¡Oh,
soberano!, puesto que con tu acicate me demuestras que soy merecedor de tus
dones, no te pediré ninguno de los bienes que redunda en mi felicidad
particular, por destacar grandemente yo con los que ya me has concedido, sino
que te pediré una cosa que podría procurarte a ti fama de persona piadosa, así
como hacer que Dios acuda en tu ayuda en cualquier empresa que emprendas y
conseguir que se vuelquen en elogios hacia mí las gentes que se enteren de que
tuve la satisfacción de que, gracias a tu magnanimidad, no fracasé jamás en
nada de lo que te pedí. En efecto, te ruego que desistas de tu idea de ordenar
erigir la estatua que has mandado a Petronio que levante en el templo judío.
(
Flavio Josefo )
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