No había acabado el día cuando
el pueblo ya sabía la noticia. Mario Aquilio ni siquiera tuvo tiempo de volver
a su asiento antes de que los diez tribunos de la plebe abandonaran su banco,
cruzando como flechas la puerta camino de la tribuna de los Espolones para
dirigírse a la multitud reunida en la fuente de los Comicios, que debía ser
media Roma, pues la otra media llenaba el bajo Foro. Naturalmente, el Senado en
pleno siguió a los tribunos de la plebe, dejando a Escauro y a nuestro querido
amigo el Meneítos gritando ante doscientas sillas tumbadas por el suelo.
Los tribunos de la plebe
convocaron la Asamblea del pueblo y, sin pérdida de tiempo, se plantearon dos
plebiscitos. Siempre me sorprende que seamos capaces en un abrir y cerrar de
ojos de redactar mucho mejor algo que en otras circunstancias otros tardan
meses enteros. Lo que demuestra que esos otros lo que hacen es desmenuzar
buenas leyes y convertirlas en malas. Cota me había dicho que Cepio venía
camino de Roma a toda velocidad para imponer su versión, pero que pretendía
conservar su imperium quedándose fuera del pomerium mientras su hijo y los
suyos la difúndían por la ciudad. De ese modo pensaba quedar a salvo, protegido
por su imperium, hasta que su versión de los acontecimientos fuese la oficial.
Me imagino que pensaría, sin duda con toda la razón, conseguir una prórroga del
cargo de gobernador conservando así el imperium y la Galia Transalpina el tiempo
suficiente hasta que se hubiese disipado el escándalo.
Pero la plebe frustró sus
deseos. Votaron de forma aplastante la anulación inmediata de su imperium. Así
que cuando Cepio llegue a las afueras de Roma se encontrará más desnudo que
Ulises en la playa. En el segundo plebiscito, Cayo Mario, el funcionario
electoral (yo) propuso incluir tu nombre como candidato al consulado, pese a
que no pudieras estar presente en Roma para la fecha de las elecciones.
Por cierto, una vez propuestos
los plebiscitos, nada menos que Cneo Domicio Ahenobarbo -me imagino que
considerándolo interés privado, ya que se las da de fundador de la provincia de
la Galia Transalpina- intentó hablar desde la tribuna de los Espolones en
contra del plebiscito y de tu nombramiento de cónsul in absentia. Bien, ya
sabes lo coléricos que son en esa familia y lo arrogantes y llenos de genio que
se muestran todos. Pues Cneo Domicio babeaba de rabia y cuando la multitud se
cansó de oírle y le abucheó, ¡él quiso hacerla callar! Y yo creo que por
tratarse de Cneo Domicio habría tenido bastantes posibilidades, pero algo falló
en su cabeza o en su corazón porque se desplomó allí mismo muerto más tieso que
un pollo. Eso apaciguó un tanto los ánimos, la Asamblea se levantó y la gente
se fue a sus casas. Pero lo importante ya estaba hecho.
Los plebiscitos se aprobaron al
día siguiente por la mañana sin que hubiese una sola tribu disconforme. Y así
yo pude ponerme a organizar las elecciones. Y no perdí el tiempo, créeme. Con
una cortés solicitud al colegio de tribunos de la plebe lo puse todo en marcha.
A los pocos días habían elegido al nuevo colegio, con unos miembros muy
aguerridos y mejores; me imagino que por tratarse de asuntos de guerra y de
generales. Tenemos al hijo mayor del dolorosamente finado Cneo Domicio
Ahenobarbo y al hijo mayor del dolorosamente finado Lucio Casio Longino. Tengo
entendido que Casio se ha presentado para demostrar que no todos los de su
familia son tan responsables asesinos de soldados romanos, así que te será de buena
utilidad a ti, Cayo Mario. También está Lucio Marcio Filipo y, figúrate, un
Clodio del numeroso clan de los Claudios Clodio. ¡Por los dioses, cómo se
reproducen!
La Asamblea de las centurias
votó ayer con el resultado de que, como decía líneas más arriba, Cayo Mario fue
elegido primer cónsul por todas las centurias de la primera clase más todas las de la segunda
clase necesarias para alcanzar el cómputo. A algunos viejos senadores les
habría gustado bloquear tus posibilidades, pero es de dominio público tu condición de promotor honorable
y sincero partidario de los negocios (sobre todo después de tu escrupuloso
cumplimiento de todas las promesas que hiciste en Afríca), y los caballeros votantes
no han tenido remordimientos de conciencia ante minucias tales como las de presentarte
al segundo consulado al cabo de tres años o de ser candidato a cónsul in
absentia.
Así que, cuando nos veamos, Cayo
Mario, será para traspasarte los poderes del cargo. Ojalá pudiera decir que
estoy totalmente satisfecho conmigo mismo. Por el bien de Roma era vital que te
diesen el mando en la guerra contra los germanos, pero ¡ojalá se hubiera podido
hacer de un modo más ortodoxo! Pienso en los enemigos que se sumarán a los que
ya tienes, y tiemblo. Has provocado muchos cambios en la maquinaria de
producción legislativa. Sí, ya sé que todos han sido necesarios para
mantenerte, pero, como decían los griegos de Odiseo, la hebra de su vida era
tan fuerte que rozaba todas las otras hasta romperlas. Creo que Marco Emilio
Escauro, príncipe del Senado, tiene cierta razón de su parte en la actual situación,
porque a él no se le puede imputar la intolerancia tan estrecha de miras del Numídico.
Escauro ve, igual que yo, cómo van desapareciendo los antiguos métodos romanos.
Yo entiendo que Roma se está cavando su propia fosa, y que si se pudiera
confiar en el Senado para que te dejase enfrentarte con los germanos a tu
manera, serían innecesarias esas sorprendentes medidas nuevas, extraordinarias
y poco ortodoxas. Pero me duele, no obstante.
Tengo que añadir, para terminar,
que tu candidatura disuadió a todos los partidarios del honor y la alcurnia;
algunas personas decentes que habían inscrito su nombre como candidatos, lo
retiraron. Igual hizo Quinto Lutacio Catulo César, diciendo que contigo colaboraría con menos ganas que
con su perro. En consecuencia, tu colega consular será elegido a suertes. Lo que no
debe desanimarte más de lo debido, porque estoy seguro de que no te dará
guerra. Sé que estás deseando saber quién es, pero sólo te diré de él que es
venal, aunque creo que eso ya lo sabes. ¿Su nombre? Cayo Flavio Fimbria.
( C. McC. )
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