Ésta
es la receta, que es lo único que puedo enviarte, estimado Lucio Cornelio, mi
amigo y patrón. Parece ser que hay que preparar el ungüento más a menudo de lo
que la distancia del viaje de Pyramus en Cilicia Pedia hasta Roma lo
permitiría. Debes buscar los ingredientes y hacerlo tú. Por suerte, ninguno es una
rareza, aunque muchos ingredientes deben de ser difíciles de conseguir.
Se
necesita un vellocino de carnero o de oveja, que se aplasta con un instrumento
duro, pero sin cortarlo. Verás que en el borde de un strigilis se forma una sustancia aceitosa, pero con la dureza de la corteza de queso. La rascas hasta
obtener un buen montón; muchas mondaduras, me dijo el que me informó. Luego,
las metes en agua; ¡tibia, no caliente!, pero que no esté fría. Lo mejor es
meter el dedo y notar que está caliente pero se puede soportar. La sustancia se
deshará un poco y flotará en la superficie. Se coge lo que sobrenada hasta
llenar un tazón.
Después
coges el vellocino entero con piel, y con algo de grasa unida a ella -el animal
tiene que haber sido sacrificado hace poco-, y lo hierves. La grasa que
obtengas la derrites dos veces y llenas con ella un tazón.
La
grasa de la oveja, según me dice mi informante, requiere un poco de grasa
especial del interior del animal, porque la grasa de oveja es muy dura, incluso
en un cuarto caliente. Mi informante -una vieja maloliente y repulsiva, y no
digamos codiciosa- dice que esa grasa de dentro hay que cogerla de la más dura
que hay sobre los riñones del animal, y aplastarla. Luego, se mezcla con agua
tibia, igual que las fibras de lana, y se coge la capa que quede arriba en una
cantidad equivalente a dos tercios de un tazón. A ello se le añade un tercio de un tazón de bilis recién extraída
de la vesícula del animal nada más matarlo.
Después,
lo mezclas bien todo junto, despacio. El ungüento es bastante duro, pero no
tanto como la grasa derretida. Úntatelo cuatro veces al día, aunque te
prevengo, querido Lucio Cornelio, que apesta horriblemente. Pero mi informante
insiste en que debe usarse sin añadir perfumes, especias ni resinas.
¡Te
ruego me digas si da resultado! La maldita vieja perjura que fue ella quien
hizo el tarro que tú usaste con tan buen éxito, aunque yo lo dudo.
( C.
McC. )
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