Al Senado y al Pueblo de Roma.
Comprendo
que la carestía de trigo afectará a Roma e Italia tanto como a mí. He enviado
dos de mis legiones con mi colega Pío a la provincia Ulterior que está en
mejores condiciones que la Citerior.
Esta
carta no es para pedir provisiones. Ya me las arreglaré para alimentar a mis
tropas, y me las arreglaré para acabar con Quinto Sertorio. Esta carta es para
pedir dinero. Aún debo a la tropa casi un año de paga, y estoy harto de
estarles siempre debiendo.
Aunque
estoy en el extremo oeste de la tierra, me entero de lo que sucede en los demás
sitios. Sé que Mitrídates ha invadido Bitinia a principios de verano al ocurrir
la muerte del rey Nicomedes. Sé que las tribus del norte de Macedonia están
levantiscas de un extremo a otro de la vía Egnatia. Sé que los piratas están
impidiendo a las flotas romanas el transporte de trigo de Macedonia oriental y
de la provincia de Asia para
paliar la carestía de alimento en Italia. Sé que los cónsules de este año,
Lucio Lúculo y Marco Cotta, se han visto obligados a marchar para hacer la
guerra a Mitrídates. Sé que Roma tiene apuros dinerarios. Pero también sé que
ofrecisteis al cónsul Lúculo setenta y dos millones de sestercios para una
flota y que declinó el ofrecimiento. Así que, al menos tenéis setenta y dos
millones de sestercios bajo una losa del Tesoro, ¿no? Eso es lo que más me fastidia,
que deis más valor a Mitrídates que a Sertorio. Pues yo no. Uno es un déspota
oriental cuya única fuerza está en los números, y el otro es un romano.
Y su
fuerza está en eso. Y sé a quién preferiría enfrentarme. De hecho ojalá me hubieseis
ofrecido a mí la misión de acabar con Mitrídates. La hubiera aceptado
inmediatamente dejando este ingrato y olvidado asunto de Hispania.
No
puedo seguir en Hispania sin parte de esos setenta y dos millones de
sestercios, así que sugiero que levantéis la losa del Tesoro y apartéis unas
cuantas bolsas de dinero. Si no, la alternativa es muy sencilla: licencio a mis
tropas en la Hispania Citerior -los soldados que aún me quedan de las cuatro legiones-
y les dejo a su albur para que se alimenten por sí solos todo el camino hasta
Italia. Sin jefes y sin la tranquilidad de saber que los manda alguien, creo
que pocos optarían por regresar. La mayoría hará lo que haría yo en tal
situación: ir a alistarse en los ejércitos de Quinto Sertorio porque él les alimentará
y les pagará con regularidad. De vosotros depende. O me mandáis dinero o
licencio a las tropas aquí mismo.
Por cierto, no se me ha pagado el caballo público.
( C. McC. )
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