jueves, 30 de julio de 2015

PROPUESTA DE LEY DE MARCO LIVIO DRUSO ANTE EL SENADO SOBRE EL SUBSIDIO DE GRANO



Marco Livio Druso se aprestó para la batalla que iba a plantearse en el Senado cuando presentara su ley sobre subsidio de grano. Del mismo modo que el ager publícus, el abastecimiento de grano barato no debía limitarse estrictamente a las clases bajas; el proyecto era que todo ciudadano romano que hiciera cola ante las casetas de los ediles en el pórtico Minucia obtuviera la esquela oficial que estipulara su derecho a adquirir cinco modii de grano y pudiera ir con ella a los silos estatales de los acantilados del Aventino para que se los entregaran. Había algunos ciudadanos acaudalados y famosos que aprovecharían el privilegio, la mitad de ellos por ser incurables avarientos y la otra mitad por principio. Pero, en términos generales, la mayoría de los que podían dar al mayordomo unas monedas para adquirir trigo en los graneros privados del Vicus Tuscus no eran partidarios de ir en persona con una esquela estatal para comprar grano a bajo precio. Comparado con el coste en Roma de otras cosas -como era el caso de los alquileres, siempre astronómicos-, la suma de cincuenta o cien sestercios mensuales por persona para la adquisición de trigo era una minucia. Por lo tanto, la gran mayoría de los que hacían cola para que les entregasen la cartilla eran ciudadanos necesitados de la quinta clase o menesterosos del censo por cabezas.

 

Las tierras no llegarán para todos ellos, ni mucho menos -explicó Druso en el Senado-, pero no debemos olvidarlos ni darles motivo para pensar que se les vuelve a despreciar. El pesebre de Roma es lo bastante grande, padres conscriptos, para alimentar a todas las bocas romanas. Si no podemos dar tierras a los del censo por cabezas, tenemos que darles grano barato, al precio módico de cinco sestercios por modius constante durante años, independientemente de que haya escasez o abundancia. Con ello la carga dineraria será más llevadera para el Tesoro y cuando haya exceso de grano el Estado podrá adquirirlo a un precio entre dos y cuatro sestercios el modius, y vendiéndolo a cinco aún sacará un beneficio que ayude a los desembolsos durante los años de escasez. Por tal motivo, sugiero que el Tesoro lleve una cuenta aparte exclusivamente para la compra de trigo. No debemos cometer el error de recurrir a los ingresos generales para financiarlo.


miércoles, 29 de julio de 2015

LA LEGIÓN ROMANA DESPUÉS DE LA BATALLA, Y EL DESFILE TRIUNFAL EN ROMA

 

JUBILOSO Y TRIUNFANTE

¿GRAN VICTORIA O GRAN TRIUNFO?

Tras una gran batalla, los legionarios harán un inventario detallado de los muertos del enemigo y esperaran a que el general organice la revista para conmemorar los logros de las victoriosas tropas. Los legionarios aguardaran tensos, a la expectativa de que un embajador enemigo se presente en el campamento para pedir la paz. Si el emperador se encuentra entre las tropas, la tensión será aun mayor. Son muchas las cosas que están en juego. Muchos de los legionarios nunca han estado en Roma, y se dispararan las especulaciones acerca de la ciudad de las siete colinas. Todo el mundo quiere ir a Roma, y por eso observan de cerca los acontecimientos y desean con fervor poder desfilar victoriosos en una ceremonia triunfal.

 

Para poder celebrar un triunfo han de cumplirse varios rigurosos criterios. Los mas importantes son:

1.- La batalla debe haber dejado al menos 5.000 muertos entre el enemigo.

2.- La batalla debe haber servido para culminar una campana.

3.- La batalla debe haber resaltado la majestad del Imperio romano.

 

Es importante que el emperador se encuentre entre las tropas. En primer lugar, porque hoy en día el único que puede celebrar un triunfo es el emperador y, aunque un emperador pueda celebrar un triunfo obtenido por sus generales, es mucho mas probable que solicite al Senado la celebración de esta ceremonia si ha participado personalmente en la campana o si, al menos, se encontraba en las cercanías. Segundo, es el emperador. Si el enemigo solo ha perdido 4.999 hombres o la victoria se queda algo corta en algún otro criterio, el emperador esta en mejores condiciones que nadie de convencer al Senado para que haga un poco la vista gorda.

 

!VÁMONOS A ITALIA!

