Querido
Lucio Cornelio, ¿por qué será que los padres nunca saben cómo tratar a sus hijas?
¡Me desespero! Desde luego, debo decirte que yo nunca tuve contrariedades con
mi hija. Cuando la casé con Lucio Calpurnio Pisón, lo hizo embelesada. No cabe
duda que fue debido a que ella no era nada del otro mundo y no tenía mucha
dote; su principal dote era que su tata no hizo nada por encontrarle esposo. Si
le hubiese traído a aquel repelente hijo de Sexto Perquitieno, se habría
desmayado; así que, cuando comparecí con Lucio Pisón ella lo consideró un
regalo de los dioses y desde entonces no ha dejado de darme las gracias. Y el
matrimonio ha sido tan feliz, que, al parecer, ellos piensan hacer lo mismo y
la hija de mi hijo se casará con el hijo de mi hija cuando tengan la edad. Sí,
sí, ya sé lo que solía decir el abuelo de César, pero es la primera pareja de
primos carnales que se casa en nuestra familia. Tendrán unos retoños preciosos.
La
solución a tu dilema, Lucio Cornelio, es, en realidad, de lo más simple. Sólo
requiere la connivencia de Elia, porque tú debes quedar como si no hubieses
intervenido. Que Elia empiece a hacerle a la muchacha unas cuantas
insinuaciones de que tú has cambiado de idea sobre su matrimonio y que estás
pensando en averiguar otras perspectivas. Elia deberá citar unos cuantos
nombres de hombres totalmente repulsivos, tal como el hijo de Sexto
Perquitieno. Ya verás como a la jovencita eso no le gusta nada.
Que
Cayo Mario esté en las últimas es una suerte -con perdón-, pues el joven Mario
no puede casarse mientras el paterfamilias esté incapacitado. Comprende que es
esencial que la joven Cornelia Sila tenga la ocasión de encontrarse a solas con
el hijo de Mario. Después se entera de que su esposo puede ser mucho peor que
el hijo de Quinto Pompeyo. Que Elia la lleve consigo a visitar a Julia en un
momento en que el joven Mario esté en casa, y que no les impidan verse a
solas... ¡Tienes que avisar de antemano a Julia de lo que tramáis! Verás cómo
el joven Mario es un individuo mimado y egocéntrico.
Créeme,
Lucio Cornelio, ya verás cómo no hace ni dice nada para hacerse valer ante la enamorada.
Aparte de la enfermedad de su padre, lo que más le preocupa en este momento es quién
va a tener el honor de aguantarle como cadete mayor. Es lo bastante inteligente
para darse cuenta de que, sea quien sea, no le va a consentir ni la décima parte
de lo que solía hacerlo su padre, aunque hay comandantes más indulgentes que
otros. Por la carta de Escauro vengo a deducir que nadie quiere saber nada de
él y que su destino depende estrictamente de la comisión de contubernalis. Por
mi modesta red de informadores sé que el hijo de Mario pasa su tiempo
fundamentalmente con las mujeres y la bebida, no necesariamente en ese orden.
Sin embargo, será uno de los motivos por los que nuestro jovencito no caerá en
trance al verse con Cornelia Sila, reliquia de su niñez, por la que, cuando
tenía quince o dieciséis años, nutría tiernos sentimientos, aprovechándose,
seguramente, de su buena disposición de un modo que ella nunca percibió. No es
muy distinto ahora de como era entonces; la diferencia estriba en que él se
cree que sí y ella cree que no. Créeme, Lucio Cornelio, él cometerá toda clase
de patochadas y, además, seguro que ella le irrita.
Una
vez que la muchacha se haya visto con él, dile a Elia que insista un poco más
en el hecho de que cree que vas a renunciar a la alianza con Pompeyo Rufo, y que
necesitas el apoyo de un caballero muy rico.
