Cuando
el cristianismo comenzó a imponerse y extenderse la Iglesia se dio cuenta
rápidamente de una cosa, se pueden cambiar ideas, se pueden imponer ideas, pero
no se puede cambiar la tradición y no se puede cambiar el ciclo de la vida de
las personas. Estos pueblos paganos no sólo celebraban banquetes y libaciones
en honor a sus dioses, sus dioses eran la propia tierra, la propia naturaleza y
su adoración estaba ligada a ellos y a sí mismos. Celebraban el inicio de las
cosechas y su fin, celebraban los solsticios, los cambios de estación,
celebraban la vida y celebraban la muerte.
¿Cómo podía la Iglesia cambiar eso? ¿Cómo
podía la Iglesia imponer unas nuevas ideas, cultos y celebraciones que no
tenían nada que ver con lo que estos hombres y mujeres conocían y sentían? En
un alarde de absoluta agudeza la Iglesia comprendió que no podría cambiar las
prácticas paganas; en principio sabían que de facto iban a seguir siendo paganos, por ello
optó por adaptar y transformar las celebraciones y festividades paganas en
festividades y celebraciones cristianas.
Así, el solsticio de invierno se convirtió en
la Navidad, el solsticio de verano se convirtió en San Juan, Samhain (el
equinoccio de otoño) se convirtió en Todos los Santos y el equinoccio de primavera
en la Pascua, por poner unos cuantos ejemplos.
Uno
de estos pueblos paganos era el propio Imperio Romano, donde también se
celebraba el solsticio de invierno en el que los días dejaban de ser cortos y
empezaban a alargarse con el cambio de la estación.
Sin
embargo, en el año 313 en emperador Constantino I decretaba la libertad de
culto en el Imperio y el cristianismo dejaba de perseguirse a través del Edicto
de Milán y en el año 380 el emperador Teodosio I promulgaba el Edicto de
Tesalónica, por el cual el catolicismo se convertía en la religión única y
oficial del Imperio.
Como
era de esperar, el pueblo romano no se cristianizó de golpe y siguió celebrando
sus festividades ancestrales, por lo que a la Iglesia no le quedó otro remedio
que llevar a cabo esa estrategia de absorción de la que hablábamos,
transformando las costumbres paganas dándoles un nuevo sentido cristiano.
Si lo que celebraban los romanos era que el sol que vencía a las
tinieblas para alagar el día, la Iglesia le dio un nuevo significado.
El nacimiento de Jesucristo era ese sol que vencía a las tinieblas. Y así
se adaptaron todas aquellas festividades paganas de muchas sociedades
relacionadas con el solsticio de invierno en la Navidad cristiana.
Ya
sabemos que la Navidad es una adaptación de las fiestas paganas, pero, ¿por qué el 25 de Diciembre
exactamente? Algunos
autores creen que es mera coincidencia y que ese día no tiene nada que ver con
el paganismo, sin embargo esta teoría carece de bastante sentido cuando somos
conscientes de que ninguna otra teoría histórica avala el nacimiento de Jesús
como real en esa fecha. No hay evidencias históricas que así lo confirmen.
Otros
autores creen que se escogió el 25 de Diciembre para hacerlo coincidir con esa
celebración pagana de los romanos del solsticio de invierno de la que hemos
hablado. Éstos tenían una festividad llamada Saturnalia, en honor a Saturno, que comenzaba el 17 de
Diciembre y duraba siete días. Al final de Saturnalia, el 25 de Diciembre, se
celebraba el Natalis Invictis Solis o Deus Sol Invictus, el nacimiento
del sol invencible dedicado al dios Apolo.
Ese mismo 25 de diciembre también se celebraba
la fiesta de Brumalia que
coincidía con el solsticio y que estaba dedicada al dios Baco, aunque para
otros este nombre significa “fiestas de invierno“,
del latín bruma que significa “el día más corto“, e incluso, “invierno”, porque los brumales caían en esta estación.
Durante esos
días los romanos descansaban, no guerreaban, intercambiaban regalos e incluso
los esclavos recibían prebendas como raciones extras de comida o, incluso, la
liberación.
La
palabra Navidad proviene de la palabra latina nativitas que significa nacimiento y se refiere
particularmente al nacimiento de Jesucristo, sin embargo, en ninguna parte de
la Biblia se menciona la fecha exacta de su nacimiento.
Los romanos, al
cristianizarse, adaptaron estas festividades, unas de las más importantes y que
no podían quitarle al pueblo, y las convirtieron en el nacimiento de Jesús y en
el día de Navidad en ese mismo 25 de Diciembre.
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