




PÍNDARO DICE SOBRE EL SILENCIO


Muchas veces lo que se calla causa más impresión que lo que se dice.

NUEVOS TRATAMIENTOS EN LA JERARQUÍA ROMANA A PARTIR DEL REINADO DE CONSTANTINO

Mancillóse la pureza del idioma latino, prohijando el orgullo y la lisonja una sarta de adjetivos que no entendiera Cicerón, y que Augusto desechara con enfado. Saludábase a los primeros empleados del Imperio, aun por el mismo soberano, con los dictados engañosos de vuestra Sinceridad, vuestra Gravedad, vuestra Excelencia, vuestra Eminencia, vuestra sublime y asombrosa Grandeza, vuestra ilustre y magnífica Alteza .

  ( Edward Gibbon )



ODA DE AUSONIO AL CABALLO DEL EMPERADOR

 

Oh negro y lustroso corcel, cuya fortuna es desplegar los dorados muslos y las firmes convexidades similares a Marte del divino Augusto...



PRISCO DEL EPIRO

Prisco del Epiro (c. 305 - c. 395) fue un filósofo y teúrgo neoplatónico y amigo del emperador romano Juliano el Apóstata.

Prisco fue pupilo de Edesio en Pérgamo y luego fue a enseñar a Atenas, donde fue maestro de Juliano.​ Cuando Juliano estuvo en Galia, escribió a Prisco con la intención de adquirir los escritos de Jámblico sobre los oráculos caldeos.​ Cuando Juliano fue proclamado César, convocó a Prisco a Galia, y lo llevó con él a Constantinopla cuando se convirtió en augustus en 361.​ Prisco y Máximo de Éfeso viajaron con Juliano en campaña a Persia y estuvieron con él cuando falleció en 363.​ En algún momento después de la muerte de Juliano, Prisco fue arrestado, pero finalmente liberado, a diferencia del destino de Máximo, quien fue ejecutado en 371.​ Prisco regresó a Atenas donde continuó enseñando por más de treinta años.



jueves, 24 de septiembre de 2020

CÉSAR DICE SOBRE TITO LABIENO, EL ÚNICO DE SUS GENERALES QUE LE TRAICIONÓ

 


