Un problema de casi todos los
que aspiraban a altos cargos públicos era que padecían una carencia crónica de
dinero. Por eso se les podía comprar y sobornar tan fácilmente.
El dinero es lo que más manda en el mundo romano. Sin dinero, un hombre no era nada. No era de extrañar
que cuando alguien alcanza un puesto en el que tiene ocasión de robar para enriquecerse,
no dude en hacerlo. Pero un hombre que quiera enriquecerse en política, primero
debe asegurarse de que le elijan pretor; a partir de ese momento hace su
fortuna y quedan compensados los años de inversión. El destino del pretor es el
gobierno de una provincia y en ella es un dios que actúa a sus anchas. Si puede,
organiza una guerra contra cualquier tribu bárbara fronteriza, se apodera del
oro y los tesoros sagrados, vende los cautivos como esclavos y se embolsa el
producto.
Y si no hay Posibilidades de guerra, quedan
otros recursos: comerciar en grano a cambio de materias primas, prestar dinero
a interés exorbitante (y usar el ejército para cobrarlo, en caso necesario),
manipular los libros de recaudación de impuestos, vender la ciudadanía romana a
determinado precio o recibir comisiones ilícitas por cédulas gubernamentales
eximiendo a una ciudad de su tributo a Roma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario