Los judíos, desde siglos
antes, eran un pueblo de pronunciado fanatismo religioso, e incluso
intolerante, frente a la tolerancia religiosa de los romanos, con lo cual los
romanos se encontraron con problemas para someterlos, sobretodo por el
fanatismo religioso judío, a pesar de que eran un pueblo bastante
individualizado que se mataban entre sí unas tribus con otras, y sus propios
gobiernos con mucha frecuencia estaban enfrentados entre sí, que los rabinos
rezaban para que reinara la paz entre la comunidad judía. Eso sí: también eran
industriosos, buenos artesanos y comerciantes, lo cual suponía una buena fuente
de ingresos para Roma.
La vida en el seno de una comunidad judía hostil
tendía a ser bastante entretenida. Los legionarios acampados en territorio
judío que se encontraban en aquel momento entrenando con el pilum podían
ser convocados de repente para que acudieran a controlar una multitud, pero el
mero uso de las lanzas, incluso si no tienen punta, o un excesivo celo en su
lanzamiento podían provocar el envió de una delegación al gobernador romano por
parte de lo judíos para protestar por el uso de una "fuerza
desproporcionada". Eran conocedores de sus propias leyes, y de las leyes
romanas, por lo que en la medida de lo posible traban de marear a los ocupantes
romanos con toda clase de artilugios legales, cosa para lo que no estaban
capacitados los otros pueblos sometidos del resto del Imperio Romano.
Cuando se sublevaban, los judíos solían luchar como endemoniados,
y por eso los emperadores romanos en principio tendían a tomarse en serio sus
sensibilidades y sus costumbres. Por ejemplo, un legionario fue ejecutado por
levantar su túnica y enseñarle sus partes a unos judíos, y es que estos eran
los únicos súbditos del emperador que no tenían la obligación de hacer
sacrificios en su honor como si fuera una divinidad. De hecho, y con afán de
mantener una política conciliadora, en el pasado las tropas romanas entraban en
Jerusalén de noche o con las insignias en las que se representaba la efigie del
emperador ocultas, por prudencia con tal de no ofender el muy sensible
fanatismo religioso de los judíos.
Pero la paciencia romana tenía un limite. Cualquier
acto de violencia cometido contra las caravanas romanas de suministros tenía
como respuesta la evacuación y destrucción de la localidad mas cercana y la
venta de sus habitantes como esclavos. Por ejemplo, la ley rabínica exigía al
marido de una mujer secuestrada por bandidos o terroristas o guerrilleros religiosos
el pago del rescate. Pero si esta mujer tiene tan mala suerte de caer en las
manos de las autoridades romanas la ley no era aplicable, porque los bandidos
respetaran la castidad de la mujer, pero lo mas probable es que los romanos no
lo hicieran. Tal era la profundidad de sus costumbres y sus leyes propias.
Era probable que los judíos fueran incapaces de
apreciar las ventajas de la dominación romana por contar con su propia historia
y sus propias tradiciones. Su dogmatismo religioso inspiraba en ellos un afán
de resistencia que ocasionalmente traspasaba el limite hacia el terrorismo, y
su tendencia a protagonizar revueltas masivas y su fanatismo hacía que muchos
romanos se preguntasen si merecía la pena venir a propagar las ventajas de la
cultura romana entre estos ingratos. En eso coincidían con muchos judíos, que
pensaban que, efectivamente, no hacia ninguna falta que los romanos se tomasen
tantas molestias contra un pueblo de fanáticos religiosos tan difícil de
subyugar.
Cabe decir que aunque la rebelión judía terminara
siendo sofocada por el que acabaría convirtiéndose en el emperador Vespasiano,
y Jerusalén quedara prácticamente destruida durante el asedio y el saqueo
dirigidos por el hijo de Vespasiano, Tito, no es que pueda decirse que esta
derrota terminara subyugado del todo al pueblo judío.
Su resistencia continuaría y se producía tanto por vías
legales como ilegales. Pues los judíos tenían una larga tradición rabínica y
eran muchos los que conocían las leyes romanas, además de las propias, tanto
actuales como antiguas. Y al ser versados en ese tema de las leyes y sus
embrollos, igual las aprovechaban en su favor, o por lo menos confundir a los
romanos.
Como resultado, mientras un flujo constante de
embajadas acudía hasta el emperador para relatarle ristras de injusticias,
reales e inventadas, una guerrilla muy activa y numerosa se dedicaba a hostigar
al ejercito romano en las zonas rurales. Y con ello poco a poco se alimentaba otra
rebelión a gran escala durante la próxima generación.
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