Como sabes, tengo un gran
despacho en uno de los mayores edificios públicos del Foro. Allí me encuentro a
menudo con la gente más irritante que puede afligir a un político: los
burócratas y los que buscan influencias en el gobierno para sus contratos.
Un burócrata es el más
despreciable de los hombres, aunque es necesario, al igual que los buitres son
necesarios; pero uno no puede admirar a los buitres, a los que de modo extraño
tanto se parecen los burócratas. No me he encontrado con un burócrata que no
sea mezquino, aburrido, casi necio, taimado o estúpido; opresor o ladrón, que
se pavonee con la poca autoridad de que goza, al igual que un niño disfrutaría
poseyendo un perro travieso. ¿Quién va a confiar en semejantes criaturas? Son
como el excremento de las naciones complejas.
A mi despacho vienen a verme
fabricantes, comerciantes, constructores de carreteras y alcantarillas,
proveedores de materiales para el Ejército, arquitectos y muchos otros, todos
pretendiendo sobornarme para obtener mi recomendación. Yo sólo doy mi
aprobación a lo mejor. Puede que me tomes por loco, como me toman esos hombres;
pero vivo muy bien sin merecer su aprobación.
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