¡Si hubieras visto qué caras tan
congestionadas! Tu suegro les leyó el comunicado con potente voz e
impresionantes tonos senatoriales, de modo que hasta los que se tapaban los
oídos no tuvieron mas remedio que escucharlo. Metelo el Meneítos -también conocido
actualmente por Metelo el Numídico- le miraba con ojos asesinos. El ha perdido
su ejército en el Garumna, y tú alardeando de héroes harapientos bien vivitos...
"¡No hay justicia!", dijo después, tras lo cual yo me volví y le
repliqué: "Desde luego, Quinto Cecilio, porque si hubiera justicia no te
llamarías el Numídico." No le hizo mucha gracia, pero a Escauro le dio por
reír, claro. Dirás lo que quieras de Escauro, pero tiene un buen sentido del
humor, por no hablar del sentido del ridículo; eso, mas que nadie. Como no
puede decirse lo mismo de sus amigotes, a veces me pregunto si no los escogerá
expresamente para reírse por lo bajo de sus afectaciones.
Lo que asombra, Cayo Mario, es
la intensidad de tu buena estrella. Ya sé que a ti te traía sin cuidado, pero
ahora puedo decirte que yo no pensaba que tuvieras la menor posibilidad de que
te prorrogasen el mandato en Africa otro año. ¿Y qué sucede a continuación?
Perece Lucio Casio con el mayor y más experimentado ejército de Roma, dejando
al Senado y a la facción que lo domina sin argumentos para oponerse a tí. Tu
tribuno de la plebe, Mancino, requirió a la Asamblea de la plebe y obtuvo sin
dificultad alguna un plebiscito para prorrogar tu mandato en la provincia de
Africa. El Senado no hizo objeción, ante la evidencia, incluso para ellos mismos,
de que van a necesitarte. Roma es una ciudad muy inquieta últimamente. La
amenaza de los germanos pende sobre nuestras cabezas y muchos dicen que no hay
hombre capaz de disipar esa amenaza. ¿Dónde están los Escipiones Africanos, los
Emilios Paulos, los Escipiones Emilianos?, se preguntan. Pero tú tienes un
grupo leal de devotos partidarios, Cayo Mario, y desde la muerte de Casio cada
vez dicen mas en voz alta que tú eres el hombre que surgirá para contener la
amenaza germana. Entre ellos se cuenta el legado acusado de traición en
Burdigala, Cayo Popilio Lenas.
Como
eres un palurdo itálico inculto que no habla griego, voy a contarte una
historia.
Erase una vez un rey de Siria
muy, muy malo, llamado Antioco. Pero no era el primer rey del país que se
llamaba Antioco y no era el Grande (su padre se atribuyó ese sobrenombre para
diferenciarse), y hubo varios con ese nombre. El era Antioco IV, el cuarto rey
de Siria llamado Antíoco. Aunque Siria era un reino rico, el rey Antioco IV codiciaba
el reino vecino de Egipto, en el que reinaban conjuntamente sus primos Tolomeo
Filometor, Tolomeo Evergetes (Gran Vientre) y Cleopatra (como era la segunda
Cleopatra, tuvo también varias descendientes con su nombre, ella era Cleopatra
II). Me gustaría decir que reinaban en perfecta armonía, pero no era así.
Hermanos y hermana, marido y mujer (si, en los reinos de oriente es permisible
el incesto), llevaban luchando varios años entre sí y habían llegado casi a
arruinar las fértiles tierras del gran río Nilo. Así, cuando el rey Antioco IV
de Siria decidió conquistar Egipto, pensó que le resultaría muy fácil gracias a
las rencillas de sus primos, los dos Tolomeos y Cleopatra II.
