Puedes
imaginarte el revuelo que hay en Roma. Te escribo a ti, César, porque tú estás de
momento al margen de los acontecimientos y necesito airear mis pensamientos con
la pluma, no soy cronista y no encuentro a quién mejor escribir. Estoy
condenado a permanecer en Roma suceda lo que suceda, salvo en el caso de
fallecimiento de los dos cónsules; y como el primer cónsul es mi hermano y el
segundo cónsul es mi tío, no se lo deseo a ninguno de los dos. ¿Por qué estoy
condenado a quedarme en Roma? Me han elegido primer cónsul para el año próximo.
¿No es estupendo? Mi colega es Cayo Casio Longino; buena persona, creo.
Primero,
algunas noticias locales. Habrás sabido probablemente que nuestro mutuo amigo
Cayo Verres logró engatusar tan bien al electorado y a los oficiales, que ha
sido elegido pretor urbano. ¿Pero te has enterado de cómo ha sabido convertir
ese cargo ingrato en un buen negocio? Al morir el plutócrata Lucio Minucio
Basilo sin hacer testamento, Verres tuvo que registrar las peticiones de sus
parientes más allegados reclamando la herencia. Su pariente más próximo es un
sobrino llamado Marco Satrio, y ¿sabes quién lo impugnó? Nada menos que Hortensio
y Marco Craso, que tenían alquiladas a Basilo unas importantes fincas; y ahora
se personan ante Verres y alegan que Basilo se las habría dejado si hubiese hecho
testamento. ¡Y Verres aceptó sus pretensiones! Y Hortensio y Marco Craso son
más ricos y Satrio se ha quedado más pobre. En cuanto a Cayo Verres, no creerás
que ha ayudado a Hortensio y a Marco Craso por bondad de corazón, ¿verdad?
No
nos ha faltado la habitual oveja negra de los diez tribunos de la plebe. La de
este año es un hombre extraño llamado Lucio Quintio. Tiene cincuenta años y es
autodidacta, le gusta vestirse cuando no está obligado a llevar la toga con una
túnica larga de púrpura de Tiro, y es un individuo lleno de detestables exageraciones
de palabra y gesto. No llevaba el colegio un día en el cargo, cuando ya ese
Quintio estaba arengando a la multitud en el Foro para que se restablecieran
los plenos derechos del tribunado, y en el Senado concentró todo su veneno
contra mi hermano.
Quintio
está ahora muy tranquilo y formal. Mi querido hermano Lúculo le atajó brillantemente,
con un ataque en dos fases (como él dice). La primera consistió en echar al
tribuno de la plebe del año pasado, Quinto Opimio, a los perros; los perros son
Catulo y Hortensio, quienes le acusaron de abusar constantemente de su
autoridad y lograron que se le multara con una suma equivalente a su fortuna,
por lo que se ha visto obligado a retirarse de la vida pública, arruinado. La
segunda fase consistió en un discurso suave y razonable, susurrado sin pausa al
oído de Quintio, en el sentido de que si no cierra la boca y modera su
actuación, él también será arrojado a Catulo y Hortensio y se verá sancionado
con una multa equivalente a su fortuna. Le costó un poco, pero al final dio
resultado.
Por
si te crees que has caído totalmente en el olvido, te diré que no, querido
César. Toda Roma habla de los devaneos que tuviste con unos piratas y de cómo
los crucificaste contra la voluntad del gobernador. ¿Cómo?, te oigo decir, ¿ya
lo saben en Roma? ¡Pues si! Y no ha sido Junco quien lo ha contado. Fue su
procuestor, ese Pompeyo que ha tenido la osadía de añadir el sobrenombre de
Bitínico a su mediocre apellido, quien escribió
la historia a todo el mundo. Se ve que su intención era que Junco quedase como
el héroe, pero todos -incluso Catulo- te consideran a ti el héroe. De hecho, se
habló de concederte
una corona naval pero Catulo no estaba dispuesto a tanto y recordó a los padres
conscriptos que eras un privatus y no tenías derecho a condecoraciones
militares.
Se ha
hablado mucho de piratas este año en la Cámara; pero, por favor, no creas que para
nada sustancial. Sea porque Filipo parece afectado de letargo crónico, o porque
Cetego casi no ha asistido a ninguna reunión, o porque Catulo y Hortensio
últimamente están más interesados por los tribunales que por el Senado, el
hecho es que este año las sesiones de la Cámara han sido soporíferas. ¿Tomar
decisiones? ¡Imposible! ¿Activar los asuntos? ¡Imposible!
