Ya
sé, Quinto Mucio, que has optado por unir tu suerte a Lucio Cinna y Cayo Mario.
Y puedo incluso comprenderlo. Tu hija está prometida al hijo de Mario y es una
fortuna demasiado importante para rechazarla. Pero cometes un error. Cayo Mario
ha perdido el seso, y los que le siguen son poco menos que bárbaros. Y no me
refiero a sus esclavos. Me refiero a hombres como Fimbria, Annio y Censorino.
Cinna es bastante buena persona en muchos aspectos, pero seguramente no será
capaz de poner coto a los actos de Cayo Mario. Ni tú tampoco.
Cuando
recibas esta nota ya habré muerto. Me parece infinitamente preferible morir a pasar
el resto de mi vida desterrado o siendo una víctima más de Cayo Mario. ¡Pobres hermanos
míos! Me complace elegir yo mismo la hora, el lugar y el modo de morir. Si
esperase hasta mañana, ya no podría hacerlo.
He
acabado mis memorias, y te digo sinceramente que me apena no poder conocer los comentarios
que suscitarán cuando se publiquen. No obstante, ellas sí vivirán. Para salvarlas
- ¡son un auténtico cumplido para Cayo Mario!- las he consignado a Lucio Sila
en Grecia, enviando una copia a Publio Rutilio en Esmirna para saldar la deuda
por ser tan venenoso conmigo en sus escritos.
Cuídate,
Quinto Mucio. Sería de lo más interesante ver cómo concilias tus principios con
la necesidad. Yo soy incapaz.
Felizmente, mis hijos están bien casados.
( C. McC. )
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