Pero, ay, nada más salir de
Siria, una serie de intentos de sedición le obligaron a regresar para cortar
unas cuantas cabezas, desmembrar unos cuantos cuerpos, arrancar dientes y
probablemente rajar unos cuantos vientres. Y durante cuatro años estuvo
cortando cabezas, brazos, piernas, arrancando dientes y rajando vientres, y
luego se dispuso de nuevo a conquistar Egipto. Esta vez, Siria, en su ausencia,
permaneció tranquila y obediente y el rey Antioco IV invadió Egipto, se apoderó
de Pelusio, descendió por el delta hasta Menfis, la conquistó y comenzó a
remontar por la orilla contraria hacia Alejandría.
Como habían destruido el país y
el ejército, los hermanos Tolomeos y su hermana-esposa Cleopatra II no tuvieron
mas remedio que acudir a Roma, la nación más fuerte, poderosa y admirada por
todos. Para recuperar Egipto, el Senado y el pueblo de Roma (que en aquel entonces
concordaban mejor de lo que hoy puede imaginarse, o al menos eso dicen los
libros de historia) enviaron a su valiente cónsul Cayo Popilio Lenas. Cualquier
otro país habría dado a su adalid un ejército entero, pero a Cayo Popilio Lenas
el Senado y el pueblo de Roma le dieron sólo doce lictores y dos escribas. No
obstante, como se trataba de una misión en el extranjero, a los lictores se les
permitió llevar las túnicas rojas y los fasces, para que Cayo Popilio Lenas no
fuera sin protección. Zarparon en un barquito y llegaron a Alejandría en el
momento en que el rey Antioco IV ascendía por el brazo canópico hacia la gran ciudad
en que se habían refugiado los egipcios.
Ataviado con su toga bordada en
púrpura y precedido de sus doce lictores de rojo enarbolando los fasces, Cayo
Popilio Lenas salió de Alejandría por la puerta del Sol y avanzó hacia el Este.
No era ya joven y se ayudaba para caminar de un largo palo, con paso tan plácido
como su rostro. Como sólo los bravos y heroicos romanos construían buenas carreteras,
pronto se vio caminando en medio de una polvareda. Pero ¿disuadió eso a Cayo Popilio
Lenas? ¡No! El siguió caminando hasta que, cerca del enorme hipódromo en el que
los alejandrinos asistían a las carreras de caballos, se tropezó con un muro de
soldados sirios y tuvo que detenerse.
El rey
Antioco IV de Siria se adelantó a recibirle.
-Siria, tampoco -replicó Cayo
Popilio Lenas, sonriendo tranquilo y sereno.
-Regresad a Roma -dijo el rey.
Pero ninguno de los dos
retrocedió un palmo.
-Estáis ofendiendo al Senado y
al pueblo de Roma -añadió Cayo Popilio Lenas al cabo de un rato, mirando
fijamente al rostro feroz del asirio-. Se me ha ordenado que os haga regresar a
Siria.
-¿Y cómo me vais a hacer
regresar? ¿Dónde está vuestro ejército?
-No necesito ejército, rey Antioco
IV -respondió Cayo Popilio Lenas-. Todo lo que Roma es, ha sido y será, lo
tenéis ante vos aquí mismo. Yo soy Roma, igual que el mayor ejército romano. Y
en nombre de Roma os vuelvo a repetir, ¡regresad a vuestro país!
-No -replicó Antioco IV
Y Cayo Popilio Lenas dio un paso
adelante y, pausadamente, con el extremo del palo, trazó un círculo en el polvo
alrededor del rey Antíoco IV, que se vio así dentro de él.
-Antes de que salgáis de ese
círculo, rey Antíoco IV, os aconsejo que os lo penséis - dijo Cayo Popilio Lenas-. Y cuando salgáis de
él, hacedlo en dirección este y regresad a vuestro
país.
El rey no contestaba ni se
movía. Popilio Lenas tampoco decía nada ni se movía. Como Cayo Popilio Lenas
era romano y no necesitaba ocultar su rostro, todos veían su expresión dulce y
serena. Pero el rey Antioco IV cubría el suyo tras una espesa y rizada barba, y
aun así no lograba ocultar su ira. Pasó el tiempo y, entonces, dentro del
círculo, el poderoso rey de Siria dio media vuelta, miró hacia el Este y salió
de él en esa dirección, regresando a Siria con todo su ejército.
