jueves, 4 de diciembre de 2014

LUCIO CORNELIO SILA SEDUCE A AURELIA COTTA ( MADRE DE CAYO JULIO CÉSAR )




-¡Demonio de niño! -dijo Aurelia a Lucio Cornelio Sila cuando éste pasó a verla en septiembre-. La familia hace colecta para reunir el dinero y pagarle un magnífico pedagogo, ¿y qué sucede? ¡Que el pedagogo sucumbe a su encanto!

-Hummm -farfulló Sila, que no había ido a oír una letanía de quejas sobre el retoño de Aurelia. Los niños le aburrían por muy listos y encantadores que fuesen; ya era un misterio que los suyos no le aburrieran. No, él visitaba a Aurelia para decirle que se iba.

-Así que tú también me dejas -dijo ella ofreciéndole uvas del huerto del patio.

-Y me temo que muy pronto. Tito Didio quiere embarcar las tropas hacia Hispania y la mejor época para ello son los primeros días de invierno, cuando soplan vientos propícios. Pero yo iré antes por tierra para preparar la llegada.



-¿Te cansa Roma?

-¿No te sucedería a ti lo mismo de estar en mi caso?

-Oh, sí.

-¿Aurelia, no voy a conseguirlo! -exclamó, rebulléndose inquieto y apretando los puños.

-¿Bah! -replicó Aurelia riendo-. Eres la encarnación del caballo de octubre, Lucio Cornelio; ya verás cómo lo consigues algún día.

-Espero que no sea tanto -añadió él, también riendo-. Me gustaría conservar la cabeza sobre los hombros... no como el pobre caballo de octubre. Me pregunto por qué será así... Lo malo de todos nuestros rituales es que son tan antiguos que ni se entiende el lenguaje en que se murmuran los rezos, y no hablemos ya del porqué de esa costumbre de uncir parejas de caballos de guerra a los carros para hacer carreras y luego sacrificar a los de la derecha del equipo vencedor. Y lo de luchar por la cabeza... -Había tal luminosidad, que sus pupilas se contrajeron hasta convertirse en dos rendijas que le hacían parecer un profeta ciego; la mirada que le dirigió estaba cargada de profético dolor, no de una pena pasada o presente, sino causada por el conocimiento del futuro-. ¡Aurelia, Aurelia! -exclamó-. ¿Por qué no consigo ser feliz?



-No lo sé, Lucio Cornelio -respondió ella con el corazón en un puño, clavándose las uñas en la palma de las manos.

-Yo tampoco.

-Creo que debes ocuparte en algo -añadió ella, pensando en la inutilidad de darle sanos consejos; pero ¿qué otra cosa podía hacer?

-¡Ah, desde luego! -replicó él, irónico-. Cuando estoy ocupado no me queda tiempo para
pensar.

Estaban sentados en el salón de visitas a lo largo de la pared baja del jardín del patio, separados por una mesa, las uvas rojas y orondas y un plato. Cuando cesó en su charla, Aurelia siguió mirándole, pese a que él había desviado los ojos. ¡Qué atractivo es!, pensó, sintiendo una súbita punzada de conmiseración, que ella generalmente lograba mantener a nivel inconsciente. Tiene la boca como mi esposo y es muy guapo. Guapo. Guapo...



Sila la miró de pronto a los ojos y ella enrojeció. Su rostro cambiaba, pero era difícil decir en qué... sí, parecía más él. Y alargó la mano para coger la suya, animado por una sonrisa hechicera.

-Aurelia...

Ella se soltó de su mano, contuvo la respiración y sintió que la invadía un vértigo.

-¿Qué, Lucio Cornelio? -atinó a decir.

-¡Amémonos!



Aurelia tenía la boca seca; necesitaba tragar para no desmayarse, pero no podía; y los dedos de él, entrelazados a los suyos, eran como las últimas fibras de una vida que se escapa y que no podía soltar por no perecer. Lo que posteriormente no se explicaría es cómo había dado la vuelta a la mesa; simplemente vio su rostro próximo al suyo, el brillo de sus labios, el tornasol de aquellos ojos jaspeados como mármol pulimentado. Fascinada, vio el pálpito de un músculo en su brazo derecho y sintió que, más que temblar, vibraba, vencida, perdida... Cerró los ojos, a la espera, y sintió la boca de él en la suya, y le besó como si hubiese estado hambrienta de amor toda la eternidad, impulsada por una emoción más arrasadora de lo que hubiera podido imaginar, aturdida, aterrada, exaltada, carbonizada.




Transcurrió un instante y de nuevo se vieron separados por el espacio, Aurelia estaba de espaldas contra el llamativo mural de la pared, como queriendo perder corporeidad, y Sila junto a la mesa, jadeante, con el sol incendiándole el pelo.

-¡No... puedo! -exclamó ella con un grito sordo.

-¡Pues ojalá no vuelvas a sentirte en paz!

Decidido, en medio de aquella colérica vorágine, a no hacer nada que pudiera provocar hilaridad en ella, recogió con augusto ademán su toga, caída en el suelo, y, con pasos inexorables que denotaban que jamás volvería, salió de la casa como si hubiese obtenido una victoria.



( C. McC. )

AURELIA COTTA ( MADRE DE CAYO JULIO CÉSAR )
SEGÚN UN DIBUJO DE COLLEEN McCULLOUGH


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