La ciudad de Roma estuvo al principio bajo el poder de reyes; la
libertad y el consulado los estableció Lucio Bruto. Las dictaduras se adoptaban
con carácter temporal; tampoco la autoridad de los decemviros duró más de dos
años, ni mucho tiempo la potestad consular de los tribunos militares. No fue
larga la dominación de Cinna, como no lo fue la de Sila; el
poder de Pompeyo y de Craso pasó pronto a manos de César, y las
armas de Lépido y de Antonio a las de
Augusto, el cual recibió bajo su
imperio, con el nombre de príncipe, el mundo agotado por las discordias
civiles. Pues bien, las fortunas y adversidades del viejo pueblo romano han
sido historiadas por escritores ilustres, y tampoco a los tiempos de Augusto
les faltaron notables ingenios que los narraran, hasta que al crecer la
adulación se fueron echando atrás. Así, la historia de Tiberio y de Calígula, y la de Claudio y Nerón se escribió falseada por el miedo mientras
estaban ellos en el poder; tras su muerte, amañada por los odios recientes. De
ahí mi designio de tratar brevemente y sólo de los postreros momentos de
Augusto, y luego el principado de Tiberio y lo demás sin encono ni parcialidad,
para los que no tengo causas próximas.
( Tácito en "Anales")
No hay comentarios:
Publicar un comentario