Os amo, pese a que los meses y
los años me han demostrado el poco amor con que me correspondéis y lo poco que
os importa mi suerte. En junio cumplí dieciocho años, y ya debería estar casada, pero he
logrado aplazar esa horrible necesidad poniéndome enferma. Quiero casarme con
vos, sólo con vos, mi muy querido, mi queridísimo Lucio Cornelio. Mi padre no
sabe qué hacer; no se atreve a presentarme un novio adecuado, y yo pienso
seguir así hasta que vengáis y me digáis que vais a casaros conmigo. En cierta
ocasión dijisteis que era una niña y que al crecer desaparecería mi amor por
vos, pero a pesar del tiempo transcurrido - casi dos años- se ha demostrado lo
que mi amor vale, se ha demostrado que mi amor por vos es tan inexorable como
el regreso del sol desde el sur todas las primaveras. Ya no está esa delgada dama
griega a quien tanto odiaba, maldecía y a quien mil veces deseé la muerte. ¿Veis
los poderes que tengo, Lucio Cornelio? ¿Por qué no os dais cuenta de que no podéis
escapar de mí? No hay corazón tan lleno de amor como el mío que no pueda
recibir la recíproca. Me amáis, sé que me amáis. Ceded, Lucio Cornelio, ceded.
Venid a verme, arrodillaos junto a mi lecho del dolor, apoyad vuestra cabeza en
mi pecho y dadme un beso. ¡No me condenéis a la muerte! Haced que viva. Casaos
conmigo.
( C. McC. )
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