Permanecimos en el
campamento de Pompeyo el tiempo suficiente para satisfacer el hambre y
la sed; y allí había abundantes elementos para hacerlo. Todo lo que vimos
indicaba que el enemigo estaba completamente seguro de la victoria y que había
vivido mucho tiempo en un estado de lujo que era altamente inconveniente
para un ejército que se hallaba a punto de librar batalla con mis
legiones de veteranos. Las tiendas de Léntulo y de otros nobles parecían
más casas de verano que resguardos de soldados. Estaban amparadas de los
rayos del sol por hiedras, y en el suelo tenían césped cuidadosamente cortado.
Se habían tendido mesas y se veía mucha platería. El vino ya estaba preparado
para servirse frío, y los cocineros casi habían terminado sus preparativos para
lo que debía ser un banquete que celebrara la victoria. Estos,
reflexioné, eran los hombres que tenían la costumbre de acusarnos a mí y
a mis soldados de afeminamiento.
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