lunes, 14 de septiembre de 2020

EL PERRO DE PERICLES

 

Cuando evacuaba a su familia y sus efectos de su finca situada cerca de Atenas, Jantipo había impartido órdenes de que no se embarcaran animales en el primer navío; los caballos, los podencos y demás ganado se trasladarían luego, suponiendo que esto fuese posible. Era una orden muy sensata si se considera la falta de espacio, pero uno de los podencos, el favorito de Pericles, se negó a quedarse atrás. Este animal se lanzó al agua y comenzó a nadar tras el navío, que, desde luego, se alejaba de él con rapidez. Pronto sólo se vio una mancha a la distancia, que era la cabeza del perro, y, en medio de la general prisa y confusión, nadie oía los ruegos de Pericles, que exhortaba a detener el navío para socorrer al animal. Intentaron, sin éxito, tranquilizar al muchacho; se le dijo que el perro pronto se cansaría y volvería a la orilla. Peno el perro no hizo nada parecido. Por algún instinto olfativo o visual, mantuvo contacto con el navío durante toda la travesía y, cuando estaban terminando de descargar en Salamina, volvieron a verlo nadando aún hacia la costa. Pericles, y también Jantipo, corrieron a la playa, alegres, para dar la bienvenida al animal. Pero el perro estaba agotado. Se arrastró por la arena, agachó las orejas y con una última convulsión murió. Me dijeron que durante la semana que siguió a esto Pericles no dirigió la palabra a su hermano mayor, Arifrón, que no había dado importancia alguna al suceso. También estaba furioso con su padre, a quien consideraba responsable de aquella muerte, si bien al fin se apaciguó cuando Jantipo, que estaba muy apenado por el muchacho y, al mismo tiempo, orgulloso del comportamiento del perro, mandó que se erigiera una tumba al animal en las costas de Salamina. Puede vérsela allí en nuestros días.

 ( Anaxágoras )





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