Tú
con las rosas, rosado es tu encanto; pero ¿qué vendes, a ti misma, las rosas, o
ambas cosas?
Se
fuese esclavo o libre, la habilidades de los romanos invisibles marcaban a
menudo su vida. La fuerza física para la construcción, cavar o arar determinaba
la vida de un joven, ya fuera trabajando por su cuenta o como esclavo de otro.
Un hombre mayor podía emplear una habilidad —remendar zapatos, trabajar el
hierro o cuidar viñas— en su propio interés o en el de su amo.
Una
mujer adulta podía llevar una casa y cuidar de una familia, ayudar en una
tienda o realizar trabajos de artesanía, de nuevo libremente o como esclava.
Una
niña o una joven podían aspirar a casarse o a ser explotadas sexualmente en
beneficio de alguien. Del mismo modo que un hombre joven utilizaba su fuerza
física para cubrir las necesidades de trabajo, el cuerpo de una mujer podía ser
usado para cubrir las necesidades de sexo. A menudo se trataba de una vida no
deseada, peligrosa y degradante; sin embargo, tanto la esclavitud como la
pobreza exigían algo productivo de una mujer joven. Su capacidad de
proporcionar sexo concordaba con las lujuriosas exigencias de los hombres en
una cultura que guardaba celosamente la castidad de las mujeres casadas. Esta
situación favorecía un próspero negocio al que muchos amos de esclavas y
mujeres libres —y sus familias— no podían renunciar.
( Robert
C. Knapp, en "Los olvidados de Roma")
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