No sólo hacemos llorar con lo que decimos, sino que también
con lo que hacemos, y de ahí la costumbre de que los que corren el riesgo de
perder el pleito pongan a la vista en traje miserable a sus hijos y a sus
padres, y que los acusadores muestren el puñal ensangrentado, los huesos
sacados de las heridas, los vestidos salpicados de sangre, las heridas abiertas
y los cuerpos magullados.
( Quintiliano en sus "Instituciones oratorias" )
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