El segundo cónsul y flamen
martialis, Lucio Valerio Flaco, se encontró con los silos - al pie del Aventino
contiguo al puerto de Roma- vacíos y con cantidades exiguas en los graneros
privados del Viscus Toscus. Estas exiguas cantidades, dijeron los mercaderes a
Flaco y a sus ediles, se venderían a más de cincuenta sestercios por modius de
trece libras. Y las familias del proletariado apenas podrían pagar la cuarta
parte de aquel precio. No escaseaban otros alimentos más baratos, pero la
carestía del trigo hacía subir los precios de todo lo demás debido al aumento
del consumo y a la limitada producción. Y los estómagos acostumbrados al buen
pan no se contentaban con gachas y nabos, que eran los artículos más socorridos
en época de carestía. Los que estaban fuertes y sanos sobrevivían, pero los
viejos, los débiles, los niños y los enfermizos solían perecer.
En octubre, el proletariado
comenzaba a agitarse y la población de Roma empezó a atemorizarse, porque la
perspectiva de convivir con un proletariado sin nada que comer era algo
temible. Muchos ciudadanos de la tercera y cuarta clase, para quienes resultaba
oneroso comprar un trigo tan caro, comenzaron a hacer acopio de armas para
defender sus despensas de las depredaciones de los más necesitados.
( C. McC. )
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