En estos momentos , Roma se ve
obligada a guerrear en tres frentes, sin contar Hispania. Necesitamos tropas
para luchar en Numidia, Macedonia y contra los germanos en la Galia. No obstante,
en estos quince años desde la muerte de Cayo Graco hemos perdido sesenta mil soldados
romanos en los distintos campos de batalla. Otros miles han quedado inútiles
para el servicio. Repito la duración de ese período, padres conscriptos: quince
años. Ni siquiera la mitad de una generación.
No podemos completar las levas por
una razón de peso: no hay hombres. La carencia de ciudadanos romanos y de
individuos con derechos latinos es abrumadora, pero la penuria de itálicos es
aún peor. Aunque alistásemos tropas en todos los distritos al sur del Arno, no
podríamos alcanzar el número que necesitamos para las campañas de este año.
Supongo que el ejército africano, las seis potentes legiones, entrenadas y equipadas,
regresarán a Italia con Quinto Cecilio Metelo para que mi estimado colega Lucio
Casio las emplee en la Galia Transalpina.
Las legiones de Macedonia están
también equipadas y formadas por veteranos y estoy seguro de que seguirán luchando
bien a las órdenes de Marco Minucio y su joven hermano. Pero subsiste el problema de la necesidad de un nuevo ejército para Africa. Quinto Cecilio
Metelo ha dispuesto de seis potentes legiones. Personalmente creo que podría
reducirse a cuatro el número de esas legiones si necesario fuera. ¡Pero Roma no
dispone de cuatro legiones de reserva! Para refrescaros la memoria, os daré las
cifras exactas de los elementos de un ejército de cuatro legiones.
Con plenos efectivos, cada
legión consta de cinco mil ciento veinte soldados de infantería, más mil
doscientos ochenta hombres libres no combatientes y otros mil esclavos no combatientes.
Luego tenemos la caballería, una fuerza de dos mil jinetes, más dos mil hombres
libres y esclavos no combatientes como tropa de apoyo. Por consiguiente, me
enfrento a la tarea de reclutar veinte mil cuatrocientos ochenta soldados de
infantería, cinco mil ciento veinte hombres libres no combatientes, cuatro mil
esclavos no combatientes, ocho mil jinetes y ocho mil fuerzas auxiliares de
caballería . Bien, nunca ha sido difícil alistar las tropas auxiliares y no lo
será, dado que los requisitos para ello los cumple un simple aparcero. Tampoco
habrá dificultades con la caballería, ya que, por tradición, Roma siempre ha
tenido tropas a caballo de origen romano o itálico; encontraremos los hombres
que necesitemos en Macedonia, Tracia, Liguria y Galia Transalpina, y ellos
mismos aportarán los caballos y las fuerzas auxiliares.
Nuestro Estado es frugal, padres
conscriptos. Cuando expulsamos a los reyes derogamos el concepto de organizar
un ejército pagado fundamentalmente por el Estado, y por tal motivo limitamos
el servicio de las armas a los que contaban con medios suficientes para adquirir
el armamento, las armaduras y el equipo auxiliar, requisito aplicable a todos
los soldados, romanos, latinos e itálicos, sin ninguna excepción. Un hombre que
tiene propiedades está dispuesto a defenderlas y se interesa por la conservación
del Estado y de sus propiedades. Está dispuesto a luchar de corazón. Por ese
motivo nos hemos mostrado reacios a tener un imperio de ultramar y constantemente
hemos evitado poseer provincias. Pero, tras la derrota de Perseo falló nuestro
loable intento de implantar un autogobierno en Macedonia, porque los macedonios
no entendían otro sistema que la autocracia. Y por eso tuvimos que incorporar Macedonia a título de
provincia romana porque no podíamos permitirnos el riesgo de unas tribus
bárbaras que invadieran su costa occidental, tan próxima a la costa oriental de
Italia.
