DISPAROS Y ARTILLERÍA
Si la guerra psicológica no es suficiente, la artillería
entra en acción. Cada legión cuenta con una selección de ballistae y catapultas.
Algunas, como el escorpión, son arcos gigantes, mientras que otras están diseñadas
para lanzar piedras de distintas tallas, desde el tamaño de una cereza al de un
melón, o incluso mayores. Hay dos tipos de pieza de artillería: de contrapeso y
de torsión.
Las de contrapeso, como su propio nombre indica, requieren de la caída
de un enorme peso situado a un lado de un travesaño para impulsar el extremo
menos pesado y lanzar el proyectil alojado en este hacia las alturas. Las de torsión
emplean las dos sustancias mas elásticas conocidas por el genero humano: los
tendones de animales y el pelo de mujer.
Estos se trenzan para formar gruesas
cuerdas que le dan al arco una tensión extra. Dependiendo de su diseño, estos
arcos pueden disparar flechas incendiarias (una a una o varias docenas a la
vez) o piedras.
Los artilleros se habrán puesto a la tarea en el mismo momento
de iniciarse el asedio, por lo que al lado de las catapultas habrá pilas de
piedras redondeadas, cuidadosamente trabajadas para que tengan el tamaño y el
peso apropiado.
PROPÓSITO.- La artillería tiene el objetivo general de
desmoralizar a los sitiados, y el especifico de despejar las murallas de
enemigos antes de iniciarse el asalto. Es posible que la artillería pesada se
concentre en destruir las almenas y parapetos, para que el enemigo se vea
obligado a defender un muro desnudo.
La artillería mas ligera es antipersonal,
y causa una considerable impresión entre aquellos que la experimentan por vez
primera. (Y como consecuencia de lo que ocurre tras un asalto llevado a cabo
con éxito, por lo general nunca hay una segunda vez.).
Josefo, el defensor de la
ciudad judía de Jotapa, recuerda como un misil bien tirado le arranco a un
hombre la cabeza de cuajo, y se la llevo prendida hasta el otro lado de la
ciudad.
Finalmente, la potencia de la artillería romana obligo a los defensores
a abandonar completamente los muros de Jotapa.
PRIMERA CONTRAMEDIDA: la salida Para resultar
efectiva, la artilleria ha de estar situada a menos de 200 metros de los muros.
Lo que mas temen los artilleros es la posibilidad de una salida.
Puede llegar
un momento en que los defensores esten al limite de sus fuerzas e intenten
hacer una salida armados con recipientes llenos de pez hervida y, literalmente,
ardiendo en deseos de echarles el guante a sus torturadores.
Las salidas pueden
organizarse en un momento, por lo que basta con que la vigilancia se relaje un
instante para que la perfectamente afinada maquinaria de asedio sea reducida a
cenizas.
SEGUNDA CONTRAMEDIDA: LA HONDA. Por supuesto, los defensores
trataran de devolver los tiros desde el otro lado de las murallas. Los
honderos, bastante vulnerables en una batalla campal, encuentran su habitat
natural durante un asedio. Sus proyectiles de plomo en forma de huevo pueden
causar un daño considerable, aunque el blanco lleve puesta la armadura, y si
impactan sobre carne desprotegida esta se cierra sobre el proyectil, haciendo
que su extracción resulte horriblemente sangrienta.
Los honderos lo saben, y
frecuentemente escriben sobre el proyectil que parte del cuerpo pretenden
destrozar con sus disparos. En una ocasión, dos honderos infiltrados en una
ciudad sitiada descubrieron que la mejor forma de enviar mensajes a sus aliados
romanos en el exterior era escribiéndolos sobre los proyectiles y lanzándolos a
la vista de todo el mundo. Este es uno de los pocos casos en los que
verdaderamente podemos hablar de fuego amigo.
TERCERA CONTRAMEDIDA: fuego Por su parte, el fuego
enemigo es, bueno, fuego. Desde las murallas se dispararan flechas incendiarias
(flechas con tiras de tela empapada en pez ardiendo prendidas a la punta) para
tratar de reducir las armas de asedio a cenizas; además, aunque el objetivo de estas
flechas sea la maquinaria de asedio, si te dan a ti, estas muerto.
Los
sitiadores, a su vez, responderán lanzando vasijas llenas de material incendiario
sobre las murallas, para quemar la ciudad. Los defensores extenderán grandes
velas de tela mojada para intentar atrapar y repeler las bolas de fuego que pasan
sobre las murallas, y los sitiadores cubrirán los vulnerables ingenios de
asedio con pieles húmedas para evitar que ardan.
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