Era
un orador magnífico y sumamente ducho en la lengua griega y en la propia de los
romanos, cosa que le permitía comprender al instante todo lo expresado en ambas
lenguas y, dado que podía improvisar una serie de objeciones, no era fácil que
ningún otro orador se le equiparara, no sólo por la facilidad natural de que
estaba dotado, sino también por haber aplicado un tenaz entrenamiento a
reforzar su innata capacidad. En efecto, al ser hijo del hermano de Tiberio, a
quien sucedió el propio Cayo, había pesado sobre él la imperiosa necesidad de
adquirir una vasta formación cultural… y había compartido con Tiberio la
afición por las bellas artes, cediendo así a los requerimientos de aquel
hombre, que, además de ser su pariente, era el emperador.
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