Para los soldados, lo mejor de un triunfo es que no solo requiere la presencia en Roma del comandante victorioso, sino también de sus tropas. De pronto, los legionarios se encuentran con que no tendrán que pasar el invierno en la fría Mesia persiguiendo guerrilleros dacios. En su lugar, marcharan hacia las soleadas costas de Italia y entraran en Roma como héroes conquistadores. Desgraciadamente, no puede ir todo el mundo: aun hay guarniciones que organizar, patrullas que hacer y carreteras que construir.

 

Por tanto, el emperador dará prioridad para que lo acompañen a aquellos que estén cerca -o que hayan superado con creces- del final de su periodo de servicio o a aquellos cuyas heridas les permitan acogerse a una honrosa licencia.

 

Dado que el ejercito ahora contiene tantos soldados a punto de licenciarse, la marcha de vuelta hacia Roma tendrá un aire festivo, aunque 25 anos de costumbres regidas por una disciplina férrea tienden a evitar que las cosas se desmadren demasiado. La excitación ira en aumento a medida que el ejercito se acerque a la ciudad, y empiece a ver los primeros acueductos que bajan desde las colinas Albanas a través de la llanura del Lacio.

 

COMO SE CELEBRA UN TRIUNFO

1.- Mientras Roma decora sus templos con flores y se prepara para una gran fiesta, el emperador reunirá a sus soldados por ultima vez y les concederá las condecoraciones, los honores y la parte del botín que les corresponda.

 

2.- A veces, cuando la victoria haya sido especialmente espectacular, el emperador enviara por delante la parte del botín capturada para el Estado y pinturas y retablos en los que se representan escenas de la campana. (Estas escenas pueden estar expuestas en la ciudad durante varios días.)

 

3.- Finalmente, las legiones se reúnen en el Templo de Belona, en el Campo de Marte, y se dirigen hacia la Porta Triumphalis, una puerta que solo se abre para las procesiones triunfales. El guión de un triunfo esta bien definido: se dice que ya era antiguo cuando el padre de la patria, Rómulo, lo adopto de los etruscos hace casi mil anos.

 

4.-  En la puerta, el Senado se encuentra con el Triumphator (es decir, el general victorioso). Este viajara en un carro triunfal con forma de torre, acompañado a caballo por sus hijos varones (si los tiene). El Triumphator lucirá el tradicional manto púrpura de Júpiter, y su cara estará pintada de rojo, para emular a la mas antigua estatua de dicho dios. Para estar seguros de que no hay confusiones entre representar a Júpiter y ser Júpiter, el esclavo que esta de pie tras el conquistador, sujetando una corona de laurel sobre su cabeza, le susurrara constantemente al oído: "Recuerda que eres mortal".

 

5.- Al llegar a este punto, te aguarda una espera bastante frustrante. Todo el mundo, desde el Senado y los trompeteros hasta los prisioneros enemigos, pasaran antes que tu, mientras esperas a las puertas del templo para iniciar la ultima fase del desfile, que será el momento culminante de las celebraciones.

 

6.- Finalmente, los soldados desfilaran por las calles, portando orgullosamente sus lanzas cubiertas de laurel y cantando marchas triunfales. Algunas de estas canciones harán comentarios groseros sobre el comandante en jefe, que tolera estos comentarios, no precisamente sutiles, porque, en primer lugar, es un día muy especial y, segundo, porque ni siquiera en el momento de su triunfo puede permitirse malquererse con sus tropas. La ruta seguida será siempre la misma, atravesando algunos de los grandes espacios abiertos de Roma para que las masas enardecidas puedan disfrutar mejor del espectáculo ofrecido por el emperador y el ejercito.

 

7.-  En el Templo de Júpiter, en pleno corazón de Roma, se harán sacrificios para agradecer al dios la bondad manifestada hacia su pueblo. Estos sacrificios incluyen la corona de oro del Triumphator y varios bueyes blancos. Dado que los romanos no hacen sacrificios humanos, los jefes enemigos capturados y expuestos durante el desfile serán posiblemente estrangulados, pero como criminales y bien lejos de las celebraciones, en las mazmorras del Foro.

 

8.- Tras las ceremonias, se dicen las ultimas plegarias y los legionarios marchan a ponerse ropas civiles para celebrar una fiesta que durara al menos una semana. Estas celebraciones pueden incluir juegos en el Coliseo, donde algunos de los prisioneros capturados durante la campana encontraran un final sangriento pero espectacular.

 


Todos los legionarios coincidirán en que no hay mejor manera de terminar tu carrera que celebrando un triunfo.




