Supongo
que no volveré a verle. No es la clase de hombre que va a cualquier sitio o hace
cosas sin un buen propósito, y me refiero a propósitos de hombre. Creo que me
ha amado algo, pero eso no le hará volver a Chipre. No existe la mujer que
pueda disuadirle de lo que se proponga.
ALEJANDRÍA |
Nunca
había conocido a un romano, aunque creo que en Alejandría se ven muchos y tú debes
de conocer bastantes. ¿Será distinto porque es romano? ¿O porque es el único? Tal
vez tú puedas explicármelo, aunque creo que sé lo que vas a contestarme.
Lo
que más me gustó de él es su tenacidad, y su tranquilidad nada fingida. Sí,
reconozco que consiguió la flota con mi ayuda. ¡Ya sé que se valió de mí! Pero
hay momentos, querida Trifena, en que a una no le importa que la manejen. Me
amó un poco. Admiraba mi cuna. Y no hay mujer capaz de resistir a la manera que
tiene de reírse.
Ha
sido una aventura muy agradable. ¡Cómo le echo de menos! No te preocupes por
mi, que he tomado la medicina en cuanto se marchó, por si acaso. Si estuviese
casada de hecho y no ficticiamente, a lo mejor no la habría tomado. La sangre
de César es más augusta que la de Ptolomeo. Pero en mi desgraciada situación
nunca tendré hijos.
Lamento
tus dificultades y siento también que no nos hayan educado para entender la situación
de Egipto. Aunque no creas que a nuestro padre Mitrídates ni a nuestro tío Tigranes les importasen mucho esas
dificultades. Simplemente se valen de nosotras para sus intereses en Egipto,
porque tenemos la suficiente sangre ptolomeica para reivindicar nuestros
derechos. Lo que no podíamos saber era ese asunto de los sacerdotes egipcios tan
influyentes en la gente del pueblo, los de sangre egipcia más que macedonia. Se
diría que hay dos Egiptos, la tierra de la Alejandría macedónica y el delta, y
la tierra del Nilo.
Yo
creo, querida Trifena, que deberías entablar negociaciones con los sacerdotes.
A tu esposo Auletes no le gustan los hombres y tienes esperanzas de ser madre.
¡Tienes que darle hijos! Pero no puedes hacerlo según la ley egipcia hasta que
no os coronen y unjan, y eso sólo podéis lograrlo si los sacerdotes se avienen
a oficiar la ceremonia. Sé que los alejandrinos fingieron ante la embajada de
Roma que estabais coronados y ungidos, pues sabían que Marco Perpena y los
otros romanos ignoraban las leyes y costumbres egipcias. Pero el pueblo de
Egipto sabe que no habéis sido investidos como reyes. Auletes
es necio, tiene pocas luces y muy escasa visión política. Nosotras, por ser
hijas de nuestro padre, tenemos mejores dones.
Ve a
ver a los sacerdotes y comienza a negociar por tu cuenta. Estoy segura de que
no conseguirás nada -ni hijos- hasta que convenzas a los sacerdotes. Auletes
quiere dárselas de ser más importante que ellos, y pretender que los
alejandrinos pueden desafiarlos impunemente, pero se equivoca. O quizá sea
mejor decir que Auletes cree que es más importante ser rey macedonio que faraón
de Egipto, y que si es rey acabará siendo faraón. Por tus cartas veo que tú no
has caído en esa trampa. Pero no basta con eso. Tienes que negociar. Los
sacerdotes saben que nuestros esposos son los últimos del linaje, y que establecer
en Egipto dinastías rivales de la sangre egipcia al cabo de casi mil años de
invasiones y reyes extranjeros es más peligroso que sancionar a los últimos
Ptolomeos. Así que me imagino que lo que desean es que se les consulte y no se
les margine. Consúltales, querida Trifena. ¡Y que tu esposo hable con ellos! Al
fin y al cabo, ellos son los custodios de los laberintos que guardan los
tesoros de los faraones, son
administradores de las rentas del Nilo y dirigen al pueblo. El hecho de que el Garbanzo
saquease Tebas hace siete años no tiene nada que ver. ¡Le habían ungido faraón,
y Tebas no es todo el Nilo!
Mientras
tanto, sigue tomando la medicina y no te indispongas con tu esposo y con los
alejandrinos. Siempre que los tengas de tu parte, dispondrás de un medio para
negociar con los sacerdotes de Menfis.
(C.
McC. )
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