Aun cuando los conocía bastante bien, hasta el último momento no pude creer que me obligarían a provocar una guerra. Durante todo aquel diciembre decisivo ofrecí hacer concesiones y más concesiones y, por medio de mis agentes, di seguridades en las que debía haberse creído, si hubiera existido la menor disposición a entrar en razón. Mientras tanto, mis amigos me advertían de la existencia de varias maquinaciones que se urdían contra mi. Se decía que algunos de mis oficiales habían sido sobornados para que trabajaran con mis enemigos, y especialmente se me informó que Labieno se hallaba en constante comunicación con Pompeyo y con aquellos amigos de Pompeyo que estaban más resueltos a provocar una ruptura entre nosotros. Pero yo no podía dar crédito a semejantes historias. Conocía a Labieno desde que éramos pequeños; porque yo confié en él desde el principio, pudo ganar por sus propios méritos las grandes riquezas y la gran gloria que obtuvo en todas las guerras galas. Yo lo había colocado en un plano diferente del de todos mis otros generales y, cuando fue posible, le había conferido mando independiente. En cuestiones militares siempre habíamos estado unidos, y sobre esta base, por lo menos, había prosperado nuestra amistad. Claro está que en otros aspectos había diferencias entre nosotros. Labieno era hombre de disposición ruda, violenta, vengativa. Podía ser generoso con sus amigos, pero nunca perdonaba a un enemigo. Sabía que Labieno no había aprobado las medidas de conciliación que adopté en las Galias en el último año. Si él hubiera podido disponer las cosas a su modo, todos los que participaron en la rebelión (lo cual equivalía prácticamente a toda la población) habrían sido muertos o reducidos a la esclavitud. También sabia que Labieno estaba celoso por los favores que yo dispensaba a Antonio, en quien encontré un compañero muy agradable, así como un oficial capaz y enérgico. El hecho de que Antonio, que era dueño de un carácter disipado y entregado a los placeres, fuera asimismo un buen general, no encajaba en las ideas preconcebidas de Labieno. Pero tampoco yo encajaba en esas ideas y, sin embargo, durante todos esos años él había trabajado conmigo del modo más leal y eficiente. Labieno nunca perdió una batalla, y en las únicas ocasiones de la guerra de las Galias en que sufrimos reveses él nunca estuvo siquiera cerca del escenario de la acción. Bien pudiera ser que, considerando su larga carrera de victorias, Labieno se estimara mejor general que yo, y es verdad que en muchos aspectos no era inferior a mí. Entiendo que de vez en cuando dijera cosas despectivas sobre mí: era un hombre colérico, orgulloso, porfiado en sus opiniones y no se sentía a sus anchas cuando no había que combatir. Durante toda la última estación de campañas yo había dedicado por entero mis energías a la política, ya de las Galias, ya de Roma. Habíamos hecho que las legiones marcharan de un distrito a otro, tan sólo para mantenerlas activas y hacer más fáciles nuestros problemas de aprovisionamiento; y en mis horas de descanso me complacía en conversaciones intelectuales y literarias, que siempre me han encantado. Recuerdo que me interesé particularmente por la nueva escuela de poetas muy jóvenes, varios de los cuales eran oriundos de mi provincia: la Galia Cisalpina, la cual ya había producido a Catulo. El joven Asinio Polión acababa de incorporarse a mi plana mayor, después de haber terminado sus estudios en Roma, y solía hablar con grandísimo entusiasmo del nuevo estilo literario que, según pretendía, estaban desarrollando sus amigos. Uno de esos amigos era un muchacho de dieciocho años, el hijo de un propietario rural de cerca de Mantua, llamado, creo, Virgilio. Según Polión el muchacho tenía una pasmosa aptitud para la versificación y proyectaba componer un poema épico sobre el tema de los primeros reyes de Alba, que, desde luego, son mis antepasados. Me parecía éste un proyecto digno de estimularse, aunque luego Polión me informó que aquel Virgilio había abandonado la poesía para dedicarse a la filosofía. Alguna vez tengo que preguntarle a Polión qué se ha hecho de aquel joven. Nadie puede escribir un poema épico en su primera juventud, y los jóvenes más inteligentes terminan por cansarse de la filosofía. Pero en aquella época esas conversaciones literarias que mantenía, entre otros, con Polión por alguna razón solían enfurecer a Labieno. Supongo que ponía objeciones a toda actividad en la cual él no pudiera desempeñar un papel relevante. Y sin duda porque me interesaba la poesía decía él a veces que yo era un general aficionado. Pero yo no podía dar crédito a los informes sobre su traición. Me parecía que a pesar de ciertas diferencias de nuestros temperamentos nos debíamos gratitud recíproca. Pensaba asimismo que Labieno comprendía muy bien que mis enemigos de Roma estaban dirigidos por un pequeño grupo de miembros de antiguas familias que nunca recibirían entre ellos como a un igual a un hombre que, como Labieno, no tenía grandes relaciones en Roma. Creía que tanto la generosidad como su propio interés lo mantendrían leal a mí, aunque en esa época de mi vida ya sabía que no muchos hombres se rigen por la generosidad y no todos lo hacen por interés. Aun así, no es propio de mi naturaleza sospechar de mis amigos. Preferiría que me traicionaran, como lo fui por Labieno, o hasta que me asesinaran, como lo fue Sertorio, a pasarme la vida tomando precauciones contra aquellos en quienes, si tiene uno los sentimientos de un ser humano, es natural y agradable confiar. Hasta ahora Labieno es el único amigo que me traicionó; puedo, pues, considerarme afortunado.

