España, al extremo occidental
del Imperio, de Europa y del mundo antiguo, ha conservado invariablemente en
todos tiempos los mismos linderos naturales, a saber: el Pirineo, el
Mediterráneo y el Océano Atlántico. Esta península grandiosa, dividida en la
actualidad tan desigualmente entre dos soberanos, quedó repartida por Augusto
en tres provincias, Lusitania, Bétíca y Tarragonesa. Abarca ahora el reino de
Portugal el país belicoso de los lusitanos, y el cercén que tuvo aquél por
levante queda compensado por su aumento de territorio hacia el norte.
Granada con todas las
Andalucías, corresponde a la antigua Bética. Lo restante, de España, Galicia,
Asturias, Vizcaya y Navarra, León y ambas Castillas, Murcia, Valencia, Cataluña
y Aragón, estaba embebido en el tercero y mayor de los gobiernos romanos, el
cual, por el nombre de su capital, se llamaba provincia de Tarragona. Los
celtíberos eran los más poderosos, así como los cántabros y astures los más
indómitos de todos los bárbaros. Al abrigo de sus riscos, fueron los últimos
que se rindieron al yugo romano, y los primeros en sacudir el de los árabes.
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