De
todos modos, en enero, nuestro pretor Marco Antonio se obstinó en que le
asignaran la misión especial de erradicar la piratería de nuestro mar. El
principal motivo por el que lo demandó parece ser que es el hecho de que a su
padre, el Orator, le encomendaron igual empresa hace treinta años. No cabe duda
de que la piratería se ha extendido muy seriamente y que en estos tiempos de
carestía de trigo tenemos que proteger los embarques de Oriente. Sin embargo,
casi todos nos sentimos inclinados a reír pensando en
que a Antonio -que, desde luego, no es un monstruo como su hermano Hibrida,
pero si que es un simpático idiota e irreflexivo- se le encomendase la
importante misión de acabar con los piratas de un extremo al otro del
Mediterráneo.
La
discusión fue interminable y no se llegó a conclusión alguna. Salvo que Metelo,
el hijo mayor del Caprario (que es pretor este año) pensó que era una buena
idea y comenzó a presionar para que le diesen a él la misión, Y cuando las
maniobras de Metelo pusieron en peligro la solicitud de Antonio, éste fue a ver
- ¿sabes a quién?- ¡a Praecia! La querida de Cetego, que le tiene bajo su
delicado pie de tal forma, que cuando algún grupo de presión quiere algo de
Cetego, ahora acuden a hacer la corte a Praecia. Es de suponer que esa Praecia
codicia al tipo de hombre corpulento y cretino -más mentula que mente- porque fue
Antonio quien obtuvo el nombramiento. El hijo del Caprario tuvo que retirarse
herido en su honor, pero se repondrá y ya verás como vuelve al ataque. Cetego
fue tan generoso en su apoyo, que Antonio ha obtenido un imperium ilimitado en
el mar y un imperium proconsular en tierra. Le han encomendado reclutar una
legión de tropas de tierra, pero le han dicho que las flotas las requise en los
puertos de la región en que opere sin limitación alguna. Este año lo hará en el
extremo occidental del mare nostrum.
Si
las quejas que está recibiendo el Senado de las ciudades portuarias del oeste
son de creer, resulta que a Marco Antonio se le da mejor recaudar sumas de
dinero que erradicar piratas. Hasta ahora su cuenta de piratas es mucho más
pequeña que la tuya. Sostuvo un combate ante las costas de Campania y se
atribuyó una gran victoria, pero no hemos visto prueba alguna en espolones de
proa ni en prisioneros. Creo que ha agitado el puño en· Lipara y ha gritado con
vehemencia en las Baleares, pero la costa este de Hispania sigue en manos de
los piratas partidarios de Sertorio y los de Liguria no están sometidos. La mayor
parte del tiempo y de sus energías (según las quejas que recibe el Senado) las
dedica a vivir entre orgías y lujos. El año que viene, según informa al Senado
en su último despacho, se trasladará al extremo oriental del Mediterráneo, a
Giteo en el Peloponeso; y dice que desde esa base atacará Creta, que es donde
se refugian la mayoría de escuadras piratas. Yo creo que es más bien porque en
Giteo hay muy buen clima y mujeres guapas.
Y ahora, Mitrídates.
La
noticia de que el rey Nicomedes había muerto no llegó a Roma hasta marzo,
parece que por culpa de los temporales de invierno. Desde luego, el testamento
estaba debidamente registrado en las Vestales y Junco ya había recibido
instrucciones para proceder a la incorporación de Bitinia a la provincia de
Asia en cuanto tú le informaste que el rey había muerto, por lo que la Cámara
suponía que el asunto estaba en marcha. Pero tras esta noticia llegó una carta
oficial del rey Mitrídates diciendo que Bitinia pertenecía por herencia a Nisa,
la hija de Nicomedes, y que iba a invadir el país para asentarla en el trono. Nadie
se lo tomó en serio, pues de esa hija no se había oído hablar hace muchos años.
Enviamos a Mitrídates una somera comunicación negándonos a reconocer pretendientes al trono de Bitinia y ordenándole que no cruzase sus fronteras.
Generalmente, cuando le pinchamos actúa como un caracol y nadie volvió a pensar
en el asunto.
Salvo
mi hermano. Su olfato, refinado por todos estos años que ha pasado combatiendo en
Oriente, le hizo pensar que se avecinaba la guerra. Trató incluso de hablar en
la Cámara sobre esta posibilidad, pero, aunque no le abuchearon, no le hicieron
ni caso. Para el año que viene le ha tocado la provincia de la Galia itálica.
Al sacar las suertes en Año Nuevo quedó encantado, porque lo que más temía era
que el Senado quitase la Hispania Citerior a Pompeyo y se la diese a él. ¡Por
eso hablaba tan a favor de Pompeyo en la Cámara; él no quería la Hispania Citerior!
De
todos modos, cuando supimos a finales de abril que había muerto Lucio Octavio
en Tarso, mi hermano pidió que le diesen Cilicia y que la Galia itálica se la
encomendasen a uno de sus pretores. Insistió en que iba a haber guerra con
Mitrídates, pero ¿cuál fue la reacción senatorial a sus advertencias?
