jueves, 4 de diciembre de 2014

MARCO ANTONIO CNIFO, EL MAESTRO DE CAYO JULIO CÉSAR



Cuando era un niño, Cayo Julio César fue confiado al cuidado de Marco Antonio Cnifo, un galo de Nemausus cuyo abuelo había pertenecido a la tribu de los Saluvios y había cazado cabezas con sumo placer durante las innumerables incursiones rápidas que realizaban contra los habitantes helenizados de la costa de la Galia transalpina, hasta que él y su hijo fueron capturados por un grupo de masiliotas. Vendido como esclavo, el abuelo no tardó en morir, pero el hijo era lo bastante pequeño para superar la transición de bárbaro cazador de cabezas a sirviente doméstico de una familia griega; luego resultó ser un muchacho listo, capaz de casarse y crear una familia, una vez ahorrado lo suficiente para comprar su libertad. Había elegido por mujer una muchacha griega de origen masiliota y modesta cuna, cuyo padre había dado su aprobación pese a la descomunal estatura y el rojo cabello del pretendiente. Así, su hijo Cnifo se había criado libre y pronto demostró que había heredado la predisposición intelectual del padre.


Cuando Cneo Domicio Ahenobarbo creó una provincia romana en la costa de la Galia transalpina bañada por el Mediterráneo, se había llevado consigo a un Marco Antonio entre sus principales legados, y aquel Marco Antonio se había valido de los servicios como intérprete y escriba del padre de Cnifo. Así, al concluir favorablemente la guerra contra los arvernios, Marco Antonio había obtenido la ciudadanía romana para el padre de Cnifo en agradecimiento, ya que la generosidad de los Antonios siempre había sido proverbial. Liberto en la época en que Marco Antonio le había empleado, el padre de Cnifo quedó absorbido en la tribu rural de Antonio.

UN JOVENCÍSIMO CAYO JULIO CÉSAR


El pequeño Cnifo demostró precozmente su vocación de enseñante, así como su interés por la geografía, la filosofía, las matemáticas, la astronomía y la ingeniería. Por ello, después de ser revestido con la toga viril, su padre le puso en un barco y le envió a Alejandría, el centro cultural del mundo. Allí, en los claustros de la biblioteca, se dedicó al estudio bajo los auspicios del mismísimo Diocles, el bibliotecario.


Pero había pasado la época de esplendor de la biblioteca y ya no la regían bibliotecarios de la calidad de un Eratóstenes; por eso, cuando Marco Antonio Cnifo cumplió veintiséis años decidió instalarse en Roma para dedicarse a la pedagogía. Comenzó desempeñando las funciones de grammaticus y enseñando retórica a los jóvenes; luego, algo cansado de la actitud de la juventud noble romana, abrió una escuela para niños, que tuvo un éxito inmediato y pronto le permitió cobrar altos precios. No pasaba apuros para pagar el alquiler de dos habitaciones grandes en un tranquilo sexto piso de una insula alejada del apiñamiento del Subura, más otras cuatro habitaciones en un piso más arriba en el mismo palacio del Palatino, como vivienda propia y alojamiento para sus cuatro valiosos esclavos, dos de los cuales atendían sus necesidades privadas, sirviéndole los otros dos de ayudantes en las clases.


EL JOVEN CAYO JULIO CÉSAR

Su fama llegó a oídos de Publio Rutilio Rufo, tío-abuelo del pequeño Cayo Julio César (que estaba impresionado por la inteligencia que mostraba el revoltoso niño) y que le buscaba el mejor maestro. En principio el pedagogo se negó, pero luego Rutilio Rufo le ofreció un contrato en toda regla en el que se incluía una lujosa vivienda en una insula del Palatino todavía mejor y más dinero del que le procuraba la escuela. Tras ver al pequeño Cayo Julio César, Cnifo sucumbió al encanto del niño y se comprometío a ser el tutor del niño César porque le gustaba mucho, y porque tenía por su futuro considerando que no se podía desperdiciar la inteligencia que mostraba aquel inquieto y encantador niño. 









No hay comentarios:

Publicar un comentario