Camino de Egipto, el rey Antioco
IV había invadido la isla de Chipre que pertenecía a Egipto y que la necesitaba
porque Chipre daba madera para naves y casas, trigo y cobre. Así que, después
de dejar a los alborozados egipcios en Alejandría, Cayo Popilio Lenas zarpó hacia
Chipre, y allí se encontró con el ejército sirio de ocupación.
-Marchaos -les dijo.
Y así
lo hicieron.
Cayo Popilio Lenas regresó a
Roma y allí dijo tranquilo y sereno y con sencillas palabras que había hecho
regresar al rey Antioco IV a Siria, salvando a Egipto y a Chipre de un cruel
destino. Ojalá pudiese concluir la historia diciendo que los Tolomeos y su
hermana Cleopatra II vivieron y reinaron felices después de esto, pero no fue
así. Siguieron luchando entre sí, asesinando a sus parientes y arruinando al
país.
Parece que te estoy oyendo decir
"¡Por todos los dioses!, ¿por qué me cuentas esas historias infantiles?" Sencillo, mi querido Cayo Mario. ¿Cuántas veces, de niño, en
las rodillas de tu madre, no habrás oído la historia de Cayo Popilio Lenas y
del círculo en torno al rey de Siria? Bueno, quizá en Arpinum las madres no lo
cuenten, pero en Roma es habitual. Desde los de más alcurnia hasta los más
humildes, todos los niños romanos conocen la historia de Cayo Popilio Lenas y
del círculo en torno a los pies del rey de Siria.
Así, yo te pregunto, ¿cómo ha
podido el nieto del héroe de Alejandría marchar al exilio sin tener que
someterse a proceso? Proceder voluntariamente al exilio es admitir la culpabilidad,
y yo, por mi parte, considero que Cayo Popilio Lenas hizo lo que había que
hacer en Burdigala. Y el resultado de ello fue que Popilio Lenas tuviese que someterse
a un juicio.
El tribuno de la plebe Cayo Celio
Caldo (actuando por cuenta de un grupo senatorial que no nombraré, pero que
puedes figurarte, un grupo decidido a hacer recaer el oprobio de Burdigala
sobre cualquiera que no sea Lucio Casio, naturalmente) juró que haría condenar
a Lenas. Pero como el único tribunal que juzga la traición es el que se ocupa
de los encartados por el asunto de Yugurta, el juicio hubo de celebrarse en la
Asamblea de las centurias, a la luz pública y con los portavoces de las
centurias proclamando el veredicto para que todos lo oyeran.
"¡CONDEMNO!" "¡ABSOLVO!" ¿Quién, después de haber escuchado
en las rodillas de su madre la historia de Cayo Popilio Lenas y el círculo en
torno a los pies del rey de Siria, habria osado gritar "¡CONDEMNO!"?
Pero ¿crees que eso disuadió a
Caldo? Claro que no. Lo que hizo fue decretar una ley en la Asamblea de la
plebe por la que se incluye el voto secreto de las elecciones para los juicios
por traición. Así las centurias llamadas a votar tienen la garantía de que no
se conoce la opinión individual de sus miembros. La ley fue aprobada
rápidamente.
Al comenzar diciembre, Cayo
Popilio Lenas fue juzgado en la Asamblea de las centurias con el cargo de
traición. Se realizó una votación secreta como Caldo quería, pero todo lo que
hicimos unos cuantos fue arrimarnos al colosal jurado y musitar: "Erase
una vez un noble y valiente cónsul llamado Cayo Popilio Lenas...", y ahí
acabó todo.
Cuando contaron los votos, todos
decían "ABSOLVO".
Así que puedes decir que si se
ha hecho justicia, ha sido por encima de todo gracias a los cuentos infantiles.
( C.
McC. )
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