DESFILE TRIUNFAL EN EL CIRCO MÁXIMO

DISCURSO DE MARCO EMILIO ESCAURO, PRÍNCIPE DEL SENADO, OPONIÉNDOSE A LAS REFORMAS DE CAYO MARIO DE INCORPORAR AL PROLETARIADO ROMANO A LAS LEGIONES, Y RÉPLICA DE CAYO MARIO A SU DISCURSO


Esta cámara debe hacer cuanto esté en su mano para limitar el poder que Cayo Mario acaba de conceder a los plebeyos. Porque los plebeyos deben seguir siendo lo que siempre han sido, un conjunto de bocas hambrientas al que nosotros, que somos más privilegiados, debemos cuidar, alimentar y tolerar, sin pedirles a cambio ningún servicio. Puesto que no trabaja para nosotros y es inútil, y no es más que un simple dependiente, la esposa de Roma que no trabaja, sin poder y sin voto, nada puede pedirnos que no queramos darle, porque nada hace: simplemente existe.

 

Pero, gracias a Cayo Mario, ahora nos encontramos con todos los problemas y extravagancias de lo que debo calificar de ejército de soldados profesionales, hombres que no tienen otra fuente de ingresos ni otra forma de ganarse la vida, hombres que querrán estar en el ejército de una campaña a otra, hombres que costarán al Senado grandes sumas. Hombres que, además, padres conscriptos, pretenderán tener voz en los asuntos de Roma, pues hacen un servicio por Roma, trabajan para Roma. Habéis oído al pueblo. Nosotros, el Senado, que administramos el tesoro y distribuimos los fondos públicos de Roma, tenemos que rascar las arcas de Roma y acopiar el dinero para equipar al ejército de Cayo Mario con armas, armaduras y todos los pertrechos militares. Igualmente el pueblo nos encomienda pagar a esos soldados periódicamente en lugar de al final de la campaña, cuando se dispone del botín para sufragar el desembolso. El coste de los ejércitos de hombres insolventes quebrará las espaldas del Estado, qué duda cabe.


Sé que Cayo Mario opina que hay tanto dinero en el tesoro de Roma que el Estado no sabe qué hacer con él, porque considera que nunca lo gastamos y no hacemos más que atesorarlo. Sí, el tesoro de Roma es cuantioso, que es como debe ser un tesoro. Pese al coste de las obras públicas que realicé mientras fui censor, el tesoro sigue siendo cuantioso. Pero ha habido tiempos en que ha sido muy exiguo. Las tres guerras que sostuvimos contra Cartago nos dejaron al borde del desastre económico. Entonces yo os pregunto: ¿qué hay de malo en procurar que eso no vuelva a suceder? Mientras el tesoro sea cuantioso, Roma tendrá prosperidad.

 

Sé que Cayo Mario piensa que Roma será más próspera si los proletarios tienen dinero en la bolsa para gastarlo. Pero eso no es cierto, los proletarios malgastarán su dinero, desaparecerá de la circulación y no producirá.


Yo os digo, padres conscriptos, que debemos oponernos por todos los medios a que en el futuro un cónsul se sirva de la lex Manlia para reclutar tropas entre los proletarios. ¡El pueblo nos ha encomendado específicamente que paguemos el ejército de Cayo Mario, pero nada en la ley que ha sido registrada dice que tengamos que pagar el equipamiento de ningún futuro ejército de pobres! Y eso es lo que debemos hacer: que en el futuro un cónsul electo coja todos los pobres que quiera para formar sus legiones, pero cuando se dirija a nosotros, custodios del dinero de Roma, para recabar fondos para el pago y los equipos, nosotros se los neguemos.

 

El Estado no puede permitirse enviar en campaña un ejército de pobres. Así de simple. Los proletarios son irreflexivos, irresponsables y no tienen respeto por la propiedad y los pertrechos. ¿Acaso un hombre al que se le entrega gratuitamente la cota de malla, a costa del Estado, va a cuidarla? ¡No! ¡Claro que no! ¡La dejará tirada, expuesta a la salinidad o a la lluvia, y se oxidará; la colgará de una estaca en un campamento y se olvidará de recogerla; la dejará a los pies de la cama de una prostituta extranjera y luego se lamentará de que ésta se la haya robado para dársela a su amigo! ¡Nuestros soldados de siempre son propietarios, tienen casas a las que regresar, dinero invertido, algo sólido y tangible cuyo valor conocen!. Mientras que los veteranos pobres constituirán un peligro, porque ¿cuántos de ellos ahorrarán parte del dinero que les abone el Estado? ¿Cuántos depositarán su parte del botín? No, llegarán al final de sus años de servicio sin casa a donde ir, sin recursos para vivir. Ah, si, os oigo decir, ¿y qué hay de extraño en eso en su caso, si ellos siempre han vivido al día? Pero, padres conscriptos, esos militares pobres se acostumbrarán a que el Estado los alimente, los vista, les dé cobijo. Y cuando al retirarse les falte todo, refunfuñarán igual que esas esposas acostumbradas a gruñir cuando no hay dinero. ¿Es que se nos va a pedir que demos una pensión a esos veteranos pobres?


