Cleopatra
llegó a Roma a finales del primer nundinum de septiembre. Se trasladó
desde Ostia
en una litera con cortinas, con una enorme procesión de acompañantes por
delante y por detrás, incluido un destacamento de la Guardia Real cuyos
componentes iban revestidos de sus extrañas armaduras, pero montados en
corceles blancos como la nieve con arreos adornados de tachuelas púrpura. El
hijo de Cleopatra, un poco enfermo, viajaba en otra litera con sus nodrizas, y en
una tercera se hallaba el rey Tolomeo XIV, el esposo de trece años de
Cleopatra. Las tres literas llevaban cortinas de paño dorado, piedras preciosas
incrustadas en la madera labrada que destellaban bajo el intenso sol de aquel
hermoso día de principios de verano, penachos de plumas de avestruz salpicados
de polvo de oro meciéndose en los cuatro ángulos de los techos revestidos de
azulejos. Cada una de ellas era transportada por ocho fornidos hombres de piel
muy negra, vestidos con faldellines de paño dorado y anchos collares de oro,
enseñando los enormes pies descalzos. Apolodoro viajaba en un palanquín con
toldo a la cabeza de la columna, con un alto báculo de oro en la mano derecha,
su tocado de paño dorado, anillos en los dedos y la cadena propia de su cargo
en torno al cuello. Los varios cientos de acompañantes, incluso el más humilde de
todos ellos, lucían costosas túnicas; la reina de Egipto estaba decidida a
causar impresión.
Habían
partido al amanecer acompañados durante el trecho inicial por buena parte de
los habitantes de Ostia, y cuando Ostia quedó atrás, otros los sustituyeron;
cualquiera que tuviera ocasión de estar en la Via Ostiensis esa mañana
consideró más divertido unirse al desfile real que dedicarse a sus asuntos de
costumbre. El lictor Cornelio, designado para actuar como guía, fue a recibir
la comitiva a unos dos kilómetros de las Murallas Servias y la contempló con
profunda veneración. ¡Lo que tendría para contar cuando regresara al colegio de
lictores! A esas horas era ya mediodía, y Apolodoro miró las imponentes almenas
con alivio. Pero Cornelio los condujo en torno al Aventino hasta los muelles
del puerto de Roma, donde se detuvieron. El chambelán mayor arrugó la frente.
¿Por qué no entraban en la ciudad? ¿Por qué habían llevado a su majestad a
aquel barrio sórdido y decrépito?
Cleopatra nunca entro a Roma porque en ese tiempo los reyes o empperadores extranjeros no podian entra a Roma
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