sábado, 24 de agosto de 2019

QUINTO HORACIO FLACO DICE SOBRE LA VIDA



La vida no regala nada a los mortales, sin un gran esfuerzo.









PLUTARCO DICE SOBRE GOBERNAR




Quien disimular no puede, que no gobierne.



PUBLIO SIRO DICE SOBRE LOS DEFECTOS




Por los defectos de los demás el sabio corrige los propios.




INSCRIPCIÓN EN LA LÁPIDA DE UN GLADIADOR



Yo, que rebosaba confianza en el estadio, ahora soy un cadáver, caminante, un reciario de Tarso, miembro del segundo equipo, [de nombre] Melanippos. Ya no oigo el sonido de la trompeta de bronce batido, ni provoco el estruendo de las flautas en un desigual combate. Dicen que Hércules completó doce trabajos, pero yo, tras completar el mismo número, llegué a mi fin en el decimotercero. Thallos y Zoe erigieron a su costa este monumento en memoria de Melanippos.







MADRES DE PATRICIOS ROMANOS



En los buenos y viejos días, el hijo de cada hombre, nacido del matrimonio, era criado no en la cámara de alguna nodriza mercenaria, sino en el regazo de su madre, y en sus rodillas. Y la madre no podía recibir mayor elogio que decir que se ocupaba de la casa y que estaba dedicada a sus hijos […]. En presencia de una de ellas ninguna baja palabra podía pronunciarse sin grave ofensa, y ninguna mala acción ser cometida. Religiosamente y con la mayor de las diligencias regulaba no solo las tareas serias de los jóvenes a su cargo, sino sus divertimientos y sus juegos. Era con este espíritu, se nos dice, que Cornelia, la madre de los Gracos, dirigió su crianza, Aurelia la de César, Atia la de Augusto: así es como estas mujeres entrenaron a sus principescos hijos.


(Suetonio)









ELIA PETINA


Elia Petina (en latín, Aelia Paetina) fue una dama romana del siglo I, segunda esposa del emperador Claudio.
 
Petina fue hija del consular Sexto Elio Cato. De su matrimonio con Claudio, fue madre de Antonia.
 
El emperador Claudio la repudió para casarse con Mesalina. Cuando esta murió, los libertos del emperador le propusieron una candidata cada uno para volver a casarse, siendo Petina la seleccionada por Narciso. El liberto alegaba en su favor que ya estuvieron casados previamente y que respetaría a los hijos de Mesalina, no deseándoles ningún mal.5 Claudio escogió finalmente a Agripina la Menor.

BREVE REINADO DEL EMPERADOR DIOCLECIANO


El Zeus Capitolino se apiadó por fin de la raza humana y le dio el dominio de toda la tierra y el mar al divino rey Diocleciano. Él extinguió el recuerdo de los antiguos sufrimientos en todos aquellos que aún padecían con penosas cadenas en lugares sin luz.

( Extracto de un discurso pronunciado en Oxyrhynchus, en Egipto, probablemente en 285 ).



MACROBIO DICE SOBRE OCTAVIO AUGUSTO



Augusto dijo a sus amigos que tenía dos hijas malcriadas y que tenía que aguantarse con ellas… la res publica y Julia.


 


BATALLA DE SOLICINIUM


La Batalla de Solicinium se libró en el año 368 entre el ejército del Imperio romano y los alamanes. El ejército romano fue dirigido por el emperador Valentiniano I.
 
Sobre la campaña del emperador Valentiniano I y la batalla contra los alamanes cerca de Solicinium escribió el historiador romano Amiano Marcelino en su libro "Res Gestae" (libro 27/10): "Hecho esto, el Emperador continuó la marcha, aunque más despacio, hasta que llegó al punto llamado Solicinium." En los alrededores de este lugar la batalla comenzó y se prolongó por mucho tiempo. Al final, los romanos ganaron la batalla y derrotaron estrepitosamente a los alamanes.
 
Amiano Marcelino describió el paisaje exactamente. Sin embargo, no se sabe con certeza dónde está este lugar llamado Solicinium. Posiblemente se trata de Schwetzingen. Las desinencias -inium e -ingen tienen la misma función y So - lic y Su - ez son semejantes. Además, Schwetzingen tiene un barrio que se llama Schälzig.
 
 Es una palabra alemana que significa pelada (de verdura o fruta) y que es muy rara para un topónimo y que parezca corresponder más bien a Solic-.
 
