Un
general tiene sus legiones; un demagogo sólo dispone de su lengua.
Pasión por los romanos. Un blog de divulgación creado por Xavier Valderas que es un largo paseo por el vasto Imperio Romano y la Antigüedad, en especial el mundo greco-romano.
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miércoles, 11 de abril de 2018
CAYO SERVILIO GLAUCIA DIFERENCIA EL PODER ENTRE MILITARES Y POLÍTICOS
lunes, 9 de febrero de 2015
DISCURSO DEL PRETOR CAYO JULIO CÉSAR CONTRA LA PENA DE MUERTE ANTE EL SENADO DE ROMA
El
Senado y el pueblo de Roma, que juntos constituyen la República de Roma, no
hacen concesiones
para el castigo de ciudadanos de pleno derecho sin un juicio. Quince personas
acaban de abogar por la pena de muerte, pero ninguna de ellas ha mencionado un
proceso judicial. Está claro que los miembros de este cuerpo han decidido
revocar la República para retroceder en la historia de Roma en busca de un
veredicto sobre el destino de veintiún ciudadanos de la República, incluido un
hombre que ha sido cónsul en una ocasión y pretor en dos, y que en este momento
sigue siendo pretor legalmente elegido. Por ello, no malgastaré el tiempo de
esta Cámara alabando a la República ni a los procesos judiciales y de apelación
a los que todo ciudadano de la República tiene derecho antes de que sus iguales
puedan aplicarle una sentencia de ninguna clase. En cambio, puesto que mis
antepasados los Julios fueron padres durante el reinado de Tulo Hostilio,
limitaré mis comentarios a la situación tal como era durante el reinado de los
monarcas. Con confesión o sin ella, una sentencia de muerte no es el estilo
romano. No fue el estilo romano bajo el gobierno de los reyes, aunque éstos
dieron muerte a muchos hombres igual que nosotros hacemos hoy: mediante el
asesinato durante actos de violencia pública. El rey Tulo Hostilio, a pesar de
ser un guerrero como era, dudó en aprobar una sentencia formal de muerte. No
parecía bien, eso pudo comprenderlo con tacita claridad que fue él quien le
aconsejó a Horacio que apelase cuando el duumviri lo condenó por el asesinato
de su hermana Horacia. Los cien padres, los antepasados de nuestro Senado
republicano, no eran propensos a la misericordia, pero cogieron la indirecta
del rey y desde entonces establecieron el precedente de que el Senado de Roma
no tenía derecho a condenar a los romanos a muerte. Cuando los romanos son
condenados a muerte por hombres que están en el gobierno, ¿quién no recuerda a Mario
y a Sila?, ello significa que el buen gobierno ha perecido, que el Estado ha
degenerado.
Padres
conscriptos, dispongo de poco tiempo, así que sólo diré esto: ¡No volvamos a la
época de los reyes si eso significa ejecución! La ejecución no es un castigo
adecuado. La ejecución es muerte, y la muerte no es más que el sueño eterno.
¡Cualquier hombre sufrirá más si se le condena a vivir en el exilio que si
muere! Cada día ha de pensar en que se ha visto reducido a la no ciudadanía, a
la pobreza, al desprecio, a la oscuridad. Se derriban sus estatuas públicas; su
imago no puede llevarse en ninguna procesión funeral de la familia, ni
exhibirse en ninguna parte. Es un paria, un desgraciado y vil. Sus hijos y
nietos deben bajar siempre la cabeza con vergüenza, su esposa y sus hijas
lloran. Y todo esto él lo sabe porque continúa vivo, sigue siendo un hombre,
con todos los sentimientos, las debilidades y las energías de un hombre, que en
estos casos no le sirven más que para atormentarse. La muerte en vida es
infinitamente peor que la muerte auténtica. Yo no le temo a la muerte con tal
de que sea súbita. A lo que yo le temo es a alguna situación política que pudiera
tener como resultado el exilio permanente, la pérdida de mi dignitas. Y si no
soy otra cosa, soy romano hasta el más minúsculo de los huesos, hasta la más
diminuta tira de tejido. Venus me hizo, y Venus hizo a Roma.
Aprecio
lo que el instruido cónsul senior Marco Tulio Cicerón ha dicho acerca de lo que
insiste en llamar el senatus consultum ultimum: que bajo su amparo todas las
leyes y procedimientos quedan en suspenso. Comprendo que la principal preocupación
del instruido cónsul senior sea el presente bienestar de Roma, y que considere
que la estancia continuada de esos traidores confesos dentro de los muros de
nuestra ciudad sea un peligro. Quiere acabar con el asunto tan rápidamente como
sea posible. ¡Bueno, yo también! Pero no con una sentencia de muerte, si para
ello debemos volver a los tiempos de los reyes. No me preocupa nuestro
instruido cónsul, ni ninguno de los catorce brillantes hombres que se
encuentran sentados aquí y ya han sido cónsules. No me preocupan los cónsules
del año que viene, ni los pretores de este año, ni los pretores del año que
viene, ni todos aquellos hombres que están aquí sentados y que ya han sido
pretores y quizás esperen ser cónsules algún día.