¡No debemos consentir que eso suceda! ¡Lo repito, colegas miembros de este Senado del que soy portavoz, nuestra táctica en el futuro debe ir encaminada a arrancar los dientes a esos insensatos que reclutan tropas entre los proletarios, negándonos tesoneramente a contribuir con un solo sestercio al coste de nuestros ejércitos!

 

TURNO DE RÉPLICA DE CAYO MARIO:

Actitud más ridícula y de cortas miras sería difícil de ver hasta en el harén de un sátrapa parto, Marco Emilio! ¿Por qué no queréis entenderlo? Si Roma quiere seguir siendo lo que es en este momento, ¡Roma debe invertir en todo su pueblo, incluidas las gentes que no tienen derecho a voto en los comicios centuriados! Nos estamos quedando sin pequeños propietarios y comerciantes enviándolos a la guerra, sobre todo cuando los ponemos bajo el mando de incompetentes como Carbo y Silano... Ah, ¿estáis ahí, Marco Junio Silano? ¡Perdonad!

 

¿Qué hay de malo en procurarnos los servicios de un amplio contingente de nuestra sociedad que hasta el momento le ha sido tan inútil a Roma como las ubres a un toro? ¡Si la única objeción real que se aduce es que habremos de ser algo más dadivosos con las apolilladas reservas del tesoro, es que somos tan necios como cortos de vista! Vos, Marco Emilio, estáis convencido de que los proletarios resultarán ser unos soldados desastrosos. ¡Pues bien, yo creo que serán estupendos soldados! ¿Y vamos a seguir quejándonos de tener que pagarlos? ¿Vamos a negarles una recompensa como retiro al final de su servicio activo? ¿Es eso lo que queréis, Marco Emilio?

 



Pues a mí me gustaría ver que el Estado entrega parte de sus tierras públicas para que un soldado proletario, cuando se retire, tenga derecho a una pequeña parcela para cultivarla o venderla. Una especie de pensión. Y una aportación de sangre nueva más que necesaria en las filas más que diezmadas de los pequeños propietarios rurales. ¿Cómo no va ser eso bueno para Roma? Caballeros, caballeros, ¿cómo es posible que no veáis que Roma sólo obtendrá mayor riqueza si está dispuesta a compartir su prosperidad con la morralla de su mar además de con las ballenas?






EPÍCTETO DICE SOBRE HABLAR




Así como existe un arte de bien hablar, existe también el arte de bien escuchar. 


ARISTÓTELES DICE SOBRE LA INJUSTICIA






 ¿Qué más terrible azote que la injusticia que tiene las armas en la mano?



LUCRECIO CARO DICE SOBRE LA NECESIDAD




La necesidad arranca palabras sinceras de nuestro pecho, entonces la máscara cae y el hombre solo aparece.




DISCURSO DE MARCO LIVIO DRUSO EN EL SENADO SOBRE EL AGER PUBLICUS


Tenemos el mal entre nosotros. Un mal terrible. ¡Un mal alimentado por nosotros mismos! ¡Sí, creado por nosotros! Pensando, sí, como suele suceder, que lo que hacíamos era admirable y lo más oportuno. Porque me doy cuenta de ello, pues no me mueve más que respeto por mis antepasados y no critico a los artífices de ese mal que hay entre nosotros, ni arrojo el menor estigma sobre quienes se sentaron en esta augusta cámara en otras épocas.


