Vivís si como la vida tuviera que durar siempre; nunca se os
ocurre pensar en vuestra caducidad; no observáis cuanto tiempo ha transcurrido
ya, y vais perdiéndolo como si fuera algo sobrado y abundante, siendo así que
tal vez aquel mismo día que dedicáis a este hombre o a ese asunto, es el último
de vuestra vida. Como mortales lo teméis todo, pero todo lo deseáis como si
hubierais que ser inmortales. Oirás a la mayoría decir: “A los cincuenta años
me retirare a descansar; a los sesenta renunciaré a los cargos”. ¿Y que
garantía tienes de que vas a vivir tanto? ¿No te avergüenza guardar para ti
sino los despojos de tu vida y no destinar al cultivo del espíritu más tiempo
que el que ya no vale para nada? ¿No es demasiado tarde para empezar a vivir, cuando
ya hay que dejar la vida?
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