Desnudándose,
pues, al punto, de las armas, se dirigió sin dilación al baño, diciendo: “Vamos
a lavarnos el sudor de la batalla en el baño de Darío”; sobre lo que uno de sus
amigos repuso: “No, a fe mía, sino de Alejandro, porque las cosas del vencido
son y deben llamarse del vencedor”. Cuando vio las cajas, los jarros, los
enjugadores y los alabastros, todo guarnecido de oro y trabajado con primor,
percibió al mismo tiempo el olor fragante que de la mirra y los aromas despedía
la casa; y habiendo pasado desde allí a la tienda, que en su altura y capacidad
y en todo el adorno de alfombras, de mesas y de aparadores era ciertamente
digna de admiración, vuelto a los amigos: “En esto consistía -les dijo-, según
parece, el reinar”.
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