Lo
que me preocupa es algún cónsul del futuro, alguno dentro de diez o veinte
años. ¿Qué clase de precedente verá ese cónsul en lo que nosotros hagamos hoy aquí?
Verdaderamente, ¿a qué clase de precedente está acudiendo nuestro instruido
cónsul senior cuando cita a Saturnino? El día en que todos nosotros realmente
sepamos quién ejecutó ilegalmente a ciudadanos romanos sin celebrar un juicio,
esos ejecutores nombrados a sí mismos habrán profanado un templo inaugurado
debidamente. ¡Porque eso es lo que es la Curia Hostilia! La propia Roma fue
profanada. ¡Menudo ejemplo! ¡Pero no es nuestro instruido cónsul quien me
preocupa! Es algún otro cónsul, menos escrupuloso y menos instruido, del
futuro.
Conservemos
la cabeza fría y miremos este asunto con los ojos bien abiertos y nuestra capacidad
de pensar de modo objetivo. Hay otros castigos aparte de la muerte y de un
exilio en un lujoso lugar como Atenas o Masilia. ¿Qué os parece Corfinium, o
Sulmona, o alguna otra formidable ciudad fortificada en alguna montaña
italiana? Ahí es donde hemos colocado durante siglos a nuestros reyes y príncipes
capturados. Así que, ¿por qué no hacer lo mismo con enemigos romanos del
Estado? Confiscarles sus propiedades para pagar bien a esas ciudades por la
molestia, y a la vez asegurarnos de que no escapen. ¡Hacerles sufrir, sí! ¡Pero
no matarlos!
domingo, 4 de enero de 2015
DISCURSO DE CAYO MARIO ANTE EL SENADO SOBRE LOS ALIADOS ITÁLICOS
No son romanos, pero son
nuestros mejores aliados en todas nuestras empresas y comparten con nosotros la
península de Italia. Comparten también la carga de aportar tropas para defender
Italia y no han sido bien servidos. Como tampoco lo ha sido Roma. Como sabéis,
padres conscriptos, actualmente se está dando un caso lamentable en la Asamblea
de la plebe, en la que el consular Marco Junio Silano se está defendiendo de la
imputación que ha presentado contra él el tribuno de la plebe Cneo Domicio.
Aunque no se ha pronunciado la palabra traición, la implicación está clara:
Marco Junio es uno de esos magistrados consulares de estos últimos años que ha
perdido un ejército entero, incluidas legiones de aliados itálicos.
No me corresponde hoy exponer
ningún cargo contra Marco Junio. Simplemente menciono un hecho. Que otros
organismos y otros hombres se ocupen de la querella. Yo simplemente menciono un hecho.
Marco Junio no necesita hablar hoy aquí en defensa de sus actos por causa mía.
Yo simplemente menciono un hecho, padres conscriptos. Simplemente eso; un hecho
es un hecho.
No os fastidieis, ¿cómo no iba a
continuar habiendo sido invitado a hacerlo por un magistrado consular tan
augusto y notable como Metelo Dalmático, el pontífice máximo?
Tengo que decir que pienso
convencido de que en nuestra sociedad eminentemente democrática, esta cámara
está abierta a todos los romanos, incluso a aquellos que, como yo, no pueden
decirse augustos y notables, como muchos patricios aquí presentes.
¿Dónde estaba? ¡Ah, sí! En la
carga que nuestros aliados itálicos comparten con nosotros facilitándonos
tropas para defender Italia. Una de las objeciones para aportar tropas que se
repite en ese alud de cartas de los magistrados de los samnitas, los apuleos,
los marsos y otros, como ese montón de rollos que os muestro,se refiere a la
legalidad de que exijamos a los aliados itálicos la provisión de tropas para
realizar campañas fuera de las fronteras de Italia y de la Galia itálica. Los
aliados itálicos, augustos y notables padres conscriptos, sostienen que han
estado aportando tropas, y perdiendo miles y miles de hombres, ¡para las
guerras de Roma en el extranjero!, y cito textualmente.
¡Ya sé que los enemigos de Roma son
también enemigos de Italia! pero yo sólo cito lo que dicen las cartas, senadores.
Debemos tener en cuenta lo que dicen por la simple razón de que yo imagino que
esta cámara tendrá que recibir en breve embajadas de todos los pueblos de
Italia que han manifestado su descontento en tan numerosas cartas.
