Una de las primeras ciudades que los griegos fundaron en la costa del Egeo fue Mileto.
Llegaron primeramente,
en calidad de pioneros, los veteranos de la guerra de Troya, y acaso no fueron absolutamente a propósito; sino tan sólo arrojados como náufragos de la tempestad que dispersó la flota
de Agamenón y en la que andaba también Ulises.
Los griegos, cuando hacían apoikia, es decir, cuando ponían su casa en el extranjero, trataban
a los antiguos inquilinos —que
estaban mucho menos evolucionados que ellos— de modos diversos, que no eran jamás, empero,
muy tiernos. Y en Mileto, por ejemplo, dado
que llegaron solteros, usaron aquello
de matar del primero al último a
los hombres y casar con las viudas, que eran de sangre caria, o sea oriental, y —por lo que podemos presumir del gentil episodio— más bien guapetonas. Ellas lloraron a los maridos muertos, aceptaron
a los vivos, absorbieron el idioma y la
civilización y les dieron muchos
hijos. Y a los cuatro siglos de aquel brusco cruce, ocurrido hacia el año 1000 antes de Jesucristo, Mileto era la ciudad más rica y evolucionada del mar Egeo. Como siempre, empezó haciéndose gobernar por un rey
y, después por la aristocracia,
y por fin por la democracia, que degeneró en la consabida dictadura.
En el siglo VII el dictador de turno se llamaba Trasíbulo, tirano prepotente, pero inteligente, bajo el cual Mileto convirtióse en capital, no sólo de la industria (sobre todo textil) y del comercio, sino también del arte, la literatura y la filosofía. La colonia había fundado a su vez otras ochenta colonias, entre grandes y pequeñas, en la costa y en las islas circundantes, y en todo el mundo griego se hablaba de ellas con acento escandalizado por mor de la riqueza, la libertad y el lujo de que disfrutaban.
Sus marinos eran los más recelosos, sus mujeres las más refinadas, y su cultura la más avanzada.
Esta
cultura había escapado a las manos de los sacerdotes,
que en todas las demás partes detentaban aún el monopolio, y se había vuelto laica, escéptica y sometida al examen crítico del libre pensamiento.
Mientras en el continente la ciencia se
confundía aún con la
mitología y había quedado en lo que enseñaran Homero y Hesíodo —por lo demás muertos hacía poco— en Mileto había ya quien jubiló a los dioses con sus leyendas, y fundó sobre bases experimentales la primera escuela filosófica griega,
la naturalista.
Era
un llamado Tales, que nació en 640 de una familia no griega, sino fenicia.
De niño tuvo reputación de divertido y zángano porque estaba siempre distraído e inmerso en sus pensamientos; tanto, que a menudo no sabía dónde metía los pies, y un
día se cayó por las buenas
dentro de un foso, provocando la hilaridad de sus conciudadanos que le consideraban
como un inútil. Tal vez también porque, herido en su orgullo por aquellos sarcasmos,
Tales se metió en la cabeza demostrar a todos que, si quería, también él sabía ganar dinero. Y, haciéndoselo prestar, probablemente por su padre, que era un mercader acomodado, compró todas las almazaras que había en la isla para el aceite. Érase
un invierno, y los precios eran bajos por falta de demanda. Pero Tales, estudioso y competente en
Astronomía, había previsto un
buen año y una cosecha de aceitunas
favorable que, en el momento oportuno, haría inapreciables aquellas zarandajas. Sus cálculos se confirmaron. Y el otoño sucesivo pudo imponer a los usuarios, como monopolizador, los
precios que quiso. Con esto se tomó un bonito desquite sobre los que tanto le habían escarnecido, acumuló un discreto patrimonio que le permitía vivir de renta, y se dedicó enteramente al estudio.
Del
científico tenía, además de la distracción, la curiosidad, la capacidad de observación y el espíritu de intuición. Habiendo estado en Egipto para ponerse al corriente de los progresos que allí habían hecho las matemáticas, aplicó
los
resultados calculando la altura de
las pirámides, que nadie sabía, con el método más sencillo y expeditivo: medió su sombra sobre la arena en el momento que él mismo
proyectaba una de la misma longitud que su cuerpo. E hizo la pro- porción. Bastante tiempo antes de que Euclides, padre de la Geometría, viniese, al mundo, Tales había formulado ya buena parte de los principales teoremas sobre los que se basa la ciencia.
Había descubierto, por ejemplo, que los ángulos de la base de un triángulo isósceles son iguales; que son otro tanto iguales dos triángulos que tienen en común dos ángulos y un lado, que los ángulos opuestos, formados por el cruce de dos rectas, son también iguales.