La derrota de Cartago nos obligó a hacernos
cargo del imperio cartaginés en Hispania, para no correr el riesgo de que otras
naciones se posesionasen del mismo. Entregamos la mayor parte del Africa
cartaginesa a los reyes de Numidia y sólo nos reservamos una pequeña provincia
en torno a la propia Cartago para impedir el resurgir púnico. Sin embargo, ved
lo que ha sucedido por ceder tanto territorio a los reyes númidas. Ahora nos
vemos obligados a conquistar Africa para defender nuestra pequeña provincia y
contener las flagrantes ansias expansionistas de un solo hombre: Yugurta. ¡Pues
se trata, padres conscriptos, de un solo hombre que nos trae en jaque! El rey
Atala nos legó Asia al morir ¡y aún seguimos tratando de eludir allí nuestras
responsabilidades provinciales! Cneo Domicio Ahenobarbo abrió toda la costa de
Galia entre Liguria y la Hispania Citerior para que dispusiésemos para nuestros
ejércitos de un corredor seguro, estrictamente romano, entre Italia e Hispania,
pero con ello nos hemos visto obligados a crear otra provincia.
Nuestros soldados luchan ahora
en campañas fuera de Italia. Están lejos de su patria largos períodos, tienen
sus casas y tierras abandonadas, sus mujeres los engañan, no engendran hijos.
Con el resultado de que cada vez tenemos menos voluntarios y nos vemos obligados
a decretar levas. ¡Ningún hombre que se dedique a la agricultura o tenga un
negocio desea estar apartado de su quehacer cinco, seis o siete años! Y cuando
se le licencia corre el riesgo de ser de nuevo llamado a filas cuando no hay
voluntarios que se presenten.
Pero, sobre todo,¡han muerto
tantos hombres de éstos en los últimos quince años!. Y no han sido
reemplazados. Toda Italia carece de hombres con los requisitos necesarios para
formar un ejército romano tradicional. Bien, desde tiempos de la segunda guerra
contra, los funcionarios de reclutamiento han tenido que hacer la vista gorda
en lo relativo a los requisitos de propiedad. Y después de la pérdida del
ejército de Carbo el Joven hace seis años, hemos incluso permitido la
incorporación a filas de hombres que ni siquiera podían pagarse la armadura, y
menos el resto del equipo. Si bien esto siempre se ha hecho de tapadillo, oficiosamente
y siempre como último recurso.
Esa época se ha acabado, padres
conscriptos. Yo, Cayo Mario, cónsul del Senado y el pueblo de Roma, hago saber
a los miembros de esta cámara que voy a reclutar mis tropas, no por el sistema
de leva obligatoria. ¡Yo quiero soldados conscientes y no hombres que prefieren
estar en su casa! ¿Y dónde voy a encontrar unos veinte mil voluntarios, os preguntaréis?
Bien, la respuesta es sencilla. ¡Voy a hallarlos entre los del censo del
estrato social más bajo, aquellos tan pobres que no se les permite ingresar en
ninguna de las cinco clases! ¡Voy a buscar esos voluntarios entre los que no
tienen ni dinero, ni propiedades, y muchas veces ni siquiera trabajo fijo! ¡Voy
a buscar mis voluntarios entre aquellos a quienes nunca se les ha dado la
oportunidad de luchar por su país, de luchar por Roma!
¡ Ya veo que estáis rotundamente
en desacuerdo!. ¡Podéis gritar, chillar y aullar hasta que las ranas críen
pelo. ¡Pero os notifico desde este mismo momento qué es lo que voy a hacer! ¡Y,
además, no necesito vuestro consentimiento! ¡No hay ninguna tablilla con una ley
que me lo impida, pero en cuestión de días habrá una que especifique que puedo
hacerlo! ¡Una ley que estipule que cualquier magistrado mayor legalmente
elegido que necesite un ejército, puede buscarlo entre los capite censi, los
proletarii! ¡Porque voy a presentar mi causa al pueblo!
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