Te
juro, Lucio Cornelio, que no tengo ningún amigo en el extranjero a quien
molestar con una sola línea. Es un placer poder escribirte y prometo mantenerte
bien informado de lo que suceda.
Para
empezar, te contaré lo de los quaestiones extraordinarios de la más famosa ley promulgada
en muchos años, la lex Licinia Mucia. Resultó tan peligrosa e impopular para quienes
los formaban hacia finales de verano, que no había nadie vinculado a ellos que
no anhelase una excusa para detener las averiguaciones. De pronto, afortunadamente,
se encontró milagrosamente un pretexto. Los salassi, los brenos y los rhaeti
comenzaron a hacer incursiones en la Galia itálica en la otra orilla del río
Padus, causando algún estrago entre el lago Benacus y el valle de los salassi,
es decir, la zona central y occidental de la Galia itálica, a la otra orilla
del Padus. El Senado declaró inmediatamente el estado de emergencia, derogando
el enjuiciamiento de los falsos ciudadanos, y todos los jueces especiales
regresaron a Roma, profundamente agradecidos por el respiro. Y, quizá en
represalia, votó enviar nada menos que al pobre Craso Orator a la Galia itálica
con un ejército para aplastar la sublevación de las tribus o cuando menos
expulsarlas de las zonas civilizadas. Lo que Craso Orator hizo con suma
eficacia durante una campaña que ha durado menos de dos meses.
Craso
Orator llegó hace pocos días a Roma y dejó su ejército en el Campo de Marte, porque
dice que sus tropas le habían aclamado como imperator en el campo de batalla y
quería celebrar un triunfo. Su primo Quinto Mucio Escévola, que se había
quedado en Roma gobernando, recibió la petición del general acampado e
inmediatamente convocó una reunión del Senado en el templo de Bellona, ¡Pero no
se discutió el triunfo solicitado!
«¡Tonterías!
-dijo tajante Escévola-. ¡Tonterías absurdas! ¿Un triunfo por una campaña meona
contra unos miles de salvajes desorganizados? ¡No se hará mientras yo ocupe la
silla curul de cónsul! Si concedimos un solo triunfo compartido a dos generales
del calibre de Cayo Mario y Quinto Lutacio Catulo César, ¿vamos ahora a hacer
lo contrario otorgando un triunfo completo a quien no ha conducido una guerra y
menos aún ganado una batalla? ¡No! ¡Nada de triunfo! Jefie de lictores, id a
decir a Lucio Licinio que conduzca sus tropas a los cuarteles de Capua y que
cruce el pomerium con su gruesa humanidad y haga algo útil para variar!»
¡Huy,
huy, huy! Yo diría que Escévola se había caído de la cama o que su esposa le había
echado de ella, que viene a ser lo mismo. En fin, Craso Orator licenció a sus
tropas y cruzó con su gorda figura el pomerium, pero no para ser útil por una
vez. Lo único que le movía era el deseo de hablar largo y tendido con su primo
Escévola. Pero le echaron con cajas destempladas.
«¡Bobadas!»,
dijo Escévola inflexible. ¿Sabes, Lucio Cornelio, que hay veces que Escévola me
recuerda notablemente al príncipe del Senado Escauro de joven? «Por mucho afecto
que te tenga, Lucio Licinio, no pienso aprobar tu casi-triunfo», le replicó
Escévola.
El
resultado de esta alharaca es que los primos no se dirigen la palabra, lo que
hace bastante difícil actualmente la vida en el Senado, dado que los dos
comparten el consulado. De todos modos, yo he conocido cónsules que se llevaban
mucho peor el uno con el otro. Todo lo arreglará el tiempo. Personalmente,
considero que es una lástima que no hubieran dejado de hablarse antes de idear
la lex Licinia Mucia.
Y
después de contarte estas tonterías, ya no tengo más noticias de Roma. El Foro
está muy poco animado estos días.
No
obstante, creo que debes saber que en Roma se han sabido grandes cosas de ti.
Tito Didio
-siempre supe que era un hombre honorable- te menciona en elogiosos términos
cada vez que envía un despacho al Senado.
Por
consiguiente, yo te sugeriría muy seriamente que consideres el regreso a la
ciudad hacia
fines del año próximo, a tiempo para presentarte a las elecciones de pretor.
Puesto que hace años que murió Metelo Numídico el Meneitos, y que Catulo César,
Escipión Nasica y Escauro, príncipe del Senado, están muy ocupados tratando de
dar vida a la lex Licinia Mucia a pesar de todos los inconvenientes que ha
generado, nadie se interesa mucho por Cayo Mario, ni por las personas y
circunstancias vinculadas a él en el pasado. Los electores están predispuestos a
votar a hombres competentes, y en este momento parece haber escasez de ellos.
Lucio Julio César no ha tenido dificultades para que le eligieran praetor
urbanus este año, y el hermanastro de Aurelia, Lucio Cota, es praetor
peregrinus. Creo que tu consideración pública es mucho mayor que la de ellos,
de verdad. Y no creo que Tito Didio te niegue el permiso, pues le has servido
mucho más de lo que un primer legado sirve a su comandante; el otoño que viene
hará cuatro años, una buena tarea.
En
fin, piénsalo, Lucio Cornelio. He hablado con Cayo Mario y le entusiasma la
idea, al igual que -¡lo creas o no!- a nada menos que Marco Emilio Escauro,
príncipe del Senado. El nacimiento de un niño que es su vivo retrato ha hecho
cambiar bastante al viejo. Aunque no sé por qué llamo viejo a un hombre de mi
edad.
( C. McC. )
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