Por primera vez el proletariado
se apresuró a alistarse masivamente. Nunca se había visto una cosa así en Roma,
ni nadie del Senado esperaba tal respuesta por parte de un sector social en el que
nunca se había molestado en pensar, salvo en épocas de escasez de trigo en las
que era prudente abastecerle con grano barato para evitar peligrosos
desórdenes.
En pocos días el número de
voluntarios alistados con categoría de ciudadano romano
alcanzó los 20480 previstos, pero Mario no interrumpió el enganche. Se
procuraron y abastecierón con nuevos caballos, ballestas, catapultas,
provisiones y las mil cosas necesarias en un ejército.
Además hubo otros cambios en el
ejército de Mario aparte de la tropa básica, pues, al ser soldados sin
tradición militar, ignoraban completamente en qué consistía y no mostraron oposición
ni rechazo. Durante muchos años, la antigua unidad táctica denominada manípulo había
quedado demasiado reducida para contener a los ejércitos abigarrados e
indisciplinados con que tenían que combatir muchas veces las legiones; la
cohorte, tres veces mayor que el manípulo, la había ido sustituyendo en la
práctica, pero nadie había reestructurado las legiones en cohortes en lugar de
manípulos, ni cambiado la jerarquía de los centuriones para ajustarla al mando
por cohortes.
Y eso fue lo que hizo Mario la primavera y el
verano de su primer año de consulado. A partir de entonces, salvo como unidad
de adorno en los desfiles, el manípulo dejó de existir oficialmente y quedó
sustituido por la cohorte.
Pero
había inconvenientes imprevistos en la organización de un ejército de
proletarios. Los antiguos soldados de Roma sabían leer y contar y no
presentaban inconveniente en cuanto a reconocer banderas, cifras, letras y
símbolos, mientras que los que formaban el ejército de Mario eran en su mayoría
analfabetos que apenas sabían de números.
Sila,
cuestor de Cayo Mario, instauró un programa formando agrupaciones de ocho
hombres que ocupasen la misma tienda y entre los que hubiese uno por lo menos
capaz de leer y escribir, a quien se le concedió antigüedad respecto a sus
camaradas a cambio de enseñarles a interpretar los números, las letras, los
símbolos y los estandartes, así como a leer y escribir, en la medida de lo
posible.
El propio Mario inventó un nuevo
punto de reunión sencillo y muy emotivo para sus legiones, asegurándose de que
se aleccionaba a toda la tropa con temor y reverencia al respecto. Dio a todas
las legiones una preciosa águila de plata con las alas abiertas montada en un
mástil plateado; el águila la portaría el aquilifer o soldado considerado el
más fuerte de su legión, revestido de una piel de león y una armadura de plata.
El águila, decía Mario, era el símbolo
de Roma para las legiones y todos los soldados estaban obligados al atroz
juramento de estar dispuestos a morir antes que consentir que el águila cayese
en manos del enemigo.
Mario sabía perfectamente lo que
hacía. Habiendo pasado media vida en el ejército, y siendo la clase de hombre
que era, tenía firmes opiniones y sabía mucho más sobre la tropa que ningún
aristócrata.
Sus orígenes rurales le
capacitaban para la observación y su inteligencia superior le facultaba
perfectamente para deducir ideas a partir de tales observaciones. Por haberse
visto detenido en su carrera personal y haber sido su innegable valía utilizada
para el medro de sus superiores, Cayo Mario llevaba esperando muchos años antes
de conseguir el consulado, y se los había pasado pensando.
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