Y
ahora, Lucio Cornelio, te diré un valioso secreto relativo a las mujeres. Una
mujer quizá haya decidido rechazar radicalmente a un pretendiente, pero si de
pronto ese pretendiente abandona el cortejo por motivos que nada tienen que ver
con el rechazo, ella inevitablemente decide pensárselo mejor y comprobar cómo
es la presa que se le escapa. ¡Al fin y al cabo, tu hija no conoce al
pretendiente! Elia deberá encontrar una poderosa razón para que Cornelia Sila vaya
a una cena en casa de Quinto Pompeyo Rufo. Que el padre está de permiso en
Roma, que la madre está enferma, o lo que sea. ¿No se tragará nuestra jovencita
su desagrado para tener la oportunidad de echar un vistazo al desdeñado
pretendiente? Te aseguro, Lucio Cornelio, que aceptará ir. Y, como yo conozco
al pretendiente, estoy totalmente seguro de que cambiará de idea. Es
exactamente el tipo de hombre que puede atraerla, porque siempre será más lista
que él y no tendrá ningún problema en ser quien mande en la casa. ¡Irresistible
perspectiva! Se parece tanto a ti... en ciertas cosas.
Las
cosas que suceden en este rinconcito del vasto orbe no son buenas. Supongo que
en estos momentos no hay nadie que tenga tiempo ni ganas de saber lo que sucede
en Asia Menor. Pero no me cabe la menor duda de que en las dependencias del
Senado hay un informe olvidado, que nuestro príncipe del Senado habrá leído.
Además, recibirá la carta que le he escrito por el mismo correo que lleve ésta.
En el
trono de Bitinia hay un títere del Ponto. ¡Sí, en cuanto se aseguró de que Roma
había vuelto la espalda, el rey Mitrídates invadió Bitinia! Es ostensible que
quien dirigió la invasión fue Sócrates, el hermano menor del rey Nicomedes III,
lo que justifica que Bitinia continúe llamándose un país libre al haber cambiado
el rey Nicomedes por el rey Sócrates. Parece una contradicción llamarse
Sócrates y ser rey, ¿no? ¿Te imaginas a Sócrates el ateniense dejándose coronar
rey? A pesar de esto, en la provincia de Asia todos sufren el espejismo de que Bitinia
es un país libre, cuando, menos por el nombre, es ahora un feudo de Mitrídates
del Ponto, quien por cierto debe estar furioso por el lento proceder del rey
Sócrates, que dejó escapar al rey Nicomedes. Pese a sus años, Nicomedes cruzó el
Helesponto más rápido que un corzo; aquí corre el rumor de que se dirige a Roma
para quejarse de la pérdida del trono que el Senado y el pueblo de Roma
graciosamente le cedían. Le veréis en Roma antes de fin de año, cargado con la mayor
parte del tesoro de Bitinia.
Y,
por si eso fuera poco, ¡hay también un títere del Ponto en el trono de
Capadocia! Mitrídates y Tigranes fueron juntos a Eusebia Mazaca y sentaron en
el trono a otro hijo de Mitrídates. Éste se llama también Ariarates, pero no
debe ser el Ariarates que conoció Cayo Mario. En cualquier caso, el rey
Ariobarzanes fue tan raudo como el rey Nicomedes de Bitinia y escapó como un
rayo de sus perseguidores. Llegará a Roma a pedigüeñar poco después de Nicomedes.
¡Lamentablemente, es mucho más pobre!
Lucio
Cornelio, estoy seguro de que en nuestra provincia de Asia se están cociendo grandes
problemas. Hay muchos aquí que no han olvidado los tiempos de los publicani. Y muchos
que odian el nombre de Roma. Por eso hay muchos círculos aquí en los que se venera
el nombre de Mitrídates. Mucho me temo que si tuviera la intención -y es más
que probable que la tenga- de apoderarse de la provincia de Asia, le recibirían
con los brazos abiertos.
Ya sé
que todo esto no es un problema que te afecte. Es competencia de Escauro, el
cual me dice que no se encuentra muy bien.
Ahora
estarás en pleno teatro de operaciones en Campania. Estoy de acuerdo contigo en
que se ha producido un cambio de situación. ¡Pobres, pobres itálicos! Con
ciudadanía o sin ella, no se les perdonará durante muchas generaciones.
Cuéntame el resultado del asunto de tu hija. Preveo que el
amor se impondrá al fin.
( C. McC. )
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