Una de las principales
características de una larga campaña en tierra extranjera es el modo en que el
ejército y su jerarquía de mando se amoldan a un estilo de vida en el que el país
extranjero llega a adquirir categoría de hogar semipermanente. A pesar de todos
los movimientos de incursiones y expediciones, el campamento cobra aspecto de
ciudad y la mayoría de los soldados encuentran mujer y casi todas ellas dan a
luz; tiendas, tabernas y comerciantes se multiplican fuera de las fortificaciones y las casuchas de adobe para las mujeres y los niños crecen
como setas en un improvisado sistema de callejas.
Tal era la situación en el
campamento romano en las afueras de Utica, y, en menor grado, la del campamento
de Cirta. Como Mario elegía a sus centuriones y tribunos militares con gran
cuidado, el período de las lluvias invernales, durante el cual no se combatía,
se dedicaba, además de a la instrucción y a maniobras, a dividir a la tropa en
octetos de afinidad por tiendas y a solventar los mil y un problemas
disciplinarios que por fuerza se dan entre tantos hombres obligados a vivir
juntos durante plazos tan largos.
Con la llegada de la primavera
africana, cálida, lujuriante, fértil y seca, el campamento entró en ebullición,
con un movimiento parecido al que le acomete al caballo por un extremo y
recorre su piel hasta el otro. Sacaban los equipos para la campaña que se avecinaba,
encargaban la redacción de testamentos a los escribas de las legiones, se limpiaban y engrasaban las cotas
de malla, se afilaban espadas y dagas, se rellenaban los cascos con fieltro en previsión
del calor y de las abolladuras, se examinaban minuciosamente las sandalias para
reponerles los clavos, se remendaban túnicas, y cualquier pertrecho gastado o
estropeado se mostraba al centurión y se devolvía a intendencia para que lo
reemplazara.
En invierno había llegado de
Roma un cuestor del Tesoro con la paga de las legiones y ello provocó un
aumento de la actividad entre los funcionarios, dedicados a la contabilidad y
al pago de la tropa. Como sus soldados eran insolventes, Mario había creado dos
fondos obligatorios para ingresar en ellos parte de la soldada de cada hombre:
un fondo para el entierro digno de los legionarios que muriesen fuera de Italia
y no en combate (si morían luchando, el entierro lo pagaba el Estado) y un
fondo de ahorro en el que se guardaba el dinero de la tropa hasta que se
licenciase.
El ejército de Africa sabía que
le esperaban grandes acciones en la primavera del consulado de Cepio, aunque
esto sólo se sabía en las altas esferas del mando. Recibieron órdenes de marcha
ligera, lo cual significaba que no habría que formar un convoy de pertrechos de
varias millas en carros tirados por bueyes, sino de carros con mulas capaces de
seguir el paso de la marcha y acampar cada noche. Ahora todos los soldados
estaban obligados a llevar su equipo a la espalda, lo que hacían muy ingeniosamente,
colgado de un fuerte palo desbastado que portaban sobre el hombro izquierdo,
con los adminículos de afeitarse, las túnicas de muda, calcetines, calzones de
invierno y pañuelos para el cuello para evitar el roce de la cota de malla,
todo ello dentro de la manta enrollada y metido en una funda de cuero y con el
sagum, la capa circular para la lluvia; y en una bolsa de piel, cubiertos y
cazuela, cantimplora, un mínimo de raciones para tres días, una estaca ya
cortada para la empalizada del campamento, las herramientas de atrincheramiento
que les entregasen, un cubo de cuero, una cesta de mimbre, una sierra y una
hoz, y productos para cuidar las armas y la armadura. El escudo, guardado en
una funda de piel fina, lo llevaban colgado a la espalda debajo de su equipo,
mientras que el casco, desprovisto del penacho de crin de caballo, cuidadosamente
guardado, lo metían con lo demás, se lo colgaban del pecho o lo llevaban puesto
si marchaban para atacar. El soldado siempre se quitaba la cota de malla para
la marcha y se ceñía a la cintura las veinte libras de peso con el cinturón
para distribuir la carga en las caderas. Al lado derecho del cinturón fijaba la
espada en la vaina y a la izquierda la daga, igualmente envainada, para
portarlas en las marchas. No llevaba las dos lanzas.
Cada ocho hombres disponían de
una mula en la que cargar la tienda de cuero, los piquetes y las lanzas, además
de las raciones suplementarias si no se las repartían cada tres dias. Ochenta
legionarios y veinte auxiliares formaban una centuria al mando de un centurión,
y cada centuria disponía de un carro tirado por una mula en el que iba el resto
de los pertrechos: ropa, herramientas, armas de reserva, parapetos de mimbre
para la fortificación del campamento, raciones cuando no se repartían durante
períodos largos y otras cosas. Si se desplazaba todo el ejército sabiendo que
no iba a volver sobre sus pasos al final de la campaña, todas las pertenencias,
desde los botines a la artillería, se transportaba en carros tirados por bueyes
que le seguían varias millas a retaguardia fuertemente vigilados.
Cuando, en primavera, Mario se
puso en marcha hacia Numidia occidental, dejó los pertrechos pesados en Utica.
No obstante, era un impresionante desfile de tropas que se alargaba hasta el infinito, pues
cada legión con sus carros de mulas y artillería ocuparía unamilla, y Mario
avanzaba en dirección oeste con seis legiones y la caballería. De todos modos, ésta
la dispuso sobre los flancos de la infantería, con lo cual la columna se
extendía unas seis millas.
En campo abierto no había
posibilidad de emboscadas y el enemigo no podía lanzar un ataque simultáneo por
sorpresa sobre todo el largo de la columna, y en un ataque parcial, el resto de
la tropa se habría lanzado contra los agresores, rodeándolos.
No obstante, cada noche se
cursaba la misma orden: acampar. Lo que significaba medir y marcar un área lo
bastante grande para albergar a todos los hombres y animales del ejército,
excavar hondas trincheras, fijar en el fondo las estacas afiladas llamadas
stimuli, levantar taludes de tierra y
empalizadas. Pero, al final, todos -excepto los centinelas-, podían dormir como
un tronco, a sabiendas de que el enemigo no podía infiltrarse con suficiente rapidez
para tomar el campamento por sorpresa.
Fueron los hombres de este
ejército, el primero totalmente formado por "el censo por cabezas",
los que se autobautizaron "mulas de Mario", porque el cónsul los
había cargado como mulas. En los ejércitos al estilo tradicional, formados por
propietarios, hasta la clase de tropa marchaba con los efectos cargados en
mulas, burros o esclavos, y los que no podían procurárselos, alquilaban espacio
de carga a los que disponían de él. En consecuencia, se tenía un mal control
del número de carros y furgones, porque muchos eran privados. Y, por lo tanto,
un ejército al estilo antiguo marchaba más despacio y con menor eficacia que el
de Mario y otros similares que le sucederían en los seis siglos siguientes.
Mario había dado a los
proletarios del "censo por cabezas" un trabajo útil y un salario por hacerlo. Pero, aparte de
eso, pocos favores les hizo, salvo rebanar por arriba y por abajo el borde
curvado del viejo escudo de infantería de metro y medio de altura, porque si no
los soldados no habrían podido llevarlo a la espalda bajo el palo con los
efectos; el nuevo escudo era noventa centímetros más bajo y no chocaba con la
carga ni les pegaba en los talones durante la marcha.
( C. McC. )
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