¿Y quién era aquella Cornelia,
madre de los Gracos? Todo lo que una noble romana debía
ser, desde el nacimiento hasta la tumba. Esa era.
La hija menor de Escipión el
Africano, implacable perseguidor de Aníbal y conquistador de Cartago, se había
desposado con el noble Tiberio Sempronio Graco a los diecinueve años, cuando él
contaba cuarenta y cinco; su madre, Emilia Paula, era hermana del gran Emilio
Paulo, con lo que Cornelia, madre de los Gracos, era doblemente patricia.
Su conducta como esposa de
Tiberio Sempronio Graco había sido irreprochable, y en los casi veinte años de
matrimonio le dio -incansable- doce hijos. Cayo Julio César probablemente
habría sostenido que por la constante endogamia de dos familias muy antiguas -los
Cornelios y los Emilios- los hijos fueron enfermizos, porque de eso no había
duda. Pero ella, infatigable, persistió y crió a sus hijos con meticulosos
cuidados y gran cariño y consiguió que tres de ellos crecieran saludables. El
primero que llegó a hacerse mayor fue una hija, Sempronia; el segundo, un varón
que heredó el nombre del padre, Tiberio, y el tercero fue otro varón llamado
Cayo Sempronio Graco.
De exquisita formación y digna
hija de su padre, que adoraba todo lo griego como el máximo exponente de la
cultura, ella misma fue la maestra de sus tres hijos (y de los que de los otros
nueve vivieron lo suficiente para recibir enseñanza), vigilando todas las
facetas de su formación. Al morir su esposo, quedó con Sempronia, de quince
años, Tiberio Graco, de doce, el pequeño Cayo Graco, de dos años, y algunos de
los nueve que no sobrepasaron la niñez.
Los pretendientes a la viuda
eran legión, pues había dado pruebas de fertilidad con asombrosa regularidad y
aún estaba en edad de concebir; era, además, hija del Africano, sobrina
de Paulo y viuda de Tiberio Sempronio Graco. Y estaba muy sana.
Entre los pretendientes estaba
nada menos que el rey Tolomeo Evergetes, Gran Vientre, en aquel entonces rey de
Cirenaica y posteriormente de Egipto, que viajaba a menudo a Roma en los años entre su
destronamiento en Egipto y su reinstauración nueve años después de la muerte de
Tiberio Sempronio Graco. Por entonces no hacía más que castigar con sus quejas
los cansados oídos del Senado, conspirar y sobornar para lograr recuperar el trono
perdido.
Al morir Tiberio Sempronio
Graco, el rey Tolomeo Evergetes tenía ocho años menos que Cornelia, madre de
los Gracos, que contaba treinta y seis años, y era mucho más esbelto por la
zona ventral que en años posteriores, cuando el primo carnal y yerno de
Cornelia, Escipión Emiliano, alardeó de haber expulsado al horrible y obeso rey
de Egipto, indecentemente vestido. El monarca insistía y suspiraba por su mano
con la misma insistencia que por el trono de Egipto, pero con poco éxito.
Cornelia, la madre de los Gracos, no era para un simple rey extranjero, por muy
rico y poderoso que fuese.
De hecho, Cornelia, madre de los
Gracos, había decidido que una auténtica noble romana, casada con un noble
romano durante casi veinte años, no tenía por qué volver a casarse. Y así, todos los pretendientes se vieron rechazados con suma cortesía y la viuda se esforzó en
su soledad por educar a sus hijos.
Cuando Tiberio Graco fue
asesinado, siendo tribuno de la plebe, ella siguió con la frente muy alta,
manteniéndose muy por encima de las insinuaciones de la implicación de su primo
carnal Escipión Emiliano en el asesinato, y también totalmente al margen de la incompatibilidad
conyugal existente entre su hija Sempronia y su esposo Escipión Emiliano. Luego,
cuando hallaron muerto misteriosamente a Escipión Emiliano y se rumoreó que a
él también le habían asesinado -nada menos que su esposa, o su hija-, Cornelia
supo mantenerse perfectamente distanciada. Al fin y al cabo tenía un hijo que
cuidar y preparar para su floreciente carrera pública: su querido Cayo Graco.
Cayo Graco murió violentamente
cuando su madre iba a cumplir setenta años, y todos pensaron que, finalmente,
aquel duro golpe sería el fin de Cornelia, madre de los Gracos. Pero no; ella siguió viviendo
con la frente muy alta, viuda, sin sus espléndidos hijos y con el único retoño
que le quedaba: la amargada y estéril Sempronia.
Lo que hizo fue marcharse de
Roma, aunque no dejara la vida social. Se retiró a su enorme villa de Miseno, a
semejanza de ella, una muestra sin igual del buen gusto, refinamiento y esplendor que
Roma podía ofrecer al mundo. Allí recopiló sus cartas y ensayos y amablemente consintió
en que el anciano Sosio de Argileto hiciera una edición, después de que sus
amistades le suplicaran que no las dejara desconocidas para la posteridad.
Igual que su autora, aquellos escritos rebosaban gracia, encanto e inteligencia,
pese a ser solemnes y profundos. Y en Miseno se incrementaron, pues en
Cornelia, madre de los Gracos, la edad no mermó la inteligencia, erudición e
interés por las cosas.
La muerte de Cornelia, madre de
los Gracos, sobrevino de forma tan repentina que toda Roma se congratuló, pues
era bien cierto que los dioses habían amado, y puesto duramente a prueba, a
Cornelia, madre de los Gracos. Por ser una Cornelia, fue inhumada en lugar de
incinerada. Sólo la gens de los Cornelios, entre las grandes familias romanas, conservaban
el cadáver intacto.
Su mausoleo fue una espléndida tumba en la Via Latina, que siempre
tuvo flores recién cortadas, y que con el paso de los años fue santuario y
altar, aunque nunca se reconociera oficialmente el culto. Toda mujer romana que
aspiraba a las virtudes atribuidas a Cornelia, madre de los Gracos, rezaba y
dejaba flores en la tumba. Se había convertido en una diosa, pero de una modalidad
nueva; un ejemplo de indomable espíritu ante la adversidad.
CORNELIA,
MADRE DE LOS GRACOS. PINTURA DE NOËL HALLÉ
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario