Hay un ambiente muy poco
halagüeño, debido principalmente al hecho de que has tenido éxito en lo que te
propusiste -eliminar a los germanos- y a que el pueblo está tan agradecido, que
si te presentases al consulado te lo concederían otra vez. "Dictador"
es la palabra que murmuran todos los nobles, al menos la primera clase la está
repitiendo. Sí, ya sé que tienes muchos clientes y amigos importantes en la
primera clase, pero debes comprender que toda la estructura tradicional de la
política romana está orientada a cercenar las pretensiones de quienes
descuellan entre sus iguales. El único "primer" permisible es el primero
entre sus iguales, pero después de cinco consulados, tres de ellos in absentia,
se va haciendo muy difícil enmascarar el hecho de que tú destacas entre tus
supuestos iguales. Escauro está disgustado, pero con él podrías entenderte en
último extremo. No, el verdadero problema es nuestro común amigo el Meneitos, hábilmente
secundado por su tartamudo retoño.
Desde el momento en que te
trasladaste al este de los Alpes para unirte a Catulo César en la Galia
itálica, el Meneitos y su hijo han dedicado todos sus esfuerzos a inflar desaforadamente
la contribución de Catulo César en la campaña contra los cimbros. Así, cuando
llegó la noticia de la victoria de Vercellae y la cámara se reunió en el templo
de Belona para debatir los asuntos de los triunfos y los votos de
agradecimiento, había muchos dispuestos a escuchar al Meneitos cuando tomó la
palabra.
En resumen, propuso que sólo se
celebren dos triunfos: uno contigo por la victoria de Aquae Sextiae y otro con
Catulo César por Vercellae, ignorando totalmente el hecho de que tú eras el
comandante en el campo de Vercellae y no Catulo César. Su argumentación es estrictamente
legalista: participaron dos ejércitos, uno al mando del cónsul y el otro al
mando del procónsul Catulo César, y el botín conquistado, dice el Meneitos, es
tan reducido, que resultaría ridículo exhibirlo en tres triunfos. Así que, como
tú no habías celebrado el triunfo aprobado por lo de Aquae Sextiae, pues lo
celebras y a Catulo César se le concede el correspondiente a Vercellae, ya que
sería superfluo que tú celebrases un secundo triunfo por Vercellae.
Lucio Apuleyo Saturnino se puso
inmediatamente en pie para protestar, pero le abuchearon. Como este año es un
privatus, no tiene cargo alguno para imponerse y que los padres conscriptos le
hagan más caso. La cámara aprobó dos triunfos: el tuyo será exclusivamente por
Aqaae Sextiae -batalla del año pasado y menos significativa- y Vercellae - la
de este año y la más importante para todos- en exclusiva para Catulo César.
Efectivamente, conforme el triunfo de Vercellae discurra por la ciudad, se irá
imbuyendo en la mente de los romanos que tú no has tenido nada que ver con la
derrota de los cimbros en la Galia itálica y que el héroe es Catulo César. Tu
propia necedad al entregarle la mayor parte del botín y todos los estandartes
germanos capturados ha inclinado la balanza. Cuando te gana la euforia y dejas
que surja tu generosidad natural es cuando peores errores cometes. De verdad.
No sé qué remedio encontrarás,
porque todo está ya decidido, aprobado oficialmente y registrado en los
archivos. Yo estoy indignado, pero los padres de la patria (como los llama Saturnino)
o los boni (como dice Escauro) te han ganado por la mano y no obtendrás el prestigio
que mereces por la derrota de los germanos. En tiempos de Numancia nos
divertimos con perpetuar el revolcón de Metelo en la cochiquera aplicándole ese
mote que también usan las niñeras en su jerga para referirse a los genitales de
las niñas, pero yo, actualmente, considero que este hombre es un verdadero
cunnus, y su hijo va a seguir el mismo camino.
Basta, basta, ¡no quiero acabar
teniendo una apoplejía! Concluiré la misiva diciéndote que en Sicilia las cosas
van bien. Manio Aquilio está haciendo una magnífica labor, lo que aún empequeñece más a
Servilio el Augur, quien, sin embargo, ha hecho lo que prometió, denunciando a
Lúculo ante el nuevo tribunal que entiende de traiciones. Lúculo se empeñó en
defenderse personalmente y no le fue nada bien con todos esos caballeros engreídos,
porque se les encaró con esa glacial altanería que se gasta y el jurado pensó
que lo hacía por ellos. ¡Y así era, efectivamente! Este Lúculo es otro imbécil
impenitente. Naturalmente, le condenaron. Creo que en todas las tablillas
escribieron el DAMNO. Y es increíble la brutalidad de la sentencia. Tiene que
exiliarse a más de mil millas de Roma, con lo que su única opción de vivir en
una gran ciudad es Antioquía o Alejandría. Él ha elegido honrar al rey Tolomeo
Alejandro en vez de al rey Antioco Gripus. Y el tribunal confiscó todos sus bienes,
casas, tierras, inversiones y propiedades urbanas.
No esperó a que le obligaran a
marcharse: de hecho, ni aguardó a saber a cuánto ascendían sus pertenencias, y
encomendó el cuidado de la marrana de su esposa a su hermano el Meneitos -así verá lo
que es bueno-, y a su hijo mayor, que ahora tiene dieciséis años y en quien el
Estado tenía puestas sus miras, a su propia suerte. Es curioso que no encomiende
este dotado muchacho al cuidado del Meneitos, ¿no crees? Al menor, que ahora tiene
catorce, le han adoptado y ahora se llama Marco Terencio Varro Lúculo.