Bien, ¡basta de escaramuzas!, y
lo digo seriamente. Vivimos en una península codo con codo con nuestros amigos
itálicos, que no son romanos y nunca lo serán. Que se hayan elevado a su actual
prominente posición en el mundo se debe exclusivamente a los grandes logros de
Roma y los romanos. Que los pueblos itálicos estén ampliamente presentes en las
provincias y esferas de influencia romana se debe estrictamente a los grandes logros
de Roma y los romanos. El pan de su mesa, el fuego de sus casas en invierno, la
salud y el número de sus hijos se lo deben a Roma y a los romanos. Antes de
Roma, era el caos, la total desunión. Antes de Roma estaban los crueles reyes etruscos
al norte de la península y los codiciosos griegos al sur. Por no hablar de los
celtas de la Galia.
Padres conscriptos, vosotros y
el pueblo de Roma me habéis dado un mandato para librar a Italia de los germanos.
Tan pronto como sea posible, llevaré como legados a la Galia Transalpina al
propretor Manio Aquilio y al valiente senador Lucio Cornelio Sila. ¡Aunque nos cueste
la vida, os libraremos de los germanos y garantizaremos la eterna seguridad de
Roma e Italia! Eso os prometo en mi nombre y en nombre de mis legados y de
todos mis soldados. Nuestro cometido es sagrado para nosotros y nada se opondrá
a nuestro paso. ¡Llevaremos a la cabeza las águilas de plata de las legiones de
Roma y alcanzaremos la victoria!
No obstante, antes de partir,
debo suplicar a esta cámara que haga lo que pueda para paliar la preocupación
de nuestros aliados itálicos. No podemos dar pábulo a estas alegaciones de que
se emplean tropas itálicas para luchar en campañas que no son de incumbencia de los aliados
itálicos, ni podemos dejar de alistar a todos los soldados que los aliados
itálicos aceptaron formalmente darnos en virtud de un tratado. Los germanos amenazan a toda la península,
incluida la Galia itálica. Pero la terrible escasez de hombres idóneos para
servir en las legiones afecta a los aliados itálicos tanto como a Roma. El pozo
se ha secado, colegas senadores, y el nivel de las aguas que lo alimentaban
tardará en subir. Me gustaría dar a nuestros aliados itálicos la seguridad de
que mientras exista un mínimo aliento de vida en este organismo nada augusto y
nada notable, nunca más las tropas itálicas, ni romanas, perderán la vida en
los campos de batalla. ¡Yo trataré con más reverencia y respeto que mi propia
vida la vida de los hombres que lleve conmigo a defender a la patria! Así os lo
prometo.
Ha llegado a mi conocimiento una
reprensible situación. Se trata de que nosotros, el Senado y el pueblo de Roma,
hemos sometido a esclavitud a muchos miles de itálicos y aliados en concepto de deuda,
enviándolos como esclavos a las tierras de nuestros dominios en los confines
del Mediterráneo. Como la mayoría de ellos proceden de la agricultura, casi todos
se hallan cancelando su deuda en nuestros graneros de Sicilia, Cerdeña, Córcega
y Africa. ¡Eso, padres conscriptos, es una injusticia! Si a los deudores
romanos ya no se les inflige la esclavitud, tampoco debemos hacerlo con
nuestros aliados itálicos. No, no son romanos, y nunca serán romanos; pero son
nuestros hermanos de la península, y ningún romano esclaviza a sus hermanos por
deudas.
Hasta que pueda dar a nuestros
grandes terratenientes de las regiones trigueras la mano de obra a base de esclavos germanos,
deberán procurársela de otro modo que no sea el
de esclavos itálicos por deudas. Porque nosotros, padres conscriptos,
debemos promulgar hoy mismo un decreto, que ratifique la Asamblea de la plebe,
manumitiendo a todos los esclavos nacidos en los pueblos itálicos que son
aliados nuestros. No podemos imponer a nuestros aliados más antiguos y fieles
lo que no es aplicable entre nosotros. ¡Hay que liberar a esos esclavos! Tienen
que volver a Italia para cumplir con su deuda natural con Roma: servir en las legiones
auxiliares romanas.
Se me informa que no queda
población capíte censi en ningún pueblo itálico porque están reducidos a la
esclavitud. Pues bien, colegas del Senado, el capite censi de Italia puede utilizarse
mejor que trabajando en las regiones de abastecimiento de trigo. ¡Ya no podemos
formar ejércitos al estilo tradicional, porque los pequeños propietarios que servían
en ellos son demasiado viejos, demasiado jóvenes o han muerto! De momento, el
censo por cabezas es el único recurso para alistar soldados. Mi valiente
ejército africano, totalmente reclutado entre ese censo, ha demostrado que
estos hombres llegan a ser magníficos soldados. Y del mismo modo que se ha
demostrado que los propietarios procedentes de los pueblos itálicos, como
soldados, no son en nada inferiores a los propietarios romanos, en los años
venideros se demostrará que los hombres del censo por cabezas de los pueblos
itálicos no son en nada inferiores a los soldados del censo por cabezas
romano.
-¡Quiero ese decreto, padres
conscriptos! ¿Me lo concederéis?. Gracias.
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