Cuando
era un niño, Cayo Julio César fue confiado al cuidado de Marco Antonio Cnifo,
un galo de Nemausus cuyo abuelo había pertenecido a la tribu de los Saluvios y
había cazado cabezas con sumo placer durante las innumerables incursiones
rápidas que realizaban contra los habitantes helenizados de la costa de la
Galia transalpina, hasta que él y su hijo fueron capturados por un grupo de
masiliotas. Vendido como esclavo, el abuelo no tardó en morir, pero el hijo era
lo bastante pequeño para superar la transición de bárbaro cazador de cabezas a sirviente
doméstico de una familia griega; luego resultó ser un muchacho listo, capaz de
casarse y crear una familia, una vez ahorrado lo suficiente para comprar su libertad.
Había elegido por mujer una muchacha griega de origen masiliota y modesta cuna,
cuyo padre había dado su aprobación pese a la descomunal estatura y el rojo
cabello del pretendiente. Así, su hijo Cnifo se había criado libre y pronto
demostró que había heredado la predisposición intelectual del padre.
Cuando
Cneo Domicio Ahenobarbo creó una provincia romana en la costa de la Galia transalpina
bañada por el Mediterráneo, se había llevado consigo a un Marco Antonio entre
sus principales legados, y aquel Marco Antonio se había valido de los servicios
como intérprete y escriba del padre de Cnifo. Así, al concluir favorablemente
la guerra contra los arvernios, Marco Antonio había obtenido la ciudadanía
romana para el padre de Cnifo en agradecimiento, ya que la generosidad de los
Antonios siempre había sido proverbial. Liberto en la época en que Marco Antonio
le había empleado, el padre de Cnifo quedó absorbido en la tribu rural de
Antonio.
El
pequeño Cnifo demostró precozmente su vocación de enseñante, así como su
interés por la geografía, la filosofía, las matemáticas, la astronomía y la
ingeniería. Por ello, después de ser revestido con la toga viril, su padre le
puso en un barco y le envió a Alejandría, el centro cultural del mundo. Allí,
en los claustros de la biblioteca, se dedicó al estudio bajo los auspicios del
mismísimo Diocles, el bibliotecario.
Pero
había pasado la época de esplendor de la biblioteca y ya no la regían
bibliotecarios de la calidad de un Eratóstenes; por eso, cuando Marco Antonio Cnifo
cumplió veintiséis años decidió instalarse en Roma para dedicarse a la
pedagogía. Comenzó desempeñando las funciones de grammaticus y enseñando
retórica a los jóvenes; luego, algo cansado de la actitud de la juventud noble
romana, abrió una escuela para niños, que tuvo un éxito inmediato y pronto le permitió
cobrar altos precios. No pasaba apuros para pagar el alquiler de dos
habitaciones grandes en un tranquilo sexto piso de una insula alejada
del apiñamiento del Subura, más otras cuatro habitaciones en un piso más arriba
en el mismo palacio del Palatino, como vivienda propia y alojamiento para sus
cuatro valiosos esclavos, dos de los cuales atendían sus necesidades privadas,
sirviéndole los otros dos de ayudantes en las clases.
EL JOVEN CAYO JULIO CÉSAR |
Su
fama llegó a oídos de Publio Rutilio Rufo, tío-abuelo del pequeño Cayo Julio
César (que estaba impresionado por la inteligencia que mostraba el revoltoso
niño) y que le buscaba el mejor maestro. En principio el pedagogo se negó, pero
luego Rutilio Rufo le ofreció un contrato en toda regla en el que se incluía una
lujosa vivienda en una insula del Palatino todavía mejor y más dinero
del que le procuraba la escuela. Tras ver al pequeño Cayo Julio César, Cnifo
sucumbió al encanto del niño y se comprometío a ser el tutor del niño César
porque le gustaba mucho, y porque tenía por su futuro considerando que no se
podía desperdiciar la inteligencia que mostraba aquel inquieto y encantador
niño.
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