¿Cuál es ese mal entre nosotros? .El ager publicus, padres conscriptos! Ése es el mal entre nosotros. ¡Si, es un mal! Nos apoderamos de las mejores tierras de nuestros enemigos itálicos, sicilianos y extranjeros y las hicimos nuestras, llamándolas ager publicus de Roma, convencidos de que incrementábamos la riqueza común de Roma, de que recogeríamos ingentes beneficios de tan buenas tierras, ¡gran prosperidad. Pero es bien cierto que no ha sido así. En lugar de mantener las tierras confiscadas en sus parcelas primitivas, aumentamos la magnitud de las fincas arrendadas para reducir la carga de trabajo de nuestros servidores civiles y evitar que el gobierno romano se convirtiese en una burocracia griega. Pero así transformamos el ager publicus en algo poco atractivo para los agricultores que lo trabajan, intimidándolos con el tamaño de las parcelaciones y privándolos de toda esperanza de seguir haciéndolo por la cuantía del arrendamiento. El ager publícus se convirtió en monopolio de los ricos, de los que pueden pagar el arrendamiento y dedicar esas tierras a la clase de utilización que exige su gran extensión. Cuando otrora esas tierras contribuían notablemente a la alimentación de Italia, ahora sólo producen objetos de consumo. Mientras que antes esas tierras contaban con un buen asentamiento de gentes y estaban adecuadamente cultivadas, ahora son fincas enormes, diseminadas y muchas veces descuidadas.

 

Pero eso, padres conscriptos, fue sólo el principio del mal. Eso fue lo que Tiberio Graco vio en su periplo por los latifundia de Etruria, comprobando que el trabajo lo hacían esclavos extranjeros en lugar de las buenas gentes de Italia y de Roma. Eso fue lo que vio Cayo Graco cuando asumió la tarea de su hermano diez años después. Yo también lo veo. Pero yo no soy Sempronio Graco, y no considero los motivos de los hermanos Gracos suficientes para trastornar los mos maiorum, nuestras costumbres y tradiciones. En tiempos de los hermanos Gracos yo habría sido partidario de mi padre.


¡Lo digo en serio, padres conscriptos! En los tiempos de Tiberio Graco, en los tiempos de Cayo Graco, me habría alineado con mi padre. El tenía razón. Pero los tiempos han cambiado y han surgido otros factores que agravan el mal inherente al ager publicus. En primer lugar me referiré a los disturbios en nuestra provincia de Asia, iniciados con Cayo Graco, al legislar la recaudación de diezmos e impuestos por empresas privadas. La recaudación de impuestos en Italia ya se llevaba a cabo hacía mucho tiempo, pero nunca había alcanzado tanta importancia. Como consecuencia de esta incuria de nuestras responsabilidades senatoriales y el creciente papel en el gobierno público de facciones dentro del Ordo equester, hemos visto una administración modélica en la provincia de Asia entorpecida, vitriólicamente atacada y, finalmente, al igual que a nuestro estimado consular Publio Rutilio Rufo, esas facciones de caballeros nos han dado a entender que más vale que nosotros, ¡miembros del Senado de Roma!, no osemos poner el pie en su terreno. Bien, yo he comenzado a poner coto a esa clase de intimidación haciendo que el Ordo equester comparta la administración de esos tribunales en igualdad de condiciones con el Senado, y a paliar la desproporción respecto a los caballeros ampliando el Senado. Pero seguimos teniendo el mal entre nosotros.

 

A él se ha unido, padres conscriptos, un nuevo mal. ¿Cuántos de vosotros sabéis cuál es este nuevo mal? Yo creo que pocos. Me refiero a un mal creado por Cayo Mario, aunque eximo a ese eminente consular séxtuple de haber actuado a sabiendas. ¡Ese es el problema! Cuando el mal se inicia no es mal en absoluto: es producto del cambio, de la necesidad, de los reajustes de equilibrio en nuestro sistema de gobierno y en nuestros ejércitos. Nos hemos quedado sin soldados. ¿Y por qué nos hemos quedado sin soldados? Entre los numerosos motivos hay uno estrechamente vinculado al ager publicus. Quiero decir que con la creación del ager publicus se expulsó a los pequeños terratenientes de sus hogares, dejando de alimentar a muchos hijos y quedando, con ello, desguarnecido el ejército. Cayo Mario hizo lo único que podía hacer, mirado en retrospectiva: alistar al capite censi en el ejército. El hizo soldados de las masas del censo por cabezas que no tenían dinero para comprarse los pertrechos militares, no procedían de familias terratenientes y, naturalmente, no disponían ni de un par de sestercios.

