Antes de ser emperador, Claudio era a menudo objeto de
insultos. Si llegaba a cenar un poco más tarde de la hora señalada, no se le
hacía sitio sino a regañadientes y sólo después de haberlo hecho recorrer el
comedor, y cada vez que se adormilaba
después de la comida, cosa que sucedía con frecuencia, lo incordiaban tirándole
huesos de aceituna o de dátiles, y a veces los bufones lo tomaban por objeto de
sus bromas despertándolo con un golpe de palmeta o con el látigo. Solían también
ponerle chinelas en las manos mientras roncaba, para que, al despertarse de
repente, se golpeara con ellas la cara al querer restregarse los ojos.
( Suetonio en
"El divino Claudio")
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