Estoy perplejo, querido amigo, al comprender por qué me has
enviado ese curioso anillo, cuyo diseño jamás había visto. Es muy bello y está
exquisitamente trabajado. Lo he hecho reducir de tamaño para regalárselo a una
dama a la que admiro grandemente y que es muy aficionada a las joyas de origen
egipcio, pues supongo que no querrás que te lo devuelva.
He tenido un gran disgusto al saber que sufriste un ataque
semejante, cosa que sin duda fue obra de ladrones. Es muy posible que uno de
esos bandidos hubiera robado el anillo y presumiera con él. Por favor, acepta
mis expresiones de preocupación y mi condolencia porque resultarás un afligido.
Me alegra que tú y tu hermano sobreviváis, porque él es un gran soldado, muy
querido en las legiones.
Las duras expresiones de tu carta han herido el corazón de
uno que te quiere profundamente y tus insinuaciones me han sorprendido. Es
cierto que ya me hablaste de que uno de los que te intentaron asesinar hace
años en Arpinum, llevaba un anillo semejante. Pero yo no se lo he visto puesto
nunca a nadie y por eso no comprendo tu carta.
¿Quién va a poder desear tu muerte, tú, que eres un abogado
integro que no tiene enemigos y que inspira admiración a las multitudes?. Tu
nombre es evocado con reverencia y me siento orgulloso de ser tu amigo. Roma se
ha empequeñecido por tu ausencia y rezo a mi patrón Júpiter, para que tu salud
se restablezca y que regreses pronto.
Hace poco he visitado a tu querida madre, que es como otra
madre para mí. Se encuentra disfrutando de buena salud. Tu padre habla de ti
con orgullo y alegría. ¡Qué tesoro es para unos padres tener un hijo como tú!.
No tengo nada más importante que decirte. Las democracias son notables porque no
estimulan. Quizás sea mejor así. Hemos vivido un período muy tormentoso y la
paz ha sido bien recibida.
Mi querido amigo, mis ojos se animarán el día que te vea de
nuevo. Oro por tu retorno a Roma. Te abrazo y te beso en la mejilla.
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