El
decimotercer día de marzo César por fin encontró un momento para visitar a Cleopatra,
que lo recibió con los brazos abiertos, besos y apasionadas muestras de afecto.
Por muy cansado que estuviera César, ese miserable traidor que tenía entre las
piernas insistía en obtener una gratificación inmediata, así que se retiraron a
la alcoba de Cleopatra e hicieron el amor hasta bien entrada la tarde. Luego
Cesarión quiso jugar con su tata, que disfrutaba con el pequeño cada vez
más. Su hijo galo, el que había tenido con Rhianon, desapareció sin dejar
rastro. También se parecía mucho a él, aunque César lo recordaba como un niño
más bien corto de luces, incapaz de retener el nombre de los cincuenta hombres
que estaban dentro de su caballo de Troya de juguete. César había encargado
otro para Cesarión, comprobando con placer que el niño podía identificar a cada
uno de los personajes después de una sola lección. Era un buen augurio, significaba
que no era tonto.
-Únicamente
me preocupa una cosa -dijo Cleopatra mientras cenaban.
-¿Y
qué es, mi amor?
-Sigo
sin quedarme embarazada.
-Bueno,
yo no he podido cruzar el Tíber tantas veces como habría querido -dijo él con tranquilidad-,
y parece que no soy de esa clase de hombres que dejan preñadas a sus mujeres en
cuanto se quitan la toga.
-Pero
con Cesarión me quedé embarazada enseguida.
-Bueno,
siempre hay accidentes.
-Seguro
que es porque Tach'a no está aquí. Podría leer el cuenco de pétalos y decirme
los días en los que hay que hacer el amor.
-Haz
una ofrenda a Juno Sospita. Su templo está en las afueras del recinto sagrado
-dijo
César
con naturalidad.
-Ya
he hecho ofrendas a Isis y Hathor, pero sospecho que no les gusta estar tan
lejos del
Nilo.
-No
te preocupes, pronto volverán a casa.
Ella
se dio la vuelta en el triclinio y lo miró con sus grandes ojos dorados.
Sí,
estaba muy cansado, y a veces olvidaba tomar su brebaje dulce. Una vez se había
caído y tenido convulsiones en público. Pero, por suerte, Hapd'efan'e estaba
delante y le dio el jarabe antes de tener que introducirle el tubo. Cuando se
hubo repuesto, César había atribuido su crisis a un calambre muscular, lo que
pareció satisfacer a los presentes. Lo bueno de eso fue que se llevó un susto y
desde entonces se cuidaba más y Hapd'efan'e estaba más alerta.
-Te
encuentro cada vez más hermosa -le dijo César mientras le acariciaba el
vientre. Pobre pequeña, privada de un hijo sólo porque un romano, el pontífice
máximo, no aprobaba el incesto. Susurrando y desperezándose, Cleopatra bajó sus
largas pestañas negras y tendió la mano hacia él.
-¿A
mí? ¿Con mi gran nariz curva y mi cuerpo escuálido? ¡Incluso a los sesenta, Servilia
es más guapa!
-Servilia
es una mujer malvada, tenlo por seguro. Alguna vez pensé que era hermosa, pero lo
que me mantuvo atrapado en sus redes jamás fue su belleza. Es inteligente, interesante
y taimada.
-A mí
siempre me ha parecido una buena amiga.
-Eso
es porque a ella le conviene, créeme.
Cleopatra
se encogió de hombros.
-¿Y
qué importan sus propósitos? No soy una romana a la que pueda perjudicar, y además
tienes razón, es inteligente e interesante. Me salvó de morir de aburrimiento
mientras estabas en Hispania. De hecho, a través de ella he conocido a varias mujeres
romanas. ¡Cómo esa Clodia! -Cleopatra rió-. Es una vividora, muy buena
compañía. Y
también me ha presentado a Hortensia, sin duda la mujer más inteligente de por
aquí.
-No
lo sé. Después de la muerte de Cepio, hará unos veinte años, se vistió de luto
y rechazó a todos los pretendientes que se le acercaron. Me sorprende que
frecuente a Clodia.
-A lo
mejor Hortensia prefiere tener amantes -dijo Cleopatra con recato-. A lo mejor
Clodia y ella los eligen juntas entre los jóvenes nadadores desnudos del Trigarium.
-Ninguno
de los miembros de la familia de los Claudios se ha preocupado nunca por su reputación.
¿Todavía te visitan Clodia y Hortensia?
-Sí,
vienen a menudo. De hecho, las veo más a ellas que a ti.
-¿Eso
es un reproche?
-No,
lo entiendo, pero no por eso tus ausencias son más fáciles de sobrellevar.
Aunque desde
que has vuelto veo a más hombres romanos. Por ejemplo, a Lucio Piso y Filipo.
-¿Y a
Cicerón?
-Él y
yo no nos llevamos muy bien -contestó Cleopatra-. Lo que me gustaría saber es cuándo
me traerás de visita a algunos de los hombres más famosos de Roma. A hombres
como Marco Antonio, por ejemplo. Me muero por conocerlo, pero no contesta a mis
invitaciones.
-Con
una esposa como Fulvia no creo que se atreva a aceptarlas. Es muy posesiva. -César
hizo una mueca.
-Bueno,
entonces que no le diga que se dispone a visitarme.
-Tras
una pausa, agregó pensativa-: ¿Ya no te veré hasta después de los idus?
Esperaba que pudieras venir mañana también.
-Esta
noche puedo quedarme a dormir contigo, mi amor, pero debo volver a la ciudad al
amanecer.
Tengo demasiado trabajo.
-¿Y
mañana por la noche?
-No
puedo. Lepido da una cena sólo para hombres y no me atrevería a faltar. Allí
también tendré que trabajar, pero al menos podré estrechar las manos de unos
cuantos a quienes, de lo contrario, no vería. Sería muy grosero de mi parte
comunicar a Bruto y Casio cuáles serán sus provincias directamente en el
Senado, ante todo el mundo.
-Otros
dos hombres famosos que no conozco.
-Ya
tienes veinticinco años y eres lo suficientemente adulta para darte cuenta de
por qué muchos
de los hombres y mujeres más prominentes de Roma eluden tu compañía -dijo César desapasionadamente-. Te llaman la Reina de las Bestias, y te echan la culpa de
mi supuesto deseo de convertirme en Rey de Roma. Te consideran una mala
influencia.
-¡Qué
necedad! -exclamó ella, irguiéndose indignada-. ¡No hay nadie en el mundo capaz
de influir en tu manera de pensar!
( C. McC. )
No hay comentarios:
Publicar un comentario