¡Somnolencia y bostezos sofocados! Se habría podido pensar que Mitrídates jamás
ejecutó a ochenta mil romanos en la provincia de Asia hace apenas quince años,
ni se apoderó de la provincia hasta que Sila le echó. Los padres conscriptos
hablaron, hablaron y hablaron... pero sin llegar a ninguna conclusión.
Cuando
llegó la noticia de que Mitrídates se ponía en marcha y había llegado a
Heraclea con trescientos mil hombres, ¿crees que sucedió algo? Pues no. La
Cámara no se puso de acuerdo respecto a lo que había que hacer y menos sobre a
quién había que enviar a Oriente. ¡En determinado momento, Filipo se puso en
pie y sugirió que se diese el mando a Pompeyo Magnus! Quien (a decir verdad)
está más interesado en recobrar su mancillada fama en Hispania.
Finalmente,
el pobre Lúculo hizo algo que él mismo se reprocha amargamente: fue a ver a
Praecia. Como podrás imaginarte, la abordó de modo muy distinto al de Marco Antonio.
Lúculo es demasiado envarado para dar coba y demasiado orgulloso para suplicar.
Así que, en lugar de costosos regalos, lánguidos suspiros y promesas de amor y
pasión eterna, él fue al grano resueltamente. El Senado, le dijo, estaba
formado totalmente por bobos y él estaba harto de perder el aliento. El siempre
había oído que Praecia
era tan brillante de inteligencia como bien instruida. ¿Se daba ella cuenta por
qué era necesario enviar a alguien a enfrentarse a Mitrídates lo antes posible,
y se percataba de que la persona idónea era Lucio Licinio Lúculo? Si era
consciente de esos dos hechos, ¿no sería tan amable en dar una patada en el culo
a Cetego para que hiciera algo para solucionar la situación? Por lo visto, a
ella le encantó que le dijese que era más inteligente y culta que ningún
miembro del Senado (es de suponer que lo demás se lo dijo ella a Cetego) porque
debió de dar a Cetego un buen puntapié en el culo, pues inmediatamente la
Cámara comenzó a moverse.
La
Galia itálica se encomendó a un pretor (aún no designado) y la Cilicia se
concedió a mi hermano, con órdenes de encaminarse a Oriente durante su
consulado y hacerse cargo del gobierno de la provincia de Asia el día primero
del año que viene sin dimitir de Cilicia. Se había pensado dejar a Junco en la provincia
de Asia, prorrogándole un año, pero se desechó la idea; tiene que volver a
Italia a final de año, pues ha habido muchas quejas por su conducta en la pobre
Bitinia y la Cámara ha acordado por unanimidad hacerle regresar.
En
Italia no hay más que una legión. Estas tropas se han reclutado y entrenado
para enviarlas a Hispania, pero ahora irán a Oriente con Lúculo. El puntapié
que Praecia propinó a Cetego fue tan fuerte que los padres conscriptos
aprobaron un presupuesto de veintisiete millones de sestercios para que Lúculo reuniese
flotas, mientras que a Marco Antonio no se le dió nada. Marco Cotta fue
nombrado gobernador de la nueva provincia romana de Bitinia; él cuenta con la
armada de Bitinia y no le faltarán barcos, ¡pero tampoco le dieron dinero! ¿A
dónde hemos llegado, César, que una mujer tiene más poder que los cónsules?
Mi
querido hermano se cubrió de gloria renunciando a los veintisiete millones.
Dice que las previsiones que adoptó Sila en la provincia de Asia subvendrán a
sus necesidades y que reunirá las flotas en los diversos puertos y distritos y
luego deducirá el coste de los tributos. Como casi no hay dinero, los padres
conscriptos le manifestaron su más ferviente agradecimiento.
Estamos
a finales de quintilis; Lúculo y Marco Cotta saldrán para Oriente antes de un mes.
Suerte que según la constitución de Sila los cónsules electos están por encima
del pretor urbano, por lo que Casio y yo seremos quienes fundamentalmente
tengamos que ocuparnos de Roma, en lugar del horroroso Cayo Verres.
La
expedición irá por mar -no es más que una legión- ya que en verano es más
rápido que cruzar a pie Macedonia. Yo creo, además, que mi hermano no quiere
verse atascado en una campaña al oeste del Helesponto, como le sucedió a Sila.
Él cree que Curio es muy capaz de hacer frente a la invasión póntica de
Macedonia; el año pasado Curio y Cosconio actuaron de concierto en Iliria con
tan buen resultado que aplastaron a los dárdanos y a los escordiscos, y Curio
ahora está haciendo incursiones en las tierras de los bessi.
Lúculo
llegará a Pérgamo hacia finales de septiembre, aunque no sé qué sucederá después.
Y sospecho que mi hermano Lúculo también lo ignora.
Y con
esto, César, estás al día. Te ruego que me escribas sobre cuanto sepas, porque
no creo que Lúculo tenga tiempo para mantenerme informado.
( C. McC.)
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