En cuclillas sobre la cubierta de la embarcación que le transportaba de un puerto a otro del Mediterráneo, cavilaba acerca de todo ello. Y de noche estudiaba el cielo, tratando de darle un orden y una lógica, a la
luz de cuanto había aprendido
en
Babilonia, donde los estudios de Astronomía estaban
más desarrollados. Compartió muchos errores de su tiempo, se comprende, porque carecía
de instrumentos
para comprobar su falta de fundamento. Creyó, por ejemplo, que la Tierra era un disco flotante en una interminable
extensión de agua, y personificó en el Océano a su creador.
Según él, todo procedía del agua y acababa en el agua. Aristóteles dice que esta idea le fue sugerida por la observación de que todo cuanto alimenta a animales y plantas es húmedo. Puede
ser. Como fuese. Tales fue el primero en comprender que todo lo que forma lo creado
tiene un principio único
y común. Equivocóse al
identificarlo con el agua.
Mas, a diferencia de todos los que le precedieron y que habían hecho remontar el origen de las cosas a una pluralidad de otras cosas o personas, atisbo el origen
único de todo, es decir, fue el primero en dar fundamento filosófico al monismo (de monos, que precisamente quiere decir uno).
Tales imaginó la vida como
un alma inmortal, cuyas partículas se encarnaban momentáneamente ora en una planta, ora en un animal o un mineral. Lo que moría, según
él, era solamente estas momentáneas encarnaciones, de las cuales el alma inmortal tomaba sucesivamente la "forma y constituía la fuerza vital; para las cuales, entre vida y muerte no había diferencia sustancial. Y cuando le fue preguntado por qué, entonces al obstinarse en preferir la primera a la segunda, respondió: «Precisamente porque no hay diferencia.»
Tales
era hombre de carácter tranquilo y bondadoso,
qué procuraba enseñar a sus conciudadanos y razonar correctamente, pero no se indignaba cuando
aquéllos no le comprendían o se reían francamente
de él. Para ellos fue una gran sorpresa el día que los otros griegos le incluyeron en la lista de los Siete Sabios al lado de Solón. Los
milesios no se habían dado cuenta de que tenían en Tales un conciudadano tan ilustre e importante. Una sola vez lo sospecharon: fue cuando predijo el eclipse de sol para el 28 de mayo de 585, y el eclipse, en efecto, aconteció. Pero, en vez de admirarle, por poco le acusan
de brujería.
Era
un hombre agudo, que fue precursor de Sócrates en la técnica de rebatir las objeciones ajenas con respuestas que parecían bromas
solamente a todos los necios, que creen que la seriedad es lo mismo que el engreimiento y la prosopopeya. Cuando le preguntaron cuál era, según él,
la empresa
más difícil para un hombre dijo «Conocerse a
sí mismo.» Y cuando le preguntaron qué era Dios, respondió: «Aquello que no comienza y
que no acaba», que es todavía, después de dos mil quinientos años, la definición más pertinente. A la pregunta de en qué consiste, para un
hombre virtuoso, la
justicia, replicó: «En no hacer a los demás lo que no
se quiere que sea hecho con nosotros.» Y en esto se anticipó en seiscientos años a Jesús.
Le llamaban sopho, es
decir, sabio, aunque con un matiz de bondadosa ironía. Demostró
serlo hasta en el más estricto sentido de la palabra, no molestando jamás a nadie, contentándose con poco y manteniéndose alejado de la
política. Esto no
le impidió ser
amigo de Trasíbulo, que con frecuencia mandaba a
llamarle porque se divertía con su conversación. La única cosa que le hacía olvidar la Filosofía era el deporte. El pacífico, distraído
y sedentario Tales era un «hincha» rabioso, no perdía un espectáculo en el estadio y allí
murió viejísimo, durante una
competición de atletismo, acaso de dolor al
ver perder a su «equipo preferido».
Dejó
un alumno, Anaximandro, que continuó sus indagaciones y perfeccionó algunas, contribuyendo a asentar sobre
bases científicas la Física de Tales y
anticipándose a las teorías de Spencer. Pero no tenía la originalidad y el genio del Maestro. Vivió en una Mileto que
estaba decayendo con rapidez,
política y económicamente, después del lozano florecimiento de los tiempos de Trasíbulo y
de Tales. En 546 la isla fue anexionada por Ciro al Imperio persa, y la
cultura griega entró en agonía.
Tales hubiera dicho
que la cosa no tenía importancia porque también la cultura y el
Imperio no son más que formas pasajeras del alma inmortal. Pero sus compatriotas no compartieron
tal opinión.
(
Indro Montanelli )
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