 La presunción que se pueda tratar de la latinización y alemanización de un topónimo antiguo es apoyada por el hecho que se descubrieron las huellas de uno de los cementerios más grandes de la cultura de la cerámica de bandas en el Suroeste de Alemania lo que significa que ahí ya había un asentamiento hace más de 7000 años.
 
 Escribió sobre ello Amiano Marcelino:

(...) Allí se detuvo como ante una barriera, habiéndole advertido sus exploradores que el enemigo estaba a la vista a cierta distancia. Habían comprendido los bárbaros que su única esperanza de salvación consistía en tomar la ofensiva;  y de común acuerdo se situaron en la parte culminante de un grupo de altas montañas compuestas de muchos picos escarpados e inaccesibles, a excepción de las vertientes del Norte, donde el declive era suave y fácil. Los soldados clavaron las enseñas y gritaron a las armas: pero ante la orden del Emperador permanecieron inmóviles, esperando que, levantado el estandarte, les diese la señal. Esta prueba de disciplina era ya prenda de triunfo. Sin embargo, la impaciencia del soldado por una parte y los horribles gritos de los alemanes por otra, soportaban mal o, mejor aún, no soportaban en manera alguna las dilaciones.  Sebastián tuvo que ocupar apresuradamente la ladera septentrional de la montaña, con cuya maniobra se apoderaría de los fugitivos en el caso de que los alemanes quedasen derrotados. Graciano, demasiado joven todavía para las fatigas y peligros de una batalla, tenía su puesto natural en la retaguardia, cerca de las enseñas de los jovianos. Tomadas esta disposiciones, Valentiniano, como general experimentado, con la cabeza descubierta, pasó revista á las centurias y manípulos. En seguida, sin comunicar a los jefes su propósito, despidió la escolta, no conservando a su lado más que algunos hombres decididos y hábiles, marchando con ellos a reconocer la base de la montaña, porque confiaba (dudando poco de sí mismo) en encontrar algún sendero que hubiese escapado al examen de los exploradores. Extravióse en un terreno pantanoso y estuvo a punto de perecer en una emboscada que le esperaba a la vuelta de un peñasco; pero lanzando, como último recurso, su caballo por áspera y resbaladiza pendiente, consiguió ponerse al abrigo de sus legiones. Tan difícilmente escapó, que su cubiculario, que llevaba su casco adornado de oro y pedrería, desapareció con él, sin que jamás pudiera averiguarse su paradero. En cuanto descansó algo el ejército, desplegóse el estandarte dando la señal ordinaria, acompañada con el sonido de las trompetas. En el acto dos guerreros jóvenes y distinguidos, Salvio y Lupicino, escutario el uno y el otro del cuerpo de los gentiles, se adelantan con rápido paso á la marcha de los suyos, invitándoles con voz terrible a seguirles; llegando en seguida a las asperezas del monte, blandiendo las lanzas y esforzándose, a despecho del enemigo, para salvar el obstáculo. Llega el grueso del ejército, y con sobrehumanos esfuerzos consigue, siguiendo sus huellas entre matorrales y peñascos, ganar al fin las alturas. Entonces se cruzan los hierros y comienza la lucha entre la táctica y la ferocidad brutal. Aturdidos por el sonido de las trompetas y los relinchos de los caballos, los bárbaros se turban, viendo extenderse nuestro frente de batalla y encerrarlos entre sus dos alas. Serénanse, sin embargo, y continúan peleando a pie firme. Por un momento la matanza es igual y la victoria queda indecisa; pero el ardor romano vence al fin, apodérase el miedo del enemigo y la confusión que se introduce en sus filas le entrega sin defensa á los golpes. Quieren huir, pero extenuados por la fatiga, los nuestros les alcanzan a casi todos y no tienen más trabajo que el de matar. Quedan montones de cadáveres sobre el campo de batalla; y de los que escaparon con vida, unos van a dar con las tropas de Sebastián, que les esperaban, sin mostrarse, al pie de la montaña y fueron destrozados: los demás corrieron a la desbandada a refugiarse en el interior de los bosques. Nosotros experimentamos también en este combate pérdidas muy sensibles. Entre los muertos quedó Valeriano, jefe de los domésticos, así como también el escutario Natuspardo, soldado cuyo valor solamente era comparable al de Sicinio y de Sergio. Después de esta victoria, pagada a buen precio, volvió el ejército a invernar en sus cantones los dos Emperadores a Tréveris.