Es
muy importante que en la medida de lo posible se trate de conocer a los
soldados, y a ser posible hasta a cada uno de ellos .Y desde luego vale la pena
asegurarse de que te conocen. Y que les gustas. Si el general gusta a la tropa,
ésta se afana más y se arriesga más; no olvidéis nunca lo que dijo Titio Titinio
en los rostra: a los soldados se les puede decir todos los epítetos que
quieras, pero nunca darles motivo para que crean que los desprecias. Si conoces
a tus oficiales y ellos te conocen, podéis estar seguros de que con veinte mil
legionarios romanos se puede llegar a derrotar a cien mil bárbaros, incluso a
veces fácilmente. .
Siempre
hay que ser soldado antes de ser general. Y esta es una ventaja que muchas
veces no tienen los patricios romanos de la aristocracia que reciben los mandos
militares del Senado gracias a sus influencias. Y es más: si no has sido
soldado antes de ser general, no puedes ser un auténtico general, os lo
aseguro. Los mejores generales siempre
han sido soldados. Mirad a Catón el Censor, por ejemplo.
Cuando tengáis edad de ser cadete, no te quedéis
detrás de las líneas al servicio de vuestro comandante, ¡intentad a primera
línea a combatir, con los legionarios!. Dejad a un lado la nobleza, porque la cuna
apenas sirve cuando se trata de la batalla. Siempre que haya una batalla, os aconsejo
que tratéis de convertiros en oficiales.
Si el
general presenta objeciones y quiere haceros recorrer el campo llevando
órdenes, mejor que le digas que preferís luchar, ya que sólo así adquiriréis
verdadera experiencia marcial. Y no te lo prohibirá porque no es algo que sea
frecuente. Debéis combatir
como
unos soldados rasos. Si no, cuando alcancéis el mando, ¿cómo vais a entender
las vicisitudes de los soldados en primera línea? ¿Cómo vais a saber qué los
atemoriza, qué los arredra, qué los anima y les hace embestir como toros?. Por
eso, no lo olvidéis: para ser buenos generales, primero hay que luchar al lado
de los soldados y en primera línea.
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