Esta cámara debe hacer cuanto
esté en su mano para limitar el poder que Cayo Mario acaba de conceder a los
plebeyos. Porque los plebeyos deben seguir siendo lo que siempre han sido, un
conjunto de bocas hambrientas al que nosotros, que somos más privilegiados, debemos cuidar,
alimentar y tolerar, sin pedirles a cambio ningún servicio. Puesto que no
trabaja para nosotros y es inútil, y no es más que un simple dependiente, la
esposa de Roma que no trabaja, sin poder y sin voto, nada puede pedirnos que no
queramos darle, porque nada hace: simplemente existe.
Pero, gracias a Cayo Mario,
ahora nos encontramos con todos los problemas y extravagancias de lo que debo
calificar de ejército de soldados profesionales, hombres que no tienen otra
fuente de ingresos ni otra forma de ganarse la vida, hombres que querrán estar
en el ejército de una campaña a otra, hombres que costarán al Senado grandes
sumas. Hombres que, además, padres conscriptos, pretenderán tener voz en los
asuntos de Roma, pues hacen un servicio por Roma, trabajan para Roma. Habéis
oído al pueblo. Nosotros, el Senado, que administramos el tesoro y distribuimos
los fondos públicos de Roma, tenemos que rascar las arcas de Roma y acopiar el
dinero para equipar al ejército de Cayo Mario con armas, armaduras y todos los
pertrechos militares. Igualmente el pueblo nos encomienda pagar a esos soldados
periódicamente en lugar de al final de la campaña, cuando se dispone del botín
para sufragar el desembolso. El coste de los ejércitos de hombres insolventes
quebrará las espaldas del Estado, qué duda cabe.
Sé que Cayo Mario opina que hay
tanto dinero en el tesoro de Roma que el Estado no sabe qué hacer con él,
porque considera que nunca lo gastamos y no hacemos más que atesorarlo. Sí, el
tesoro de Roma es cuantioso, que es como debe ser un tesoro. Pese al coste de
las obras públicas que realicé mientras fui censor, el tesoro sigue siendo cuantioso.
Pero ha habido tiempos en que ha sido muy exiguo. Las tres guerras que sostuvimos
contra Cartago nos dejaron al borde del desastre económico. Entonces yo os
pregunto: ¿qué hay de malo en procurar que eso no vuelva a suceder? Mientras el
tesoro sea cuantioso, Roma tendrá prosperidad.
Sé que Cayo Mario piensa que
Roma será más próspera si los proletarios tienen dinero en la bolsa para
gastarlo. Pero eso no es cierto, los proletarios malgastarán su dinero,
desaparecerá de la circulación y no producirá.
Yo os digo, padres conscriptos,
que debemos oponernos por todos los medios a que en el futuro un cónsul se
sirva de la lex Manlia para reclutar tropas entre los proletarios. ¡El pueblo nos ha encomendado
específicamente que paguemos el ejército de Cayo Mario, pero nada en la ley que
ha sido registrada dice que tengamos que pagar el equipamiento de ningún futuro
ejército de pobres! Y eso es lo que debemos hacer: que en el futuro un cónsul
electo coja todos los pobres que quiera para formar sus legiones, pero cuando
se dirija a nosotros, custodios del dinero de Roma, para recabar fondos para el
pago y los equipos, nosotros se los neguemos.
El Estado no puede permitirse
enviar en campaña un ejército de pobres. Así de simple. Los proletarios son
irreflexivos, irresponsables y no tienen respeto por la propiedad y los pertrechos. ¿Acaso un hombre
al que se le entrega gratuitamente la cota de malla, a costa del Estado, va a
cuidarla? ¡No! ¡Claro que no! ¡La dejará tirada, expuesta a la salinidad o a la
lluvia, y se oxidará; la colgará de una estaca en un campamento y se olvidará
de recogerla; la dejará a los pies de la cama de una prostituta extranjera y
luego se lamentará de que ésta se la haya robado para dársela a su amigo!
¡Nuestros soldados de siempre son propietarios, tienen casas a las que
regresar, dinero invertido, algo sólido y tangible cuyo valor conocen!.
Mientras que los veteranos pobres constituirán un peligro, porque ¿cuántos de
ellos ahorrarán parte del dinero que les abone el Estado? ¿Cuántos depositarán
su parte del botín? No, llegarán al final de sus años de servicio sin casa a
donde ir, sin recursos para vivir. Ah, si, os oigo decir, ¿y qué hay de extraño
en eso en su caso, si ellos siempre han vivido al día? Pero, padres
conscriptos, esos militares pobres se acostumbrarán a que el Estado los alimente,
los vista, les dé cobijo. Y cuando al retirarse les falte todo, refunfuñarán
igual que esas esposas acostumbradas a gruñir cuando no hay dinero. ¿Es que se
nos va a pedir que demos una pensión a esos veteranos pobres?
¡No debemos consentir que eso
suceda! ¡Lo repito, colegas miembros de este Senado del que soy portavoz,
nuestra táctica en el futuro debe ir encaminada a arrancar los dientes a esos
insensatos que reclutan tropas entre los proletarios, negándonos tesoneramente a
contribuir con un solo sestercio al coste de nuestros ejércitos!
TURNO DE RÉPLICA DE CAYO MARIO:
Actitud más ridícula y de cortas
miras sería difícil de ver hasta en el harén de un sátrapa parto, Marco Emilio!
¿Por qué no queréis entenderlo? Si Roma quiere seguir siendo lo que es en este
momento, ¡Roma debe invertir en todo su pueblo, incluidas las gentes que no tienen
derecho a voto en los comicios centuriados! Nos estamos quedando sin pequeños propietarios
y comerciantes enviándolos a la guerra, sobre todo cuando los ponemos bajo el mando
de incompetentes como Carbo y Silano... Ah, ¿estáis ahí, Marco Junio Silano? ¡Perdonad!
¿Qué hay de malo en procurarnos
los servicios de un amplio contingente de nuestra sociedad que hasta el momento
le ha sido tan inútil a Roma como las ubres a un toro? ¡Si la única objeción
real que se aduce es que habremos de ser algo más dadivosos con las apolilladas
reservas del tesoro, es que somos tan necios como cortos de vista! Vos, Marco Emilio,
estáis convencido de que los proletarios resultarán ser unos soldados desastrosos.
¡Pues bien, yo creo que serán estupendos soldados! ¿Y vamos a seguir quejándonos
de tener que pagarlos? ¿Vamos a negarles una recompensa como retiro al final de
su servicio activo? ¿Es eso lo que queréis, Marco Emilio?
Pues a mí me gustaría ver que el
Estado entrega parte de sus tierras públicas para que un soldado proletario,
cuando se retire, tenga derecho a una pequeña parcela para cultivarla o
venderla. Una especie de pensión. Y una aportación de sangre nueva más que necesaria
en las filas más que diezmadas de los pequeños propietarios rurales. ¿Cómo no
va ser eso bueno para Roma? Caballeros, caballeros, ¿cómo es posible que no
veáis que Roma sólo obtendrá mayor riqueza si está dispuesta a compartir su
prosperidad con la morralla de su mar además de con las ballenas?
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