 ( Rex Warner )




LIBANIO DICE SOBRE EL EMPERADOR TEODOSIO

 

No olvidemos que viene de España, país que se caracteriza por su falta de cultura. También pertenece a una familia de militares y no hay pruebas de que alguna vez haya estudiado filosofía. Fuera de la política, su principal interés es criar ovejas. Sin embargo, sólo tiene treinta y tres años y su carácter es amable, según se dice. Aunque no debemos contar con esto. ¡Cuántas veces en el pasado hemos sido víctimas de príncipes con fama de buenos, pero que, al subir al trono del mundo, se convinieron en monstruos ante nuestros ojos!. El difunto Valente, por ejemplo, o el propio hermano de Juliano, el césar Galo, un joven encantador que llenó de terror a Oriente. Debemos estar en guardia, como siempre.




CICERÓN DICE SOBRE LA LEY

La ley suprema es el bien del pueblo.



 

La monarquía degenera en tiranía, la aristocracia en oligarquía y la democracia en violencia y anarquía.





MARCO AURELIO DICE SOBRE HABLAR

Antes de empezar a hablar, procura que en tu rostro pueda leerse lo que vas a decir.





 


domingo, 20 de septiembre de 2020

LACTANCIO

Lucio Cecilio Firmiano Lactancioa (c. 245-c. 325) fue un escritor latino y apologista cristiano nacido en el norte de África, discípulo del maestro africano de retórica Arnobio.


 

Enseñó retórica en varias ciudades orientales del Imperio romano. Fue instituido profesor de retórica en Nicomedia por Diocleciano. Habiéndose convertido al cristianismo, el primer edicto de Diocleciano contra los cristianos de febrero de 303 provocó su despido. Según Jerónimo, vivió en la pobreza subsistiendo como escritor hasta que Constantino I lo reivindicó, convirtiéndolo en tutor de latín de su hijo Crispo. Podría haber acompañado a este último a Tréveris en 317 cuando fue designado césar. Crispo fue ejecutado en Istria en 326, pero se ignora si Lactancio corrió la misma suerte.


Solo se conservan sus obras cristianas. Las principales obras son: De opificio Dei (303-304) (Sobre la obra de Dios), en la que pretende demostrar la existencia de la providencia divina tomando como base la forma del cuerpo humano; De ira Dei (Sobre la ira de Dios), sostiene contra los filósofos estoicos y epicúreos que la ira es un componente necesario del carácter de Dios, que debe repartir justo castigo contra los malhechores; y las Institutiones divinae (Instituciones divinas). Esta última es una obra de gran envergadura (siete libros), una defensa de la doctrina cristiana como un sistema armonioso y lógico.

Lactancio fue criticado por los cristianos por sus creencias poco ortodoxas, sin embargo comprendió cuáles parecían ser los principios esenciales de la religión cristiana. Escribió en una retórica prosa ciceroniana —se le llamó el Cicerón cristiano—, en un tono más bien persuasivo que polémico, procurando justificar la fe por la razón antes que por la autoridad. 

Una excepción a este estilo de escribir la encontramos en su De mortibus persecutorum (Sobre las muertes de los perseguidores) escrita en la Galia en el 318, poco después del triunfo del cristianismo. Se trata de una espeluznante descripción de los sucesivos destinos de los emperadores que persiguieron a los cristianos, especialmente en la época de Lactancio.

Lactancio y Cosmas Indicopleustes son los dos únicos autores cristianos de la antigüedad y del medievo de los que se sabe con certeza que mantuvieron la idea de una Tierra plana.

Todos los escritos de Lactancio fueron declarados de prohibida lectura por las autoridades católicas del Ducado de Parma en 1580, entrando a formar parte del Index librorum prohibitorum de la Iglesia mediante decreto del 11 de julio de 1684.



PLUTARCO DICE SOBRE LA ACRITUD



El sabio sólo usa de acritud contra sí mismo y es amable con los demás.

PÍNDARO DICE SOBRE LA INMORTALIDAD

 

No aspires a la vida inmortal, pero agota el campo de lo posible.



PUBLIO TERENCIO AFRO DICE SOBRE LOS EXCESOS

 

He aquí una de las normas que considero de mayor utilidad en la vida: nunca exceso en nada.