Y eso
es exactamente lo que sucedió, Publio Rutilio. ¡La pequeña e insolente impúdica
no dio su brazo a torcer! Y no me queda otro remedio que cumplir unas amenazas
que no contribuyen a mis deseos de ser elegido cónsul aliado a Quinto Pompeyo.
La muchacha no me sirve de nada muerta o esclava.... y no le servirá a Quinto
Pompeyo si tengo que atarla y drogarla para hacerla comparecer ante el
celebrante matrimonial. ¿Qué hago, pues? Te lo pregunto muy seriamente y con desesperación. ¿Qué hago? Me he acordado de la anécdota de cómo tú solucionaste
el dilema de Marco Aurelio Cota cuando tenía que elegir esposo para Aurelia.
Así que, aquí tienes otro dilema matrimonial, admirado y apreciado consejero.
Confieso
que aquí existe un estado de cosas que, de no ser por la incapacidad de casar a
mí hija con quien debe ser, ni me hubiera parado a escribirte. Pero ahora que
ya he comenzado - y a condición de que tengas una solución a mi dilema- te
contaré lo que ha sucedido.
Dejé
a nuestro príncipe del Senado en el momento en que se disponía a escribirte,
así que no necesito decirte la desgracia de que ha sido víctima Cayo Mario. Me
limitaré a explicarte mis esperanzas y temores para el futuro, y procuraré, al
menos, vestir la toga praetexta y sentarme en la silla curul de cónsul, ya que
el Senado ha pedido a los magistrados curules que revistan sus mejores galas
para dar realce a la victoria de Mario -¡muy mía!- sobre los marsos. Esperemos que
esto marque el final de esos estúpidos gestos de duelo y alarma.
En
este momento parece bastante probable que los cónsules del año que viene sean Lucio
Porcio Catón Liciniano y -¡oh, horror!- Cneo Pompeyo Estrabón. ¡Qué horrenda pareja!
Un presuntuoso culo de gato y un bárbaro arrogante incapaz de ver más allá de
su nariz. Te confieso que no acabo de entender en modo alguno cómo ciertas
personas llegan al consulado. Es evidente que no basta para ello haber sido un
buen pretor urbano o en provincias. Ni tener un expediente militar tan amplio e
ilustre como el linaje del rey Tolomeo. No me queda más remedio que llegar a la
conclusión de que el factor realmente importante es llevarse bien con el Ordo equester,
porque si a los caballeros no les gustas, Publio Rutilio, ya puedes ser el
mismo Rómulo, que no tienes la menor posibilidad en las elecciones. Los
caballeros dieron seis veces la silla consular a Cayo Mario, tres de ellas in
absentia. ¡Y les sigue gustando! Es un hombre que resuelve cosas. Si, también
les agrada que el candidato tenga antepasados, pero no es suficiente para que
le voten, a menos que les abra sus buenas bolsas o les ofrezca toda clase de incentivos
complementarios, como son créditos más fáciles o información privilegiada en
todo lo que el Senado piense llevar a cabo.
Yo
habría debido ser cónsul hace años, si hubiese sido pretor hace años. Si, pero
el príncipe del Senado me puso trabas. Y lo hizo movilizando a los caballeros
que le siguen balando como un rebaño de corderos. Te parecerá, pues, que cada
vez he de detestar más al Ordo equester. Me pregunto si no sería maravilloso
hallarse en una posición desde la que se pudiera hacer con ellos lo que se
quisiera. ¡Ah, cómo los haría padecer, Publio Rutilio! Y por cuenta tuya también.
A
propósito de Pompeyo Estrabón, ha estado muy ocupado contando a toda Roma que se
cubrió de gloria en Picenum, cuando, en mi opinión, el verdadero artífice de
ese pequeño éxito es Publio Sulpicio, que trajo un ejército de la Galia itálica
e infligió una sonada derrota a una fuerza mixta de picentinos y pelignos aun
antes de establecer contacto con Pompeyo Estrabón.
Nuestro
amigo bizco -ojalá se pudra- pasa todo el verano cómodamente encerrado en Firmum
Picenum. En cualquier caso, ahora que no está en su habitual residencia de verano,
se atribuye todo el mérito de la victoria sobre Tito Lafrenio, que murió con
sus hombres en la batalla. De Publio Sulpicio (que fue quien estuvo allí y tuvo
una destacada participación) ni una palabra. Y por si eso fuera poco, los
agentes de Pompeyo Estrabón en Roma hacen que esa batalla parezca mucho más
importante que las operaciones de Cayo Mario contra marsos y marrucini.
La guerra va a dar un vuelco. Algo me lo dice.
Estoy
seguro que no tengo que darte detalles de la nueva ley que Lucio Julio César quiere
promulgar en diciembre. Le di la noticia al príncipe del Senado hace unas horas
pensando que rugiría de indignación; sin embargo, le agradó bastante. Él piensa
que ofrecer la ciudadanía es muy meritorio, siempre que no se otorgue a quienes
han levantado las armas contra nosotros. Etruria y Umbría le preocupan y cree
que se apaciguarían los ánimos en las dos regiones en cuanto se les concediera
el voto. Yo, aunque lo intenté, no pude convencerle de que la ley de Lucio
Julio no será más que el principio, y que a no tardar todos los itálicos serán
ciudadanos romanos, por muy fresca que tengan la sangre romana en la espada.
Publio Rutilio, yo te pregunto ¿para qué hemos estado luchando?
Contéstame en seguida y dime cómo tratar a las jovencitas.
( C. McC. )
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