Me ha dicho Escauro que los
muchachos han jurado procesar a Servilio el Augur en cuanto Varro Lúculo tenga
edad para vestir la toga. La despedida del padre fue desgarradora, como puedes
imaginarte. Escauro dice que Lúculo irá a Alejandría y se suicidará, y que los niños
también lo creen así. Lo que más hiere a los Licinio Lúculo es que este dolor y
esta ruina se los haya causado un hombre nuevo arribista como Servílío el
Augur. Los hombres nuevos no os habéis ganado precisamente unos amigos en los
hijos de Lúculo.
En fin, cuando los hijos de
Lúculo tengan edad para procesar a Servilio el Augur, será ante otro nuevo
tribunal constituido por otro Servílio de orígenes bastante oscuros: Cayo Servilio
Glaucia. ¡Por Pólux, Cayo Mario, las leyes que dicta ese individuo! El esquema
es acorazado y nuevo, pero funciona. Al estar de nuevo en manos de los
caballeros, no hay recursos que les valga a los gobernadores si no son
trabajadores. La recuperación de la propiedad peculada ha quedado ampliada a
los últimos beneficiarios así como a los ladrones iniciales; los convictos por
el tribunal no pueden hablar nunca más en público; a los que tienen derechos
latinos que logren que se condene a un malversador se les recompensa con la ciudadanía
romana, y ahora se efectúa una pausa en medio del juicio. El procedimiento
antiguo es ya cosa del pasado, y el testimonio de los testigos, como se ha
comprobado en los pocos casos juzgados, ahora cuenta mucho menos que las
intervenciones de los abogados. Buena oportunidad para los buenos letrados.
Y para terminar, y no menos
importante, te diré que ese curioso individuo que es Saturnino vuelve a verse
en apuros. Cayo Mario, de verdad que temo que no esté bien de la cabeza. No es
una cosa lógica. Y yo creo que es por influencia de su amigo Glaucia. Los dos son
brillantes, pero, al mismo tiempo, muy inestables y alocados. O quizá sea que
realmente no sepan lo que quieren de la vida pública. Hasta el peor demagogo
tiene un plan, una lógica orientada a ser pretor y cónsul, pero yo no la veo en
esta pareja. Detestan el viejo estilo de gobierno, detestan el Senado, pero no
presentan alternativas. ¿Serán quizá lo que los griegos llaman partidarios de
la anarquía? No estoy seguro.
La suerte ha dado la espalda al
rey Nicomedes de Bitinia en razón de la embajada del rey Mitrídates del Ponto.
Nuestro joven amigo del país oriental más alejado del Euxino envió unos embajadores con
suficiente inteligencia para descubrir la secreta debilidad de los romanos: ¡el
dinero! Como no habían adelantado nada en la solicitud del tratado de amistad y
alianza, comenzaron a sobornar senadores. Pagan bien, y ten la seguridad de que
Nicomedes tiene motivos para preocuparse.
Luego, Saturnino habló en la
tribuna del Foro y condenó a todos los senadores dispuestos a abandonar a
Nicomedes y Bitinia en favor de Mitrídates del Ponto. Dijo que hacía años que
teníamos un tratado con Bitinia y que el Ponto era el enemigo inmemorial de
Bitinia. Añadió que había dinero de por medio y que Roma, por culpa del
engrosamiento de las bolsas de unos cuantos senadores, iba a dejar en la
estacada a su amigo y aliado de medio siglo.
Y se alega -yo no estaba
presente- que dijo algo así como: "Ya sabemos lo caro que cuestan los matrimonios de
senadores chochos con potrancas retozonas, ¿no es cierto? Quiero decir que los collares de
perlas y las pulseras de oro son mucho más caros que un frasco de ese
reconstituyente que vende Ticino en su tienda, ¿y quién dirá que una joven potrilla
no es tónico más eficaz que el de Ticino?" Ja, ja, ja! Y también se burló
del Meneitos, diciendo a la multitud: "¿Y qué me decís de nuestros
muchachos en la Galia itálica?"
El resultado fue que dieron de
palos a varios embajadores del Ponto y éstos acudieron al Senáculo a quejarse.
Tras lo cual, Escauro y el Meneitos acusaron a Saturnino ante su propio
tribunal de sembrar la discordia entre Roma y una embajada acreditada de un monarca extranjero. El día del
juicio, nuestro tribuno de la plebe Glaucia convocó reunión de la Asamblea de
la plebe y acusó al Meneitos de intentar otra vez deshacerse de Saturnino, al
no haberlo podido hacer cuando era censor. El día de la vista aparecieron los
famosos gladiadores que parece manipular Saturnino, rodearon a los jurados con
cara de pocos amigos, éstos renunciaron al juicio y los embajadores pontinos
tuvieron que regresar a su país sin tratado. Estoy de acuerdo con Saturnino en
que sería algo imperdonable abandonar a nuestro amigo y aliado de hace
cincuenta años para aliarnos con su enemigo de siempre, por el simple hecho de
que ahora sea mucho más rico y poderoso.
Se acabó, se acabó, Cayo Mario.
En realidad sólo quería que supieras lo de los triunfos antes de que te
llegaran los despachos oficiales, que el Senado no se apresurará a enviarte.
Ojalá pudieras hacer algo, pero mucho lo dudo.
( C. McC. )
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