viernes, 9 de enero de 2015

CARTA DEL PROCÓNSUL DE LA HISPANIA CITERIOR CNEO POMPEYO MAGNO AL SENADO DE ROMA SOLICITANDO FONDOS DE GUERRA:


Al Senado y al pueblo de Roma.

Escribo ésta desde Emporiae en las nonas de octubre, bajo el consulado de Lucio Octavio y Cayo Aurelio Cotta. En los idus de octubre inicié la marcha por el río Iberus hacia el río Durius y su confluencia con el Pisoraca, en donde hay una ciudad llamada Septimanca en medio de una fértil llanura. Ahí espero invernar con las tropas y hay buenas perspectivas de que llenen la tripa. Afortunadamente no tengo tantos hombres como hace dos años al llegar a Emporiae. Ahora me quedan cuatro legiones de menos de cuatro mil hombres, y no tengo caballería.

 

¿Por qué tengo que marchar con mis catorce mil hombres novecientos kilómetros a través de territorio hostil para invernar? Porque en el este de Hispania no hay nada que comer. Por eso. ¿ Y por qué no me abastezco en la Galia o en la Galia itálica, ya que los vientos de esta época del año favorecen la navegación hacia allí? Porque no tengo dinero. Ni dinero para provisiones ni dinero para barcos. Por eso. No me queda otro remedio que robar alimentos a las tribus hispanas que sean lo bastante débiles para dejarse robar por catorce mil legionarios romanos hambrientos. Por eso tengo que marchar tan lejos, para encontrar tribus que espero sean lo bastante débiles. En el Iberus no hay comida si no se toma alguno de los fuertes reductos de Sertorio, y yo eso no puedo hacerlo. ¿ Cuánto tardó Roma en reducir Numantia? Pues Numantia era un gallinero comparada con Calagurris o Clunia. Y Numantia no estaba al mando de un romano.

 

Sabéis por mis despachos que he tenido dos malos años de campañas, aunque mi colega Quinto Cecilio Metelo Pío, Pontífice Máximo, ha tenido más éxito. Cuesta cogerle la horma a Quinto Sertorio. Conoce el país y a sus habitantes, y yo no. He hecho lo que he podido. Y creo que ningún otro que hubieseis podido mandar lo habría hecho mejor. Mi colega Pío tardó tres años en obtener su primera victoria. Yo al menos he contribuido a las victorias en el segundo año, en que mi colega Pío y yo combinamos nuestras fuerzas y derrotamos a Sertorio en el río Sucro y luego cerca de Saguntum.

 

Mi colega Pío y yo creemos que venceremos. No es que lo diga yo. Venceremos. Pero para ello necesitamos un poco de ayuda vuestra. Necesitamos más legiones. Necesitamos dinero. No digo «más dinero» porque hasta ahora no he recibido nada. Ni creo que mi colega Pío haya recibido más que su estipendio del primer año de gobernador. Sí, ya sé que diréis: gana unas cuantas batallas y saquea unas cuantas ciudades, y ya tienes dinero. Pero no es así. En Hispania no hay dinero. Lo máximo que se puede esperar al conquistar una ciudad es algo de comida. No hay dinero. Por si no os habéis enterado bien al leerlo, lo repito: NO HAY DINERO. Cuando me enviasteis aquí me disteis seis legiones y mil quinientos soldados de caballería, y dinero suficiente para pagar a la tropa y comprar provisiones para medio año aproximadamente. Pero eso fue hace dos años. Mis arcas de campaña estaban vacías al cabo de seis meses. Es decir, hace año y medio. Y no tengo más dinero ni más tropas.

 

Sabéis -sé que lo sabéis porque mi colega Pío y yo os lo comunicamos en los despachos- que  Quinto Sertorio ha hecho un pacto con el rey Mitrídates del Ponto, y ha acordado confirmar todas las conquistas de Mitrídates y autorizar más conquistas a Ponto cuando él sea dictador de Roma. Así que ya sabéis que Quinto Sertorio no va a contentarse con ser rey de Hispania; pretende ser rey de Roma al margen del título que se dé. Sólo hay dos personas que pueden impedírselo. Mi colega Pío y yo. Os lo digo porque estamos aquí y tenemos ocasión de impedírselo. Pero no podemos impedírselo con lo que tenemos. Él dispone de todas las fuerzas indígenas y cuenta con los conocimientos romanos para transformar a los bárbaros hispanos en buenos soldados. Si no contase con esas dos cosas hubiera sido derrotado hace dos años. Pero sigue aquí y no deja de reclutar hombres y entrenarlos. Mi colega Pío y yo no podemos reclutar hispanos porque ninguno que esté bien de la cabeza se uniría a nuestro ejército. No podemos pagar a la tropa. Ni siquiera podemos alimentarla. Y, por los dioses, que no hay botín que podamos compartir.

 

Puedo derrotar a Sertorio. Aunque sea como lo hace la gota de agua que desgasta de tal manera una piedra que un niño acaba por romperla de un golpecito. Mi colega Pío piensa igual. Pero no puedo derrotar a Sertorio si no me enviáis más soldados, más caballería Y ALGO DE DINERO.

 

Hace año y medio que no han cobrado mis tropas, y debo a muertos y vivos. Traje mucho dinero mío, pero lo he gastado comprando provisiones.

 

No me quejo de las bajas. Fueron consecuencia de falsos cálculos agravados por la información que se me dio en Roma. Es decir, que seis legiones y mil quinientos soldados de caballería eran más que suficientes para enfrentarse a Sertorio. Habría debido tener diez legiones y tres mil soldados de caballería. Así le habría vencido el primer año y Roma sería más rica en tropas y dinero. Más vale que os lo penséis, tacaños.

 

Y os digo otra cosa para que la penséis. Si no puedo quedarme en Hispania y mi colega Pío no puede salir de su provincia, ¿qué creéis que sucederá? Volveré a Italia con las tropas de Quinto Sertorio a la zaga como la cola de un cometa. Así que pensáoslo bien. Y enviadme unas legiones, algo de caballería Y ALGÚN DINERO.

 

Por cierto, Roma me debe un caballo público.


( C. McC. )


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