 

La paga del ejército es magra. El botín que hicimos a los germanos, deleznable. Cayo Mario y sus sucesores, incluidos sus legados, enseñaron a los proletarios a combatir, a manejar las armas, a sentirse útiles y a adquirir la dignidad de romanos. ¡Y yo estoy de acuerdo con Cayo Mario! No podemos arrinconarlos en sus callejas urbanas y en sus aldehuelas. Hacerlo sería alimentar un nuevo mal, masas de hombres entrenados militarmente con la bolsa vacía, sin nada que hacer y con un creciente resentimiento por la ofensa que con nuestro tratamiento les infligimos. La solución de Cayo Mario, que se inició mientras estaba en Africa luchando contra Yugurta, fue asentar a estos antiguos combatientes sin fortuna en tierras públicas del extranjero. Fue la larga y loable tarea de estos últimos años llevada a cabo por el pretor urbano Cayo Julio César en las islas de la Pequeña Sirte africana. Yo soy de la opinión, ¡y os insto fervientemente, colegas miembros de esta Cámara, a que consideréis lo que digo como simple previsión para el futuro!, soy de la opinión que Cayo Mario tenía razón, y debemos seguir asentando esos veteranos del ejército en ager publicus extranjero.


Sin embargo, todo esto nada tiene que ver con el mal más desastroso e inminente, el ager publicus de Italia y Sicilia. ¡Hay que hacer algo! Mientras tengamos ese mal entre nosotros, padres conscriptos, nos va a corroer la moral, la ética, nuestro criterio de la idoneidad, el propio mos maiorum. En la actualidad el ager publicus itálico pertenece a aquellos que de nosotros y de los caballeros de la primera clase se han interesado por los pastos de los latifundia. El ager publicus de Sicilia pertenece a ciertos cultivadores de trigo a gran escala que suelen vivir en Roma y dejan sus empresas de la isla en manos de capataces y esclavos. ¿Situación estable, pensáis? ¡Pues considerad lo siguiente! Desde que Tiberio y Cayo Sempronio Graco nos metieron la idea en la cabeza, el ager publicus de Italia y Sicilia está ahí esperando la repartición y su utilización en esto o aquello. ¿Cuántos generales honorables nos deparará el futuro? ¿También a ellos les complacerá, como a Cayo Mario, conceder a sus antiguos combatientes tierras en Italia? ¿Cómo serán de honorables los tribunos de la plebe en años venideros? ¿No podría suceder que surgiera otro Saturnino que encandilase a los menesterosos con promesas de parcelas en Etruria, en Campania, en Umbría, en Sicilia? ¿Hasta qué extremo serán honorables los plutócratas del futuro? ¿No sucederá que las tierras públicas aumenten aún más de tamaño, hasta que una, dos o tres personas sean dueñas de media Italia y de media Sicilia? Porque, ¿a qué viene decir que el ager publicus es propiedad del Estado, si el Estado lo arrienda y los que dirigen el Estado pueden al respecto legislar lo que les plazca?

 



¡Yo os insto a que acabéis con eso! ¡Acabad con la existencia de las tierras públicas de Italia y Sicilia! ¡Hagamos ahora mismo acopio de valor para acometer lo que se debe, repartiendo todas las tierras públicas entre los pobres, los que las merecen, los antiguos combatientes y todos los que vengan! ¡Empecemos con los más ricos y aristócratas de entre nosotros, que cada uno de los que aquí están sentados tenga sus diez iugera del ager publicus, que cada ciudadano romano tenga sus diez iugera! Para algunos de nosotros es algo baladí, mas para otros será una bendición. ¡Acabad con ello, os digo! ¡Acabad radicalmente con ello! No dejéis nada que los hombres perniciosos del futuro puedan aprovechar para destruir nuestra clase, nuestra prosperidad. ¡No les dejéis nada con lo que puedan jugar, salvo caelum aut caenum, cielo o fango! ¡He jurado hacerlo, padres conscriptos, y lo haré! ¡No dejaré nada del ager publicus romano bajo el cielo que no sea fango inútil de marismas! ¡No porque me preocupen los pobres y menesterosos! ¡No porque me preocupe el futuro de los ex combatientes del censo por cabezas! ¡No porque tenga rencor a los de esta Cámara y a nuestros bucólicos caballeros por la posesión de esas tierras! Sino porque, ¡y es mi única razón!, las tierras públicas de Roma representan un desastre venidero, al estar ahí a disposición de algún general que les eche el ojo para sus tropas, al estar ahí a merced de algún tribuno de la plebe demagogo que las quiera como medio para convertirse en el primer hombre de Roma, al estar ahí para que las deseen dos o tres plutócratas como preámbulo para hacerse dueños de Italia y Sicilia!